por Wilphen Vázquez Ruíz *
Suele decirse que la vida está llena de contrastes, que no hay absolutos y que las sociedades al igual que las personas evolucionan. Es cierto, y la historia está para demostrarlo. Nacido en 1923, en lo que entonces fuera territorio de Polonia y actualmente de Bielorrusia, Shimon Peres (Szymon Perski) encarna, como pocos estadistas de la historia reciente, las complejidades de la política interna de un país (en este caso Israel). Todavía más, encarna el tipo de confrontaciones que sólo pueden llegar a resolverse con una mezcla entre la persuasión que otorga la fuerza detentada y el deseo de la negociación para lograr un estadio de paz (que, no obstante, y sin llegar a ser ideal para ninguno de los beligerantes, puede ser preferible que la guerra perenne).
Desde 1943, cuando fue electo secretario del Movimiento Juvenil Sionista Laboral, hasta su muerte apenas hace unos días, Shimon Peres ocupó una plétora de cargos políticos muy destacados e importantes que contribuyeron, en mucho, por un lado, al afianzamiento del estado israelí en un entorno por demás hostil y, por el otro, a decisiones que siendo aparentemente contrarias a las iniciativas de paz que encabezó en torno a la cuestión palestina fueron rechazadas por amplios segmentos de la población, no obstante que respondieron a coyunturas muy específicas a las que él, en tanto político y estadista, debió enfrentar.
Deseo hacer hincapié en que, como historiador, mi comentario responde a una serie de consideraciones personales que corresponden a mi formación teórica y a mis intereses intelectuales. Ello no quiere decir, en absoluto, que lo que pueda ofrecer en este momento carezca de una postura en torno a este personaje ni mucho menos en torno al conflicto palestino-israelí. Sí, en cambio, busco enfatizar que para el entendimiento de lo humano, particularmente tratándose de asuntos contemporáneos, los historiadores no pueden partir de presupuestos ni bases teóricas que lo lleven a dictar un juicio absoluto y definitorio a favor o en contra de un individuo o una sociedad.
¿Cómo es que Shimon Peres representa un individuo con contrastes tan notorios que provocan tanto la exaltación de su persona como condenas terribles y ecos de alegría por su deceso? Una respuesta satisfactoria sólo puede ser formulada tomando en consideración tanto al propio individuo como a la sociedad de la cual formó parte, así como al contexto internacional que estuvo detrás en ese tenor muchas de sus decisiones.
Producto del rechazo al que fueron sujetos los judíos en diversas partes del orbe a lo largo de muchas centurias, el sionismo (como un movimiento político de alcances internacionales) apuntó hacia el establecimiento de una patria segura para la nación judía. Esto tendría lugar poco después del término de la Segunda Guerra Mundial cuando uno de los vencedores, Gran Bretaña, diera por terminado en 1948 su mandato sobre el territorio que hoy ocupan tanto Israel como Palestina y en donde se fundaría el estado de Israel. A partir de entonces, el nuevo país enfrentó en poco tiempo guerras que se proponían aniquilarlo y con ello “echar a los judíos al mar”. ¿De qué conflictos hablamos? Tan pronto se fundó el estado hebreo, el 14 de mayo de 1948, al día siguiente éste fue invadido por cinco de los estados árabes circunvecinos a los que derrotó en tan sólo un año. En 1956, ante las amenazas a Israel por parte de Gamal Abdel Nasser, presidente de Egipto, y sus aliados, así como por la nacionalización del Canal de Suez, Israel pactó una alianza con el Reino Unido y Francia que no sólo le aseguró la victoria militar, sino también la posibilidad de iniciar su propio programa nuclear. Después, en 1967, en lo que se conoce como la Guerra de los Seis Días, Israel derrotó de manera fulminante a una coalición formada por Egipto, Siria, Jordania e Irak. Más adelante, nuevamente con Egipto a la cabeza de una coalición anti israelí, se libró la Guerra de Yom Kipur. Estas conflagraciones, cabe señalar, también deben ser entendidas en el marco de la Guerra Fría en la que Estados Unidos apoyó a Israel en tanto que la otrora Unión Soviética hizo lo mismo con los países árabes involucrados. Por supuesto, la Organización de las Naciones Unidas desde 1967 se pronunció por la retirada de las fuerzas israelíes de los territorios ocupados tras la guerra de ese mismo año, pero de todos es conocido el resultado de tal resolución.
Evidentemente, las victorias hebreas en estos conflictos tuvieron entre sus consecuencias el afianzamiento del estado judío y la ampliación de su territorio en detrimento de sus contrincantes árabes y, particularmente, de los palestinos. De ahí en adelante, a parte de una serie de escaramuzas, muchas de ellas que podrían calificarse como “preventivas”, las principales acciones militares de Israel se enfocaron al combate contra las organizaciones clandestinas que pretendían devolver los territorios ocupados a los palestinos, quienes los habitaban antes de la creación del estado judío en 1948. La más importante de dichas organizaciones llegó a ser la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), comandada por Yasser Arafat. Esto, necesariamente, condujo al desarrollo de una cultura de “guerra y defensa” por parte del estado Israelí y de la mayoría de sus gobernados, tanto con respecto los países vecinos con los que llegó a combatir, como con respecto a los propios musulmanes que habitaban en su territorio.
¿Es de extrañar, entonces, que Shimon Peres habiendo ocupado (algunas veces en más de una ocasión) altos puestos políticos —entre otros tantos, Ministro y viceministro de Defensa, Primer Ministro y Ministro de Relaciones Exteriores— hubiera tomado las decisiones necesarias para armar al estado hebreo y autorizado la creación de una serie de asentamientos en donde se ubicarían miles de judíos que llegaron a Israel como resultado de migraciones masivas, amén del propio crecimiento poblacional de quienes ya radicaban en él? Opino que no hay, en efecto, nada de sorpresivo, con lo cual tampoco pretendo avalar las acciones violentas y desmedidas que el gobierno de Israel (apoyado por un segmento importante de sus gobernados, mas no todos), ha llevado a cabo como actos “preventivos” e incluso de defensa en contra de países vecinos y particularmente de la nación palestina que habita en su territorio. Empero, habíamos anunciado que hablaríamos de contrastes. Sigamos con ellos.
Si Shimon Peres hubiera sido sólo uno más de los hombres del gobierno israelí cuyo fin último hubiera sido la aniquilación total de los enemigos que asediaban al estado y pueblo judío, ¿por qué habría participado y encauzado tantos intentos por lograr una paz referente al conflicto palestino-israelí? ¿Por ego?, ¿por engaño?, ¿por obtuso? No, lo hizo porque fue la manera en que consideró que podría lograse un estado de paz. Ahora bien, ¿habría llegado a pensar esa paz como un estado ideal en el que todo mundo quedara conforme? La respuesta es tan obvia como lo refleja el asesinato de Isaac Rabín a manos de Yigal Amir, un estudiante judío perteneciente a la derecha radical de ese país que estaba inconforme con la entrega de territorios a los palestinos a cambio de un tratado de paz.
Sin dejar de considerar al Shimon Peres que equipó con armas tanto convencionales como nucleares al estado israelí, al que autorizó la creación de una serie de asentamientos y quien ordenó acciones “preventivas” o de defensa que significaron la muerte de muchos palestinos, no debemos ignorar tampoco al hombre que en 1993 (en los acuerdos de Oslo) logró sentar en una mesa de negociaciones no sólo a connotados representantes de los gobiernos ruso y estadounidense, sino (más importante) al primer ministro israelí Isaac Rabín y al propio Yasser Arafat, líder de la OLP, quien por décadas combatió al estado judío logrando escapar a múltiples intentos de asesinato y quien, no hay que olvidar, desde finales de la década de 1980 consideró un cambio en su postura ante un hecho irreversible e incontestable: por un lado la existencia del estado Israelita, y por el otro, la inevitable disparidad de fuerzas entre el tejido social palestino y sus líderes con respecto a sus homólogos judíos. Por supuesto, las negociaciones a las que nos hemos referido hace un momento se enfrentaron a una serie de obstáculos que han impedido a los involucrados llegar a mejor fin haciendo que la solución de este conflicto sea por demás difícil, aunque no imposible.
Concluyo este comentario señalando que en la historia, en efecto, no hay absolutos y una de las muestras de ello se refleja en un actor tan relevante como lo fue Shimon Peres. Sobre cómo abordar e intentar explicar este problema considero que solamente contando con un andamiaje teórico sólido y que contemple elementos y variantes tan complejos y extensos como los que la historia cultural y la historia social nos ofrecen podremos acercarnos a una interpretación que, sin dejar a un lado nuestra propia postura, se acerque lo más posible a un criterio de objetividad y se aleje de los comentarios tan bizarros que pueden leerse en contra y por la muerte de Shimon Peres. De esas opiniones a las que condenan o rechazan a un individuo por el color de su piel, su preferencia sexual o por su apariencia o capacidades físicas, sólo media un cambio de palabras y destinatario, mas un individuo consciente que se preste de serlo no puede caer en ello.
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