Pedro Salmerón Sanginés
En 2012, el historiador francés Christian Duverger quiso sorprendernos (a algunos sí los sorprendió) con la primicia: Bernal Díaz del Castillo no era el autor de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. No lo era porque sólo alguien tan guapo y tan listo como el propio Hernán Cortés pudo haber escrito ese libro. Y aunque no hay mejor ni más saludable refutación que la de José Joaquín Blanco, no está de más entrar en materia.
Guillermo Turner, historiador del INAH, recogió el guante y, sin mencionar al francés, publicó hace un par de años un librito (el diminutivo refiere a su extensión, no a su profundidad) en el que analizó cuidadosamente la obra del soldado cronista: La biblioteca del soldado Bernal Díaz del Castillo (México: El Tucán de Virginia-INAH, 2016). Dice así:
Algunos lectores […] han pensado que debido a que en su “crónica” muestra una destacada habilidad narrativa y a que en ella se mencionan libros, así como frases o argumentos y personajes históricos, épicos, religiosos y uno novelesco, su autor debió ser un “letrado” […]. Dichos autores contemporáneos no sólo pasan por alto la dimensión, complejidad y densidad de la “alta” cultura de esa época, sino que ni siquiera se han detenido a considerar los libros y contenidos a los que alude Bernal Díaz del Castillo en su crónica y, mucho menos, los tipos de vínculos que establece con dichas obras […]
Eso es lo que hace Turner: analizar puntualmente las obras que cita o los personajes y hechos históricos a los que Bernal se refiere, y la manera en que lo hace, a lo largo de su crónica. Es claro, evidente, que Bernal leyó a algunos “cronistas modernos” a los que cita y refuta, particularmente a Cortés, naturalmente, a López de Gómara y también a Gonzalo de Illescas y al “obispo de Chiapa, fray Bartolomé de las Casas”, cuyos textos refuta explícitamente en varios momentos. Todas esas obras, como demuestra Turner, estaban perfectamente al alcance del público interesado en su lectura.
Ahora bien: Turner también muestra que las referencias clásicas no implican necesariamente que Bernal haya leído los libros a que parece referirse, casi siempre sin mencionarlos explícitamente. De hecho, a lo largo del siglo XVI era normal, constante, comparar a Cortés con los héroes de la antigüedad… con ventaja para el extremeño. De modo que para hablar de Alejandro, Julio César, Aníbal, Escipión, Héctor, no era necesario haber leído a Plutarco, Suetonio, Polibio u Homero: bastaba con Gómara y dos o tres autores al uso.
Lo que sí conocían Bernal y otros soldados era el Amadís de Gaula: al ver la ciudad desde la calzada de Iztapalapa dice que se “parecía a las cosas de encantamiento que cuentan en el libro de Amadís”. No es sólo Bernal quien conoce a Amadís: es cultura común de los soldados. Hugh Thomas ha señalado que los títulos de los capítulos de Bernal se parecen mucho a los de Amadís, así como algunos finales de capítulos (Thomas es un vendedor de cuentas de vidrio, pero eso lo dejo para la siguiente entrega). También menciona cómo muchos soldados llamaban al capitán Pedro de Ircio “otro Agrajes sin obras, en el hablar”.
Tampoco había que ser particularmente culto para tener fresco en la memoria el Romancero español: era cultura popular. Y también parece evidente su conocimiento de la monumental historia de España (Primera crónica general…) preparada por órdenes del rey Alfonso X. Hay numerosas alusiones y comparaciones en la obra de Bernal para inferir que no era sólo de oídas que hablaba de la historia medieval de España, como sí lo parecen sus alusiones a César o Alejandro. Y Turner recuerda que el sabio rey de Castilla había instruido a los redactores no sólo escribirla en “lengua vulgar”: también que se dirigiera a cualquiera que entendiera a los juglares. Como dice Dominique de Courcelles, “Se considera que esa crónica era leída desde entonces por toda la gente de cultura mediana”. Y como Gómara, en la Historia de España se cita con frecuencia a Suetonio, Flavio Josefo, Julio César… y también se introduce en ella al “héroe popular”, que hasta cierto punto rivaliza con la figura del rey.
Por supuesto, las referencias bíblicas son también parte elemental de la cultura de la época, aunque Isabel de Castilla hubiese prohibido su edición en lengua vulgar… de la misma manera que la corona intentó prohibir reiteradamente —en vano— que Amadís de Gaula circulara en América.

Terminado el detallado y puntual análisis de las obras a que Bernal alude, hay tres testimonios que me parecen definitivos sobre la autoría de la Historia verdadera:
Uno. Alonso de Zorita escribió que cuando fue oidor de la real audiencia de los Confines (entre 1553 y 1556 o 1557), conoció a “Bernaldo Díaz del Castillo vecino de Guatimala […] y fue conquistador en aquella tierra y en Nueva España”, quien le dijo “que escribía la historia de aquella tierra y me mostró parte de lo que tenía escrito no sé si la acabó ni si ha salido a luz”.
Dos. En la probanza de servicios del adelantado Pedro de Alvarado, a petición de su hija Leonor de Alvarado, Bernal informa que tiene escrito un “memorial de las guerras” con que corrobora su testimonio de haber estado presente en la “conquista”.
Tres. Fray Juan de Torquemada, que por encargo del padre guardián del convento de Tlacopan viajó a Guatemala antes de 1582, dice que conoció a Bernal personalmente, en una edad avanzada, y que era persona de crédito, autoridad y verdad. Cuenta que conversó con él sobre la Historia verdadera…
Tres notas más: impecable la erudita consideración de Turner sobre el año en que Bernal habría terminado su libro (y aquí sí refuta directamente a Duverger). Irrefutable (tanto como eso puede serlo en historiografía) su respuesta final a la pregunta “¿Era Bernal Díaz del Castillo un letrado o no?”
Esta manera de referirse a los libros se debe en buen parte a que el conquistador no sólo no tiene el interés, sino que tampoco cuenta con el conocimiento, la cultura o la experiencia en el manejo de recursos para poder proporcionar una información precisa de los escritos aludidos con la claridad y pericia de quien posee una rigurosa formación libresca, propia de una “alta” cultura.
En las historias del siglo XVI, las hazañas de Cortés representan la parte medular de la historia de la “conquista”. Y Bernal, “a pesar de las constantes y sutiles críticas… no logra escapar del mismo esquema narrativo”.
A fin de cuentas, Bernal alude a una sola verdadera fuente de autoridad: su participación en los hechos y su memoria:
Más allá de la reivindicación que hace el autor de su propia memoria y de su petulancia en torno a ella, así como de sus pifias o desaciertos e impericia frente a los cánones de la historia culta y prestigiada, el importante papel que desempeña su memoria personal en la elaboración de su Historia verdadera es consistente tanto con la manera vaga en la que se vincula generalmente con los libros que menciona como con la forma desdibujada del uso de este tipo de fuentes en su propio texto.
Terminemos sin quemarlo: la ruta final que conecta al soldado-cronista Bernal Díaz del Castillo con el molinero Menocchio de Carlo Ginzburg es magistral, y nos permite rediscutir las nociones de “alta cultura”, cultura dominante u oficial, y “baja” cultura, o cultura “oral”, “subalterna”, “rural”, “popular”.
Me pregunto: ¿por qué le damos tanta importancia a Duverger y tan poca a Turner?
Excelente investigación de un verdadero profesional de la historia que se debe difundir ante la ignorancia de muchos jóvenes que nacieron bajo la bandera del neoliberalismo y creen que México nació cuando ellos llegaron al mundo. Felicidades.
Me gustaMe gusta
Gracias maestro, por tan interesante y puntual aporte.
Me gustaMe gusta