por Halina Gutiérrez Mariscal *
Hace unas semanas estuvo en México el historiador del presente Peter Winn, con motivo del coloquio Para una historia del presente en México, organizado por Eugenia Allier, que se llevó a cabo en el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM (aquí una reseña). En la última conferencia magistral de dicho coloquio, Winn, de la Universidad Tufts, expuso algunos puntos que consideramos pertinente retomar.
Una de las primeras ideas que Winn subrayó sobre este campo de la historia, tan abordado en Argentina o Francia, es que debe hacerse la distinción entre “historia del presente” e “historia reciente”. La historia reciente, dijo Winn, es aquélla que, si bien es temporalmente cercana, ha concluido su proceso. La historia del presente, como el nombre lo dice, aborda cuestiones vivas en el presente, con procesos inacabados.
¿Y por qué historia del presente? Winn señaló atinadamente que todo estudio que el historiador hace del pasado, remoto o cercano, responde siempre a sus ideas, experiencias e intereses. Así pues, no importa si se estudia la edad media o algo muy reciente; éste abordaje responderá necesariamente a la perspectiva presente del historiador.
Ahora bien, los historiadores más conservadores y reacios a incluir en los estudios históricos nacionales la historia del presente suelen señalar algunas cuestiones que a su parecer descalifican al presente como objeto de estudio del historiador. Winn abordó algunas de ellas, las más socorridas, desarticulando los argumentos comunes que se esgrimen contra estos temas: el vínculo personal que el historiador puede tener con el tema le quita objetividad al estudio, el problema de las fuentes, la poca distinción entre estos estudios y los de otras disciplinas que estudian el presente, como la ciencia política y el periodismo. Veamos brevemente qué dijo sobre cada una de estas cuestiones el autor de Weavers of Revolution: The Yarur Workers and Chile’s Road to Socialism (Nueva York: Oxford University Press, 1986).

Sobre el vínculo que el historiador puede tener con su tema, mermando así su objetividad, Winn señaló que habría que admitir que ese vínculo se crea con temas de cualquier época y que no hay distancia temporal que nos permita ser objetivos, porque todo lo que estudiamos lo estudiamos desde el presente y por tanto responde a intereses vitales creados en el presente. Por eso, explicó Winn, ninguna historia está acabada, y se siguen estudiando y reescribiendo una y otra vez los mismos temas: porque responden a los intereses de cada época.
Hay temas, es verdad, para los que no existen fuentes convencionales, ésas con las que el historiador está acostumbrado a tratar. El problema con temas de periodos muy antiguos es que en muchas ocasiones las fuentes son escasas. Con los temas del presente, dijo Winn, el problema no es la falta de información, sino el exceso de ésta. Los temas pueden ser tan recientes que aún se pueda entrevistar sujetos y lanzar así preguntas a fuentes no solo escritas. Un historiador del presente puede crear sus fuentes, que respondan a las preguntas que plantea su proyecto. El punto, dice, es someter las fuentes al mismo proceso riguroso de crítica de fuentes. Así, para el historiador del presente el reto es crear sus propias fuentes a través de la historia oral, o del trabajo con una infinidad de materiales de todo tipo, pero siempre aplicando el mismo trabajo rigurosos que aplicaría con documentos de épocas antiguas. No existe en realidad razón para otorgarle mayor credibilidad a una fuente sólo porque está escrita, o por su antigüedad.
¿Y cómo habrá de distinguirse el trabajo de la historia del presente del de otras disciplinas? ¿Cómo defender la particularidad de los estudios históricos del presente cuando hay otras disciplinas que analizan ese mismo presente, de maneras tan ricas y precisas? La distinción, dice Winn, radica en la profundidad con que la historia aborda los temas. La historia es para él una royal science que sintetiza las conclusiones de otras disciplinas y que aborda los temas a profundidad, al contextualizar abordando el tema desde sus antecedentes, consultando más de una fuente, y casi siempre todos los trabajos de otras disciplinas sobre el tema.
Para quienes nos formamos como historiadores en la Universidad Nacional es conocido el problema al que nos enfrentamos cuando intentamos estudiar temas temporalmente cercanos y procesos en algunos casos inacabados: la academia de historia se resiste a aceptarlos como susceptibles de ser abordados por la disciplina. En el mejor de los casos, cuando algún proyecto de investigación sobre temas del presente llega a ser considerado como posible en el programa de posgrado, se topa con la insalvable dificultad de que no hay una persona adecuada para dirigir una investigación de esa naturaleza.
La resistencia de la academia histórica a esta vertiente de la historia, que ha tomado mucha fuerza en países del cono sur del continente y en algunos países europeos, se vuelve innegable cuando advertimos que fue el Instituto de Investigaciones Sociales el que organizó el mencionado coloquio. Se hace evidente la marginalidad de nuestros temas, y el creciente acercamiento de otras disciplinas e institutos que, como en este caso, acogen a los estudiantes que buscamos abrirle espacio a este nuevo y muy necesario campo de estudio de la historia.
Esto denota que la historia no es una ciencia como pretenden muchos académicos universitarios. Por otro lado, si la historia pretende conocer la verdad, el hecho de tener excesos de información combinada con la que se oculta en épocas recientes podría dar como resultado una historia bastante sesgada, más aún si se consideran las posturas o las pasiones de los profesionales de la disciplina.
Me parece que los nuevos gurús pretenden dejar su huella postulando nuevas corrientes sin importar que se tergiverse lo que queda de lo que se conoce como historia.
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historia del presente e historia reciente
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