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Díaz Mirón y los estridentistas

por Arturo E. García Niño *

Primera postal

En 1925 Germán Lizt Arzubide editó en Puebla El pentagrama eléctrico, poemario de Salvador Gallardo (1893-1981) que incluía diez textos entre los que estaba uno llamado “Puerto” (también de 1925) que cerraba el libro de escasas 34 páginas no numeradas y que a la letra decía, y dice aún:

Poema 1

 

Segunda postal

En 1927, Ediciones Horizonte (Xalapa) publicó Poemas interdictos,  de Manuel Maples Arce (1900-1981), poemario que incluyó otro texto igualmente llamado “Puerto”, que a la letra decía, y dice aún:

Poema 2Gallardo no niega la cruz de su vanguardia y hace referencia a lo cosmopolita, a la modernidad que viene desplazando lo existente para instalarse ya de manera definitiva en el puerto: los medios de transporte como el tranvía, medios de expresión como la fotografía y el cine —Kodak y Mack Sennett—, el turismo cámara en ristre y bañándose en la playa… Pero aún hay rémoras: los zopilotes, muestra de la insalubridad que todavía existe, así como los cocuyos como presencias de la vegetación que resiste al concreto y al asfalto. Es el puerto rompiendo amarras al que los estridentistas, convertidos en vanguardia literaria celebradora y panegirista de la energía eléctrica, de los tranvías y de los cables de luz cruzando las ciudades, vislumbran y proponen con afán. El poema de Maples Arce mantiene los rasgos esenciales presentes en el de Gallardo, pero con el aporte distintivo de la sensibilidad y el background de alguien que ha estado cerca del mar durante gran parte de su vida.

Tercera postal    

El 25 de julio de 1926, el diario El Dictamen, bajo la cabeza “El Estridentismo, su Pontífice y sus Sacerdotes”, dedica al movimiento tres planas (8, 9 y 11) e incluye el poema citado de Gallardo. No se conoce hasta hoy fuente alguna que documente nada más acerca de la presencia del movimiento en la ciudad de Veracruz durante ese año ni en los anteriores o posteriores de la década de los veinte; ni se sabe que sus miembros hayan participado en sesiones literarias, en tertulias, que hayan impartido conferencias o que hayan tenido seguidores en ese primer territorio libre de la lógica formal que es el puerto de marras.

Quizás las tres planas dedicadas por el auto-designado “decano de la prensa nacional” a los estridentistas haya sido un hecho que debió sonar a provocación en la ciudad que era de tiempo atrás el coto de Salvador Díaz Mirón (1853-1928), cuestión que los estridentistas supieron de siempre. Esto posiblemente condujo a que optaran por “cederle la plaza” al enorme poeta cimiento del modernismo y concentrar su actuar en Xalapa, lugar que a fin de cuentas era el centro del poder político y donde se sentían arropados; era su cancha, ahí jugaban en casa, a tal grado que la capital veracruzana era llamada “estridentópolis”. Además, sabido es que el movimiento significaba también una expresión social revulsiva y vanguardista imbricada con el proyecto cultural de Heriberto Jara, en oposición a todo aquello que representaba un Díaz Mirón apoltronado ya en el conservadurismo político.

El vate que se bate    

Maples Arce contaría años después en su autobiografía (Soberana juventud [Madrid, Editorial Plenitud, 1967]) que durante su labor como diputado se había presentado desarmado, contra la costumbre de la época y de los  legisladores, a las sesiones de la legislatura del estado. Lo hizo a manera de protesta contra el pistolerismo imperante del cual el autor de Lascas era un conspicuo representante: amante de las armas, broncudo y duelista consuetudinario. Maples Arce también cuenta que, motivado por la agresión de Díaz Mirón a un alumno de la Escuela Preparatoria cuando el poeta era director de la misma —había agredido al estudiante dándole de cachazos con la pistola porque el muchacho, según el agresor, le “había faltado al respeto”—, dirigió un telegrama al presidente del Comité que por esos días le iba a hacer un homenaje al poeta y director del Ilustre Instituto Veracruzano, proponiendo que se le diera al homenajeado una pistola en premio por sus hazañas de violencia descritas. El homenaje se suspendió.

En el puerto y para la segunda mitad de los años 20, Díaz Mirón veía pasar el tiempo sin interés alguno desde sus setenta y muchos años de edad, ya instalado en el parnaso y en su ahora tradición que alguna vez había sido vanguardia. ¿Acaso más por pertinencia que por respeto, en aras de evitar fricciones y sabedores de que la figura de Díaz Mirón era totémica en el puerto, los estridentistas decidieron ir a Veracruz sólo como visitantes que hacían turismo, sin desarrollar ninguna actividad pública no por falta de ganas, sino porque el vate aún tenía mucha fuerza política en la ciudad? No lo sabemos.

Podemos aventurar, esto sí, que la versión del poeta del puerto dada a sus correligionarios y compañeros de tertulia en la cantina/café al aire libre del Hotel Diligencias en torno al homenaje fallido, seguramente no incluía el hecho de que los estridentistas, o mejor dicho Maples Arce, se habían opuesto a que se le galardonara. Y seguiría de tarde en tarde asistiendo a tomar la copa en el portal del hotel, luego de caminar las cuatro cuadras y media que había entre su casa —ubicada en Ignacio Zaragoza, entre Esteban Morales y Mariano Arista— y el lugar de la reunión cotidiana, siendo ya parte integrante y dato del paisaje citadino que atraía las miradas de quienes iban también de tarde en tarde, y especialmente los domingos, “a caminar por Principal”, como se decía entonces y continuó diciéndose muchas décadas más hacia adelante, tal cual lo recordaba ya viejo un por entonces niño:

Uno sabía que parte del castigo por haber hecho alguna travesura, por ser grosero, por sacar malas calificaciones… ¡vamos, por haberse portado mal!, incluía a fuerzas que no lo llevaran a caminar por Principal. Y uno se daba cuenta del tamaño de la falta cometida por el tiempo en que sólo caminaba por 5 de Mayo o Madero o cualquier otra calle del centro. Es que caminar por Principal era motivo de alegría, porque veías los aparadores y en una de ésas hasta te compraban algo, cualquier cosa, ya fueran golosinas o panes en el café de chinos o mantecados o volovanes al medio día o veías sentado en el Hotel Diligencias al poeta Díaz Mirón. Pero todo eso sólo podía hacerse caminando por Principal y, claro, si uno no estaba castigado  (Joel Rodríguez Saborido [Entrevista, 1981]).

¿Lo verían también alguna tarde ahí sentado, copa en ristre y pontificando en corro, Manuel Maples Arce y Salvador Gallardo al transitar Principal, antes o después de haber escrito sus respectivos “Puerto”? Sólo sabemos hasta hoy que no sabemos sí así fue, como no sabemos el porqué de la ausencia de los estridentistas en El Puerto, el único del mundo según los porteños, porque los demás, dicen, son simples y pinchurrientos embarcaderos.

 

Nota: Las pláticas con don Joel Rodríguez Saborido las llevé a efecto entre las décadas de los ochenta y noventa del siglo pasado.

Fuentes consultables: Para un panorama introductorio del Estridentismo puede consultarse Luis Mario Schneider, El estridentismo o una literatura de la estrategia (México: INBA, 1970); y Jorge Rufinelli, Escrituras invisibles (México: Universidad Veracruzana, 1983). Para los duelos de Salvador Díaz Mirón puede consultarse Humberto Aguirre Tinoco, Tenoya. Crónica de la revolución en Tlacotalpan (Xalapa: Universidad Veracruzana, 1988); y el clásico de Ángel Escudero, El duelo en México. Recopilación de los desafíos habidos en nuestra República, precedidos de la historia de la esgrima en México y de los duelos más famosos verificados en el mundo desde los juicios de Dios hasta nuestros días (México: Imprenta Mundial, 1936).

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