por Carlos Betancourt Cid *
No cabe duda que el sábado primero de diciembre fue un día histórico para México. En la sesión del Congreso de la Unión, que duró aproximadamente dos horas, la palabra “historia” se pronunció en 14 ocasiones. En cuanto al término “pasado”, alcanzó ocho menciones. Al vocablo “histórico” solamente le correspondieron dos llamadas.
Aunque parezcan inapreciables, estos números evidencian que en los discursos de los legisladores la referencia a lo que pasó en tiempos idos —y a la mutua identidad que mancomuna a los que nacimos en este país, en el que la historia se encuentra desparramada en nombres de calles— no pasó inadvertida.

Así, la diputada Lucía Garfías Gutiérrez, a nombre del Panal, abrió su perorata con la siguiente reflexión: “hoy los mexicanos comenzamos a escribir un nuevo capítulo en nuestra historia”, referencia explícita a la apertura de una era, en la que el pasado no puede repetirse y que abre una ventana de oportunidad que tampoco debe ser dilapidada. En su alocución planteó la disyuntiva entre aquellos retrógrados que, acostumbrados a “mirar atrás”, verán renacer los problemas del pasado, sin tener posibilidades para atajarlos, porque las circunstancias actuales son distintas. Por otro lado están los que miran de forma anacrónica prácticas ideológicas como el nacionalismo y el poder de los bienes públicos, que atrasan el avance del país —problemática que el nuevo panorama planteado por la representante parece resolver al poner ante nuestros ojos una coyuntura de cambio que sea sensible ante el futuro.
En el discurso que correspondió al posicionamiento del PT, el diputado Ricardo Cantú Garza se expresó enérgico sobre el lastre que han significado los últimos treinta años dominados por el neoliberalismo, evidenciando el transcurso inmediato de nuestra historia y culpando del desastre a las recién finalizadas administraciones panistas. Y aunque parte de la reivindicación que sonó en la tribuna se centra en los protagonistas actuales como el movimiento Yo Soy 132, la referencia a la defensa del artículo 123 nos retrotrae al momento constitucionalista, del que su organización política pretende descender.
Pero va a ser en el discurso del senador Ricardo Monreal, a nombre del Movimiento Ciudadano, en el que, con una pericia oratoria distinta, se situó a la disciplina histórica en el centro de la discusión. Vale la pena citarlo ampliamente:
Una palabra resume lo que hoy, primero de diciembre de 2012, se inicia en el país. La restauración, la vuelta al pasado, el regreso en “u”. La etapa que hoy se inicia en el país está lejos, muy lejos del ánimo nacional que despertó el movimiento de independencia de 1810, el despertar cívico del movimiento de reforma liberal encabezado por Juárez o de la fuerza social que moldeó a la revolución de 1910.
Todo lo contrario, esta farsa de toma de posesión decembrina es fiel réplica de aquella de diciembre […] de 1823 donde un triunvirato conservador formado por Pedro Vélez, Luis Quintanar y Lucas Alamán, asume el control del gobierno. O aquella de 1853 donde López de Santa Anna es proclamado su alteza serenísima y es ungido presidente por onceava ocasión. O aquel día decembrino de 1876 donde Porfirio Díaz asume de facto por primera vez la presidencia de México, perpetuándose en ella más de tres décadas.
La motivación es más que elocuente. La ejemplificación del pasado, con personajes que han vivido denostados en el discurso ideológico, pero entendiendo bien la consecución de nuestras revoluciones, intenta marcar la diferencia para que el estrenado gobierno no se atribuya la herencia de aquellos que “sí” lucharon por México. Aunque la intención es relevante, lo cierto es que el maniqueísmo discursivo permanece como un arma letal.
La formalidad, con claras intenciones de alabanza se concentró en la participación, por parte del PVEM, del diputado Arturo Escobar Vega. Es sintomático del ambiente que rodeaba a la asamblea que comenzara indicando que el día que entonces transcurría significara para él y su bancada de enorme felicidad, ya que un inédito itinerario se inauguraba, en el que su partido se asume como protagonista. El cambio esperanzador que lo excitó se abre brecha gracias a la decisión del pueblo mexicano, que había mostrado una “gran madurez” durante el proceso electoral de 2012. El efecto inmediato será “un giro en la historia contemporánea de nuestro país”. No obstante, con perspectivas de un futuro promisorio, prefirió no hacer referencias explícitas al pasado, como si fuera posible borrarlo de un plumazo.
A continuación tocó el turno al vocero seleccionado por el PRD, Luis Miguel Gerónimo Barbosa Huerta. Las apostillas al ayer se hallan extrañamente ausentes, situación por demás paradójica en un partido que ha reivindicado con constancia los hechos históricos. En esa oportunidad, la insinuación al pretérito fue mínima, haciendo solamente alusión a la lucha que emprenderá su bancada contra una regresión a tiempos que merecen ser olvidados y que ahora se hallarían representados en la figura presidencial priista. Sin embargo, la crítica al pasado inmediato se concentró en la figura del presidente saliente, a quien se culpó de que “México [sea] el país de la desigualdad y la violencia”.
El siguiente en hacer uso de la palabra fue el senador Francisco Domínguez Servién, a nombre del PAN. En un principio alabó el desempeño de los dos últimos presidentes, pero excluyó proferir sus nombres: se concentró en destacar los supuestos logros obtenidos para tratar de empatarlos con los ideales y doctrinas de su partido, lo que repercute en intentar colocar sobre la mesa los fundamentos que cimentaron al PAN. No deja de llamar la atención que en su estrategia discursiva se hizo nuevamente mención a la necesidad de atajar las prácticas autoritarias del pasado (endilgadas inequívocamente al priismo histórico, pero omitiendo su citación explícita), sin tomar en cuenta, siquiera mínimamente, lo que pasó durante los dos sexenios recién terminados.
Por último, cerró la sesión el diputado Heriberto Galindo Quiñones, del PRI. En su arenga, la expectativa futura de mejoramiento es traza indeleble. Invitó a abrazar el “cambio transformador” para no arriesgarnos a quedar “a la saga del progreso y de la historia”. Empero, la convocatoria que expresó cuenta con “agarraderas” pretéritas, en las que las fechas coincidentes marcaron la “renovación” de su partido, con hitos como los que significaron los años de 1929, 1938 y 1946.
Una vez consumado el acto solemne en el Congreso, y tras tomar la protesta de ley, el recién ungido presidente dirigió un mensaje a la nación desde Palacio Nacional. En él se esgrimió como el mandatario que hereda y no niega las raíces históricas que nos han dado forma como nación: principalmente la reforma y la revolución. Pero no se quedó ahí: se asumió enfáticamente como un presidente democrático, con lo que despertó entre sus escuchas el anhelo que condujo a la lucha a Francisco I. Madero, cuyo espíritu rondó el acto. Lo contradictorio es que en las calles, donde el pueblo se manifestaba, lo que opacaba todo era la sombra de 1968.
Es el uso retórico de la historia. El parlamento que utiliza a la historia sea de izquierda o derecha como oficial. Nada novedoso. Por cierto, no hay ningun libro de historia que cubra desde Echevarría hasta Zedillo. ¿Alguna explicación?
Me gustaMe gusta