por Huitzilihuitl Pallares Gutiérrez *
En agosto pasado, algunos diarios dieron a conocer a través de sus páginas electrónicas —por ejemplo Milenio en la ciudad de México, Zócalo en Saltillo y Cambio de Michoacán en Morelia— la decisión del gobierno de California de aprobar la inclusión del tema de los trabajadores “braceros” en los programas de estudio de secundaria. La denominada ley SB 993 pretende que los estudiantes de los grados 7 al 12 de las escuelas públicas californianas conozcan la importancia de tuvo el trabajo desempeñado por miles de mexicanos en la economía estadounidense tras la falta de mano de obra a consecuencia de la segunda guerra mundial.

En efecto, entre 1942 y 1964 alrededor de 1.5 millones de mexicanos fueron empleados en el país vecino del norte tras un acuerdo bilateral entre los gobiernos en cuestión. Se calcula que fueron firmados poco más de 4.5 millones de contratos para desempeñarse como jornalero agrícola o trabajador del ferrocarril en Estados Unidos.
Con la inclusión del tema de los braceros en los programas de estudio, el estado de California recupera una historia ignorada en los libros de texto, y así reconoce la importancia de los millones de mexicanos en la historia de su localidad, pero también, y en general, en la historia de Estados Unidos. Es digno de llamar la atención el hecho de que tuvieron que pasar 48 años para lograrlo (en gran medida por las disputas legales para recuperar un fondo de retiro jamás pagado a los trabajadores). El estado al fin de cuentas posee las herramientas necesarias para difundir la explicación de la historia que más le sea de utilidad para sus intereses.
Esto nos lleva al problema del papel de los historiadores ante la creación y difusión de la explicación de la historia por parte del estado. En este sentido, en necesario que los historiadores recuperen —como dirían Peter Linebaugh y Marcus Rediker en The Many-Headed Hydra (en español, La hidra de la revolución)— “historias que han sido generalmente negadas, ignoradas, o simplemente no se han visto, pero que sin embargo, han configurado en profundidad la historia del mundo en el que todos nosotros vivimos y morimos”. Además, así podrá estrecharse el distanciamiento que existe entre el saber histórico académico y el que el resto de la sociedad conserva.
Este aspecto no es desconocido en la frontera en que la figura de Chávez ha sido emblemática al respecto. Habría que preguntarse qué ocurrió para que este reconcimiento fuera incluido ya que el activismo chicano es considerable en esta frontera.
Pero el caso no es el de recordar el pasado sino modificarlo. La historia del recuerdo no implica nada por mucho contenido o profundidad de estudio que pueda tener. Una historia así es digna de grandes bibliotecas y pastas gariboleadas y ya.
Primero habría que ver cuánto aportó la población emigrada y cuánto dejó de aportar en su país de origen. Qué ínfraestructura desarrolló en el vecino del norte y qué pudo haber generado más allá de los envíos económicos nada despreciables que se reciben de este lado. Es decir, realmente valorar lo que estamos perdiendo.
Si en el siglo XIX fue a dar gran parte de nuestro territorio hacia el expansionismo imperial del norte, ahora gran parte de nuestra mano de obra se va hacia el expansionismo económico y el imperio lo escribe en sus libros de historia como un reconocimiento que para muchos mexicanos es suficiente pero para los vecinos legitima su posición capitalista.
Una historia sin actuación es como una historia negada, oculta, ignorada, desconocida y es un documento más que atestigua el conformismo.
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