por Wilphen Vázquez Ruiz *

El pasado 18 de mayo se conmemoró el Día Internacional de los Museos, declarado así por el Consejo Internacional de Museos, al que pertenece nuestro país desde 1947, junto con más de 140 países, todos ellos asociados a la UNESCO. La referencia a esta conmemoración nos invita a reflexionar sobre una vastedad considerable de temas que, por espacio y sensatez, no abarcaremos ahora. Nos remitiremos solamente a dos de ellos. El primero tiene dos vertientes. Por un lado, la importancia que los museos tienen para la preservación de un patrimonio cultural (tangible e intangible) y, por el otro, la posibilidad de estos espacios para promover y acaso despertar una conciencia en la que el involucramiento con un objeto, así como la preservación y divulgación del mismo, otorga a las sociedades en el concierto de las naciones, como es el caso de nuestro país. El segundo tema se refiere a las dificultades que enfrentan estos espacios como resultado de una política cultural con deficiencias notables, al igual que una falta de continuidad en sus aciertos que poco abona para mejorar la situación —lo cual será motivo de una segunda entrega.

Cartel del Día Internacional de los Museos 2016 (Fuente: http://icom.museum/L/1/).
Cartel del Día Internacional de los Museos 2016 (Fuente: http://icom.museum/L/1/).

La historia de los muesos en México es por demás añeja y sus antecedentes más claros se remontan al siglo XVIII. Pero yendo más allá de estos inicios, los recintos encargados de resguardar y mostrar el arte en nuestro país han estado marcados, entre otros elementos, por la intención de dotar a las comunidades (tan amplias o restringidas como se quiera establecer) de objetos diversos y referencias que las cohesionen no sólo con las producciones culturales de su ámbito inmediato, sino con aquéllas que lejanas ya en el tiempo o en el espacio, nos hermanan con la heterogeneidad y la universalidad de lo humano.

De acuerdo con información proporcionada por el extinto Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, se establece que la historia de los museos en nuestro país se remonta a finales del siglo XVII cuando se inauguró el Gabinete de Historia Natural como un espacio para la observación de los múltiples objetos que ahí se resguardaban. Las vicisitudes de la Guerra de Independencia llevaron a que su acervo milagrosamente salvado se depositara en el Colegio de San Idelfonso hasta la creación del Museo Nacional Mexicano en 1822. Ya durante la intervención francesa y el segundo imperio, las piezas de dicha colección fueron trasladadas al Museo Público de Historia Natural, Arqueología e Historia en la antigua Casa de Moneda de la hoy ciudad de México. Finalmente, como señala Jennifer Rosado Solís, desde 1790 la Real Academia de San Carlos contaba con un grupo de galerías que, sin duda, también son un antecedente importante y directo en la historia del establecimiento de los museos en México.

Regresando a la actualidad contemporánea, todos estos espacios considerados como museos buscan, en principio, cumplir con los objetivos señalados por el ICOM, a saber: ser instituciones permanentes, sin fines de lucro, que a partir de la adquisición, conservación, estudio y exposición del patrimonio material e inmaterial de la humanidad, lo difunden a la sociedad en forma abierta y pública. Esto, añade el ICOM, se logra con el empleo de un lenguaje que logre transmitir la compleja realidad de los valores sociales y culturales que incluyen códigos deontológicos y recursos estéticos, científicos y tecnológicos capaces de transmitir los mensajes de las sociedades.

Destaco de manera particular los museos comunitarios y locales, pues estos tienen la posibilidad de provocar no sólo una revalorización de culturas muy focalizadas, sino coadyuvar al arraigo y empatía de las comunidades con sus lugares de origen, amén de preservar vestigios culturales que no siempre alcanzan a ser enteramente valorados por museos de mayor envergadura. A estos últimos, añado, les reviste una importancia que no sólo se finca en la identificación de un panorama cultural mucho más amplio, sino también en actividades relacionadas con la formación de un acervo, restauración de obras e investigación, así como actividades de difusión y divulgación relacionadas con las colecciones que albergan y otras de carácter itinerante y una plétora de actividades relacionadas con el propio museo (diplomados, cursos, visitas guiadas, conferencias, etcétera.).

Debemos preguntarnos ahora, ¿cuántos museos existen en nuestro país? Si agrupamos en un solo conjunto a los museos nacionales —ya sea que justifiquen o no ese carácter—, los regionales y los locales, este universo cuenta con poco más de mil recintos. ¿Cómo se clasifican? A esta última pregunta no puede ofrecerse una respuesta suficientemente concreta, razón por la cual nos remitiremos a los propios datos ofrecidos por el extinto Conaculta que los clasificó de la siguiente manera:

  • Zonas arqueológicas bajo resguardo del INAH. Total en el país: 167, con un aforo de visitantes acumulado entre 1998 y 2009 superior a los 106 millones 798 mil visitantes.
  • Monumentos históricos. Universo estimado entre 2008 y 2009 de 121,531.
  • Sitios artísticos (siglo XX-XXI): 18,770.

Para los dos últimos rubros no se cuenta con el número estimado de visitantes en el periodo anteriormente señalado de 1998-2009. Sin embargo, todos estos números en su conjunto parecen por demás  saludables y fácilmente provocarían la envidia de más de una nación ante la riqueza y diversidad cultural con la que cuenta la nuestra.

Ahora bien, ¿qué dificultades enfrentan todos estos espacios, independientemente de los fines y capacidades propias de cada uno? La respuesta es tan simple de mencionar como difícil de explicar y resolver. Hablamos de varios factores, de los cuales sólo mencionaremos unos cuantos: el presupuesto y la falta de espacios para la capacitación de quienes laboran en ellos, así como la instrumentación de políticas poco acertadas, como puede ser la reproducción de los frescos de la Capilla Sixtina en la explanada del Monumento a la Revolución, o el truncamiento de proyectos en su momento novedosos y realmente eficientes, como fue el Proyecto MUNAL 2000. Pero vamos por partes.

No dispongo de los datos referentes al presupuesto que es destinado a los museos en México, pero una mirada al porcentaje del Producto Interno Bruto destinado a cultura en nuestro país puede darnos una idea. De acuerdo con un informe de la Dirección de Investigación y Análisis de la Cámara de Diputados, publicado en 2015, para el ejercicio fiscal 2016, el gasto propuesto para Cultura, Deportes y Asuntos Religiosos  presentó una reducción de 29.97% con respecto al aprobado por la cámara baja en el 2015. Específicamente en el caso específico de la Cultura, el monto aprobado se fijó en 17 mil 435 millones de pesos. ¿A qué equivale esto en términos del Producto Interno Bruto? Tan sólo al  0.0907% del PIB, del cual poco más del 85% se destinó a gasto corriente.

Establecer un comparativo con otros países podría darnos mayores referencias. Sin embargo, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) no cuenta con un dato tan específico ni el portal de su sede en Francia, ni en el regional en Chile, al tiempo que su sede en México no cuenta con dicha información. Ello nos obliga a ceñirnos a un principio práctico que deviene de la Teoría de la Historia que sostiene que si carecemos de datos directos para el entendimiento de un fenómeno, suceso o acontecimiento histórico-social podemos tratar de solventar las faltantes de datos a partir de las inferencias que nos sugiere un cúmulo de información relacionada con aquella de la cual carecemos. (Sobre este particular la obra de Carlo Guinzgurg, Mitos, emblemas e indicios: morfología e historia [Buenos Aires: Prometeo, 2013], puede ofrecernos un aproximación muy pertinente a la metodología a la que aludimos).

La UNESCO establece que a fin de apoyar a los Sistemas de Gobernanza Cultural Sostenibles es indispensable la instrumentación de políticas nacionales, al igual que una serie de medidas para promover la creación, producción, distribución y acceso a los bienes y servicios culturales, lo cual incluye políticas culturales, medios de comunicación de servicio público, un entorno digital así como una asociación con la sociedad civil.

El informe del cual tomamos la información expuesta señala de manera enfática que en el intercambio comercial de bienes culturales a nivel mundial, estimado en 2013 en un valor de más de 212 mil millones de dólares, el porcentaje del mismo producido por los países en vías de desarrollo (PVD) fue del 46.7%, pero que si se excluye de esta medición a China y la India, únicos PVD que presentaron incrementos significativos en este intercambio, el resto de las naciones subdesarrolladas tuvieron una participación marginal. Sobre ello una medición anterior de 2013 mostró que de las exportaciones de estos bienes a nivel mundial, sin contar a China e India, el porcentaje alcanzado por el resto de lo PVD fue de tan sólo 19.5%.

Por supuesto, los bienes y servicios culturales de un país, incluyen además de los museos diversos elementos como lo son bibliotecas, volúmenes accesibles en éstas, salas de conciertos y foros para teatro, recursos para la educación básica, media y superior, radio, televisión y cinematografía con contenidos culturales y la creación de la infraestructura necesaria para todo ello, etc.

Insistimos que ante la carencia de datos asequibles, otros de naturaleza semejante pueden ayudarnos a comprender y explicar el panorama que estamos interesados en estudiar, y sobre ello tomo como último ejemplo una serie de datos proporcionados por la UNESCO en relación al número de volúmenes disponibles en las bibliotecas públicas de los países de los que se tiene un registro en esta organización, tomando como referencia el año 1999:

  • Federación Rusa: 716, 337, 440 volúmenes
  • Reino Unido: 123, 286, 000
  • Francia: 89, 766, 404
  • Alemania: 113, 456, 537
  • Canadá: 75, 032, 608
  • México: 27, 112, 008
  • Cuba (1998): 5, 772, 298

Este dato, aunque no específico, toda vez que conforma parte del universo de indicadores de las políticas culturales seguidas por un país determinado, así como sus resultados, pueden sugerirnos con vehemencia que la situación que guarda nuestra nación no es particularmente alentadora si, insistimos, se recuerda que para 2016 el presupuesto destinado a Cultura se redujo en un 16% con respecto al aprobado en 2015.

Las implicaciones que esto tiene, y esas sí francamente palpables en el ámbito de los museos ubicados fuera de las principales urbes de México, derivan no sólo en recursos económicos limitados y guiones museográficos y museológicos deficientes, sino también en una patente falta de espacios y oportunidades para la actualización del personal que labora en ellos y, cuando se da el caso de contar con las credenciales académicas pertinentes, remuneraciones que no corresponden al nivel de estudios alcanzado, lo que sin duda es una de tantas asignaturas pendientes para lograr que los museos, ya sean nacionales, regionales, locales o comunitarios , se acerquen lo más posible a la consecución de sus objetivos y misiones particulares.

Sobre el resto, discutiremos en la siguiente entrega.

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