por Wilphen Vázquez Ruiz *

Hélène Maurel-Indart, Sobre el plagio, trad. Laura    Fólica (Buenos Aires:  Fondo de Cultura  Económica,   2014), 446 p.

… el acto plagiario es también un arma de eliminación de un autor, ya que lo priva de una parte de sí mismo al arrebatarle el fruto de su trabajo, de su imaginación y de su personalidad.

Uno de los problemas en torno a la productividad académica que ha llamado poderosamente la atención de este Observatorio de Historia (OH) reside en la práctica del plagio, llevada a cabo por académicos e investigadores —en diferentes áreas del saber— que, no obstante el desprestigio que puede implicar para el plagiario, aparentemente carece de consecuencias que desincentiven tan lamentable práctica.

¿De dónde viene esta costumbre? ¿Cuándo se originó? ¿Qué impacto y consecuencias tiene? Estas son algunas de las preguntas que Hèléne Maurel-Indart trata de resolver en Sobre el plagio, una lectura no sólo interesante sino también conveniente para entender la historicidad y la permanencia de este fenómeno, el cual afecta —las más de las veces sin saberlo— a todo tipo de profesores, investigadores o estudiantes a lo largo y ancho del mundo.

El estudio desarrollado por la autora nacida en Versalles en 1961, toma en consideración una serie de elementos que denotan la evolución que ha tenido el plagio cuya ejecución ha sido constante desde la antigüedad clásica. El espacio con el que contamos no nos permite ofrecer una reseña pormenorizada de esta obra; sin embargo, de ella tomamos algunos elementos que coinciden con nuestras propias inquietudes y preocupaciones por el problema que representa.

Hélène Maurel-Indart (Foto: renellatastrejo.tumblr.com)
Hélène Maurel-Indart (Foto: renellatastrejo.tumblr.com)

En el aspecto histórico, llama la atención que Maurel-Indart señale que en la antigüedad el plagio era cosa común entre los autores; que en la edad media en las abadías se presentaba una intensa actividad literaria en la que pocas obras especificaban la autoría de las mismas, situación que tampoco se vio favorecida con la aparición de la imprenta y el papel en el siglo XV.

Más adelante, explica la autora, personajes como Voltaire, Rousseau, Montaigne, Dumas o Chateaubriand, e incluso Shakespeare si se gusta, incurrieron en esta práctica en grados, intensiones y justificaciones diferentes, al igual que los resultados de los trabajos correspondientes a cada uno de ellos. Lo que Maurel-Indart resalta en este hecho es que para el siglo XVIII, ya se había conformado una conciencia en la que el individuo buscaba reivindicar para sí la propiedad de su obra. En el siglo XIX,  los criterios para asegurar la autoría de una obra se volverían más rígidos; no obstante lo anterior, incluso en los albores de la centuria pasada el plagio —entendiéndolo en un sentido y forma descarados— continuó siendo un fenómeno común. ¿Qué pasa en la actualidad?, pregunta la autora.

El plagio se yergue como un asunto confuso y ambiguo que se ve favorecido por factores diversos. Entre ellos se pueden contar el empleo de documentalistas por parte de “autores” de renombre, quienes fincan su autoría en el trabajo de otros; los intereses económicos que un editor o una editorial tienen en la publicación de una obra; los plazos que son impuestos a los autores para generar una obra y que no responden al tiempo requerido para la maduración de un trabajo intelectual; el desarrollo de herramientas tecnológicas que facilitan el plagio y que, usadas adecuadamente, dificultan la identificación del mismo. Esto por sólo citar algunos elementos entre los que tampoco debe soslayarse que, si bien a partir de la década de los 80 del siglo pasado esto comenzó a tratar de resolverse a través de acciones legales ventiladas por tribunales diversos, la práctica del plagio no ha podido ser contenida satisfactoriamente, ni mucho menos erradicada.

Ciertamente el panorama no es alentador, pero parafraseando un comentario contundente de Maurel-Indart, nuestra propia conciencia puede incitarnos a buscar alternativas y formar un frente común en contra de esta, insistimos, lamentable práctica, pues la autora francesa sentencia que el plagiario se equivoca al pensar que su hurto quedará oculto para siempre.

En ese sentido, algunas de las actividades más recientes del OH se han dirigido a intentar promover una cultura contra el plagio y sugerir acciones en las que las distintas opiniones puedan coincidir. Ello con el fin de que el plagio sea castigado de manera severa como corresponde a un delito en el que, si bien muchas de las legislaciones universitarias tienen contemplado, las sanciones y los mecanismos para que éstas sean ejecutadas son muy nebulosos; de la misma forma, deben establecerse los límites y diferencias que hay entre el actuar de un sinodal o quienes participan en la dirección de una tesis —obrando de buena fe— del autor que comete el plagio.

Es cierto —como señala Maurel-Indart haciendo referencia a autores como Borges, Foucault o Julia Kristeva— que la teoría de la intertextualidad muestra que todo texto no es sino un intertexto en el que muchos autores están presentes y que las ideas o las frases de uno o más de ellos pueden contar con una fuerza tan arrebatadora que, con frecuencia, terminamos apropiándonoslas. Sin embargo, en este contexto un posible plagio es fácilmente conjurado haciendo las referencias debidas en tiempo y forma pertinentes.

En cuanto a las acciones que lleve a cabo este OH sobre este penoso asunto, así como otras agrupaciones o eventos —como el Encuentro Nacional de Estudiantes de Historia 2015—, hagamos un exhorto a nosotros mismos y a otros a actuar de la manera debida y a participar en lo que nos sea posible.

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