por Alejandro Herrera Dublán *
Como muchas otras corporaciones, Walt Disney tiene intereses económicos que suelen estar contrapuestos al bien común. Un ejemplo de ello puede verse en el documental de 1996 Mickey Mouse Goes to Haiti, del National Labour Commitee, que da cuenta de las condiciones de explotación laboral que padecían por esos años las personas que maquilaban ropa bajo el sello de Disney. (La película puede verse aquí.)
A 40 años de la publicación de Para leer al pato Donald, el famoso ensayo de Ariel Dorfman y Dormand Mattelart (Buenos Aires-México: Siglo Veintiuno, 1972), la ideología Disney sigue seduciendo a un amplísimo público en todo el orbe, bajo los mismos preceptos identificados entonces por ambos autores.
Películas, series de televisión, creaciones musicales y una infinidad de productos con igual cantidad de personajes, propiedad de la corporación, requieren la creación de un consenso público en el que los principios del sistema económico que los prohíja sean aceptados sin cuestionar, sean reproducidos generación tras generación y consolidados en su tarea de construir un monopolio global del “entretenimiento”.
Referentes culturales asimilados sin chistar por millones de niños, adolescentes y adultos se transforman, inadvertidamente, de diversión en educación. La avasalladora omnipresencia de Disney dificulta la posibilidad de una denuncia frontal del adoctrinamiento que lleva a cabo. Y aún así, como toda obra de la acción humana, la empresa, sus productos y su ideología son creaciones históricas que no pueden ocultar su pasado, ostentan hasta la náusea su modus operandi presente y labran un futuro en el que su dominio no conozca límites.
Toy Story 3, lanzada en 2010, es una fuente de in-formación susceptible del ejercicio de crítica histórica que aspiramos desarrollar con los alumnos del nivel básico. La película fue producida en plena crisis financiera estadounidense, bajo el extendido temor corporativo de que Barak Obama cerrara el paso a la voracidad empresarial. Ahí, la propiedad privada parecería ser consagrada como la clave de la felicidad a través del personaje de Woody, mientras que la propiedad comunal, encarnada en Lotso, muestra pies de barro porque está basada en el despecho de quien fue sustituido por su dueña.

Esta interpretación permite aprovechar estos y otros conocimientos previos con los que cuentan muchos alumnos de secundaria, acerca de conceptos clave para la comprensión del bloque 3 del programa de historia “universal” del programa para segundo año (“De mediados de siglo XIX a principios de 1920”): utiliza el consenso masivo que logra un medio de información en principio más atractivo para los chicos que un libro de texto para cuestionarlo, criticarlo y evaluarlo a la luz del conocimiento científico que, en cambio, sí puede ofrecer la historiografía.
No se trata, como diría Marx, de intentar detener el desarrollo de las fuerzas productivas (que hoy incluyen las relacionadas con las tecnologías de información y comunicación) sino de apropiárnoslas y ponerlas al servicio del bien común, comenzando por desarticular el entramado ideológico que sustenta al engañoso encanto de un vaquerito de juguete.
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