por Alejandra Soto *

Tiene 46 años. Antes de que termine el día, habrá muerto. Con la anticipación del fusilamiento, Jean Meyer (Niza, 1942) presenta a Manuel Lozada en una aventura biográfica de este enigmático personaje del siglo XIX, quien de bandolero y «franco-traidor» llegó a ser héroe popular y líder político que luchó en Nayarit por la tierra y la justicia para los pueblos.

Los ojos fijos a la cámara, una órbita vacía, los rasgos marcados por el trabajo en la tierra y una postura de rigidez militar se aprecian en la única foto que permitió que le tomaran ante la inminencia del paredón. La misma imagen antigua, en blanco y negro, acompaña sobre la mesa a Jean Meyer durante la entrevista. Ese rostro también yace sobre la portada de Manuel Lozada: El tigre de Álica: General, revolucionario, rebelde, editado por Tusquets.

Manuel Lozada, de Jean Meyer

“Me interesa un niño casi huérfano, que no nunca va a la escuela, en un México muy joven y caótico que acaba de perder la guerra con Estados Unidos. Y de repente se encuentra como señor y dueño de lo que hoy es el estado de Nayarit, respetado como generalísimo, ilustrísimo y eminencia por toda la elite de la región.”

Recién llegado de Francia para escribir su tesis sobre la cristiada, el joven Meyer se topó con Lozada, en 1965. Lo persiguió durante casi 50 años, hasta que, finalmente, los diarios amarillentos atados con listón rojo, las historias de familia y las cajas con papeles fueron convertidos en este libro que nace desde la biografía personal del historiador. Meyer no escribe sobre nada que no le apasione.

La formación académica le permite observar que es un personaje importante. Pero es en forma literaria como explora a Lozada, “al mismo tiempo cuenta al lector la aventura intelectual de lo que es meterse a la historia”, describe Meyer. “No es una novela porque no hay invención. Literario sí, es el estilo y el método de narración”, cuenta sobre el texto que finalmente comenzó en enero de 2014. El libro tiene diez capítulos, titulados como veladas, porque son diez noches en que un abuelo cuenta una historia a sus nietos.

Otra foto acompaña a Meyer sobre la mesa. La de él, junto a don José, un colega mexicano, quien en su casa en Guadalajara le presentó por primera vez a Manuel Lozada, amigo con quien compartió décadas para adentrarse en la historia. Meyer, rubio, alto, guapo, sonríe en sus veintes. La chispa de sus ojos azules permanece en el historiador septuagenario que ha adoptado a México como país.

El hombre de la cristiana
El hombre de Lozada

En algún momento, hablando sobre Lozada, Meyer acepta que ahora los jóvenes se interesan por otras cosas: “La televisión, están metidos en internet y todas las redes. Igual es una etapa, pero por el momento han perdido todo contacto con la historia. Tanto la nacional como la mundial. Lo único que les interesa es el presente y el futuro, pero del pasado no se sabe nada.”

“Soy pesimista a corto plazo. Es el momento presente por el impacto de la novedad tecnológica, que es fabulosa”, pero él aún es un hombre de libros y de papeles escritos. “Tengo la tableta Kindle, pero compro libros.”

—En su coche intente manejar sin mirar al retrovisor. Es imposible.

En un principio, como joven historiador francés de 25 años que llega México, Lozada fue un personaje muy exótico y de cierto romanticismo. El joven Jean Meyer vio a un héroe popular, calumniado con una fuertísima leyenda negra. Lo que cambia en el Meyer de 73 años, ya sin menos romanticismo, pero igual de apasionado, es que “ahora tengo argumentos para defenderlo”. El libro es como un abogado defensor, donde toma las acusaciones contra Lozada: traidor, mocho, agrarista, indio, cruel cora cocodrilo, que fue liberal, conservador, imperialista y luego juarista.

“Su consejo de guerra fue una farsa. No hubo defensa, ninguna posibilidad de apelación, sino que al día siguiente lo fusilaron. Y la muerte se podría llamar ejemplar, con un breve discurso de que muere con gusto y que todo lo que hizo fue por el bien del pueblo. Limpia las piedritas que están en el suelo antes de que lo fusilen y se niega que le venden los ojos.”

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