por Fernando Pérez Montesinos *
El mundo, dicen, es una aldea. De una forma u otra, estamos todos conectados entre sí. Nuestros círculos cercanos de amigos y parientes suelen tener conocidos en común y esos conocidos, a su vez, tienen amigos y parientes que conocen a alguien con el que alguna vez hemos tenido contacto. A veces, esas conexiones nos pasan completamente inadvertidas. Tu amigo de la primaria es colega cercano de tu amiga de la universidad, ambos se ven casi diario y a veces han compartido comida y tragos, pero los tres nunca han siquiera mantenido una conversación en común y mucho menos estado juntos en un mismo lugar. Facebook ha acabado, en parte, con nuestra inocencia: no deja de informarnos que Mengano y tú tienen seis o treinta amigos en común o de insistir en avisarte que quizá conozcas a Perengana —quien hace poco le dio like a la publicación de Sutano, un conocido algo antipático de cuando jugabas futbol y estabas más flaco al que ya no frecuentas—. Mengano vive en Madrid, Perengana en Buenos Aires y Sutano en la ciudad de México. Todos, dicen, están a sólo unos cuantos grados de separación entre sí.
Resulta que la popular noción de estar a sólo unos grados de separación del resto del mundo proviene, al menos en parte, no de una revista de las que se hojean en un consultorio médico o en la estética, sino de un muy interesante experimento científico realizado a finales de la década de 1960. Concebido por Stanley Milgram e implementado por el propio Milgram y Jeffrey Travers, el experimento buscaba medir hasta qué punto dos personas cualesquiera, sin conocerse directamente, podían de hecho estar mutuamente relacionadas por medio de cadenas de intermediarios. O más exactamente, buscaba encontrar el número mínimo de intermediarios que se requería para conectar a dos personas separadas geográficamente una de la otra dentro de una población de gran tamaño (en este caso, Estados Unidos).
Stanley Milgram es quizá mejor conocido por su experi-mento sobre la autoridad y la obediencia. El video de arriba fue originalmente grabado por el equipo de Milgram. The Experimenter, interesante película inde-pendiente, retoma la vida y obra del investigador.
Para rastrear el número de vínculos entre el punto inicial y el punto final, Milgram y Travers reclutaron a casi 300 individuos, quienes constituirían el grupo inicial de la cadena. Los participantes, situados algunos (la mayoría) en el estado de Nebraska y otros en la ciudad de Boston, debían ponerse en contacto con un individuo que los investigadores habían previamente designado y que se encontraba en Sharon, Massachusetts, suburbio de Boston (el experimento se llevó a cabo cuando Milgram y Travers estaban en Harvard). Para contactar a la persona-objetivo, los participantes recibieron un documento que hacía mención del destinatario y contenía información acerca del experimento. La regla era que sólo podían enviar el documento por correo a un conocido cercano quien, a su vez, debía pasarlo a uno de sus conocidos cercanos y así hasta llegar al objetivo en Boston o hasta que alguien decidiera no participar y cortar la cadena.
El video de arriba explica de manera gráfica el expe- rimento de Milgram y Travers. También rastrea el ori- gen de la noción popular de los seis grados de sepa- ración (Fuente: Veritasium].
No todos los participantes iniciales enviaron el documento y las más de las veces la cadena terminó por interrumpirse. Sin embargo, casi 30 por ciento del total inicial logró llegar a la persona-objetivo. El resultado fue que, como media, se requirieron 5.2 intermediarios para contactar al sujeto en Boston, o bien, que la cadena comprendía seis personas distintas. En otras palabras, y esta no es una expresión que Milgram y Travers usaran (aunque después habría de hacerse muy popular), había seis grados de separación entre la persona inicial y el destinatario final [Ver, Milgram, Stanley y Jeffrey Travers, «An Experimental Study of the Small World Problem,» Sociometry 32, no. 4 (1969): 425-443].
Según advierten Nicholas Christakis y James Fowler, dos conocidos expertos en análisis de redes, el experimento de Milgram y Travers habría de repetirse décadas después [Conectados. El sorprendente poder de las redes sociales y cómo nos afectan (México: Taurus, 2010), 40]. En 2003, un grupo de investigadores de la Universidad de Columbia (Peter Sheridan Dodds, Roby Muhamad y Duncan J. Watts) publicaron los resultados de su propio acercamiento al “problema del mundo pequeño”. Su experimento, sin embargo, uso el correo electrónico como medio para rastrear vínculos a escala global. Si el trabajo de Milgram y Travers había involucrado en total alrededor de 750 personas, el del grupo de Columbia incluyó poco más de 61 mil participantes efectivos provenientes de 166 países. Y en vez de un solo destinatario final, ahora se asignaron 18 personas-objetivo ubicadas en distintos puntos del planeta.
Sólo 384 de las cadenas iniciadas (poco más de 24 mil) lograron llegar a su objetivo último. Los investigadores calcularon que esas cadenas se completaron en cuatro pasos. Sin embargo, realizaron estimaciones matemáticas para deducir el número de pasos que habría tenido una “cadena ideal” en la que todos los participantes lograran contactar a los destinatarios finales. Encontraron que, en efecto, habría tomado entre 5 a 7 pasos hacerlo —un resultado por demás interesante dado que de alguna forma volvió a dar sustento a la famosa idea de los seis de separación [Ver, “An Experimental Study of Search in Global Social Networks,” Science 301, no. 5634 (2003): 827-829].
En las próximas entregas hablaremos de cómo, según Christakis y Fowler, no sólo importa saber hasta qué punto estamos ligados unos a otros, sino conocer en qué medida formar parte de una red incide en las conductas y acciones de sus participantes. Si bien bastan unos cuantos pasos para conectarnos con personas de las cuales en un inicio ignoramos su existencia, la influencia que esas personas tienen sobre nosotros (si es que en realidad la tienen) no es uniforme. En otras palabras, el número de conexiones importa tanto como su grado de “contagio”. De eso y de cómo otras ideas derivadas del estudio de las redes sociales pueden (o no) resultar de utilidad en el campo de la historia, también habremos de discutir en el futuro.
Interesante la historia,buena narrativa,en lo particular estuve en face book hasta que «me di cuenta» que era más el tiempo perdido,que el provecho obtenido.Pero esa es mi experiencia personal,puede ser diferente en otros casos.
Me gustaMe gusta