por Ricardo Pérez Montfort
Debo reconocer, de entrada, que hacía mucho tiempo que no dedicaba algunas horas de trabajo a leer sobre la historia de las derechas mexicanas. Si bien durante buena parte de mi formación como historiador el tema de los conservadores y su actividad política y diplomática me ocupó durante innumerables días, meses y años —que ahora veo con cierta nostalgia pero que afortunadamente ya dejé atrás—, la posibilidad de volver a leer una tercia de magníficos trabajos sobre la derecha mexicana me resulta particularmente satisfactoria. En gran medida porque demuestra que los estudios sobre esta vertiente de pensamiento y su acción política en nuestro país han avanzado cuantitativa y sobre todo cualitativamente. Por eso justo es decir que desde los años setenta y ochenta del siglo XX el panorama historiográfico sobre las derechas ha sufrido una importante transformación que creo resulta por demás positiva.
Quienes empezamos a estudiar a las derechas mexicanas durante aquellos años sólo teníamos algunas referencias académicas como la clásica de Hugh Campbell o la muy general de Gastón García Cantú. Sobre la guerra cristera estaban los trabajos de Alicia Olivera, editado por el INAH, y los tres tomitos de Jean Meyer publicados por Siglo Veintiuno. También contábamos, desde luego, con los terribles panegíricos del pensamiento derechista y profundamente reaccionario de dos supuestos salvadores que en su nombre llevaban su propio afán: Salvador Borrego y Salvador Abascal. Las derechas internacionales de filiación hispanista con sus vertientes fascistoides ya habían sido estudiadas en parte por Ovidio Gondi y Stanley G. Payne, y el mundo conservador empresarial mexicano apenas contaba con el proscrito libro de Robert J. Shaffer. Desde luego Friedrich Katz y algunos colaboradores también ya se habían ocupado de las influencias hitlerianas en América Latina. Y el fascismo en nuestro continente tenía igualmente ya algunas referencias imprescindibles, como aquella compilada por la revista Nueva Política en marzo de 1976. Sin embargo, poco se sabía sobre los vínculos que existían y aún hoy existen entre los grupos empresariales y las organizaciones de derecha y la iglesia católica. Tampoco se conocían sus genealogías, sus tácticas o sus historias particulares.
Por eso recuerdo que, en medio de tantas limitaciones bibliográficas, leí con particular interés un artículo titulado “Al fondo, la derecha”, aparecido en la revista Nexos, del entonces muy admirado por mí Roger Bartra. Ahí aventuraba una definición de aquellas “derechas” que me pareció muy adecuada y a la vez poco comprometedora; las derechas, decía Bartra, son “las fuerzas conservadoras que se empeñan en el mantenimiento del orden y del sistema actualmente imperante o que luchan por la restauración del orden motivadas por la defensa de las posiciones de privilegio que ocupan o que ocuparon” (16).
Esta definición se emparenta directamente con lo que María del Carmen Collado enuncia en la introducción de Las derechas en el México contemporáneo, comp. María del Carmen Collado Herrera (México: Instituto Mora, 2015), libro compuesto por tres acuciosos estudios sobre tres organizaciones de clara filiación derechista en México. Ella plantea que si bien a estos grupos los caracteriza su condición de ser particularmente reacios al cambio, también es cierto que —como dice Norberto Bobbio— se trata de grupos que tienen una particular concepción fundacional sobre la sociedad, especialmente opuesta a las transformaciones radicales, aunque no necesariamente en contra de la modernización o incluso del progreso. Esto en gran medida porque no se trata de una dimensión social binaria, compuesta por un lado por las derechas y por el otro por las izquierdas, sino porque hoy en día se puede aceptar que las combinaciones de modelos sociales y políticos pueden ser múltiples y multívocos, y tal vez también porque, como Carmen dice, “la idea de progreso o perfectibilidad de la humanidad es cuestionada por algunos” (11) Yo diría que por muchos, entre los que por desgracia también me encuentro a menudo.
Más que elaborar un planteamiento teórico sobre derechas o izquierdas, este libro se construye, como ya se dijo, con tres estudios de caso y una muy correcta introducción general. Los tres estudios de caso son de los Caballeros de Colón, realizado por Ana Patricia Silva de la Rosa; de la Unión de Padres de Familia, que corrió a cargo de Marco Aurelio Pérez Méndez, y del MURO y el FUA y su hoy bastante conocida derivación El Yunque, de Mario Virgilio Santiago Jiménez. Cada uno corresponde a un periodo especifico de la historia mexicana del siglo XX, aunque de pronto sus acciones y existencias se traslapen. El primero se centra en plena guerra cristera, el segundo se extiende desde los años posrevolucionarios hasta la cuarta década del siglo y el último ubica sus principales escenarios en los años sesenta y los principios de los años setenta. Se cubren así prácticamente cincuenta años de historia de las derechas mexicanas en el siglo XX.

En su por demás pertinente introducción, Collado dice que la historiografía mexicana contemporánea que se caracterizó por minimizar y ocultar las organizaciones y las acciones de la derecha debido a la insistencia de una especie de simulación revolucionaria en el discurso laico y anticlerical de los espacios oficiales. Siendo México un país eminentemente católico, parecía una paradoja que las derechas no tuvieran una mayor presencia en su devenir ideológico, político, cultural y social. Sin embargo, sorprende la continuidad de su presencia, ubicada por lo general en las ambiguas dimensiones de la oposición e intensificada a partir de dos oleadas. A saber: la franca guerra declarada entre el estado laico y la iglesia católica iniciada a partir de la promulgación de la constitución en 1917 y radicalizada durante los años veinte, con un replanteamiento del conflicto en los años treinta, motivado principalmente por la imposición de una escuela controlada por el estado en los años treinta, y la emergencia de la llamada histeria anticomunista apuntalada por la guerra fría, la amenaza de expansión de la revolución cubana y la intervención puntual de la Compañía de Jesús, el Opus Dei y los propios Caballeros de Colón. Independientemente de que sean dos o tres oleadas, la misma Carmen reconoce que “uno de los supuestos que este libro quiere demostrar es que el anticomunismo mexicano no nació a partir de la guerra fría, sino con la constitución de 1917, como una primera oleada que anatemizó con la intervención del estado en la economía, las modificaciones de las formas de propiedad, el anticlericalismo y la defensa del estado laico” (31). En otras palabras: la continuidad de las derechas en México estuvo determinada entonces, y yo creo que lo sigue estando, por “una disputa por la lealtad de los ciudadanos” (15) que el estado y la iglesia católica libraron desde épocas revolucionarias y siguen librando hasta la fecha.
Quizás uno de los momentos de mayor tensión en esta lucha por la lealtad de los ciudadanos se dio durante la guerra cristera. Durante aquella contienda mucho tuvieron que ver los miembros de los Caballeros de Colón, organización que estudia Ana Patricia Silva de la Rosa en el primer capítulo de este libro. Los antecedentes de la orden, así como su vínculo con organizaciones similares en Estados Unidos, la conformación de sus filas, sus símbolos y, sobre todo, la participación de muchos de sus integrantes en el conflicto armado, los convirtió en una palanca imprescindible de la derecha mexicana de los años veinte. Queda claro en este estudio cómo los banqueros, los hombres de negocios y demás miembros de la “clase patronal” formaron parte de esta organización, que tras la máscara de una sociedad de ayuda mutua y de las clases trabajadoras —bajo el lema de “caridad, unión, fraternidad y patriotismo”—, estableció una estrecha alianza con la iglesia católica más reaccionaria de la posrevolución. Su santa causa, “la unión en Dios de los mexicanos”, se convirtió en una propuesta de guerra en contra de los sonorenses triunfantes de la contienda revolucionaria. Tildando de “bolchevique” a la constitución de 1917, los Caballeros de Colón vivieron de cerca los conflictos en Guadalajara de los primeros años veinte, para después convertirse en una asociación civil y aliarse con la Unión de Damas Católicas y la Asociación Católica de la Juventud Mexicana. Teniendo representantes en más de veinte estados de la república y con aproximadamente 7 mil socios activos, no tardó en vincularse a la Liga Nacional de la Libertad Religiosa. Participó con hombres, dinero, armas, espionaje y relaciones, sobre todo con hombres de empresa reaccionarios estadounidenses en la misma guerra cristera, así como en los ambiguos arreglos de 1929.
La disección y el análisis de la participación de los Caballeros de Colón en esta primera oleada violenta de las derechas mexicanas, narrados en este capítulo, constituyen un capítulo imprescindible para quien se interese por este sangriento episodio de la posrevolución mexicana.
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