por Wilphen Vázquez Ruiz *

En tanto disciplina científica, la historia requiere de bases teóricas que sustenten la metodología por la cual se rige y con base en la cual se seleccionan datos, fechas y nombres, se periodizan tiempos y se interpretan acontecimientos de índole variada, todo lo cual se ve reflejado en una historiografía que comprueba tales preceptos teóricos que, en principio, cabría pensar como capaces de abordar aspectos tan humanos como los sentimientos, entre ellos el odio.

¿Puede hacerse una historia del odio? De ser así ¿qué relevancia puede tener para nuestra disciplina? Al tratar sobre lo humano, la historia no puede desvincularse de los sentimientos que alberga una sociedad, los cuales reflejan una serie de condiciones muy complejas de seguir, entender y explicar. El odio, que como todo sentimiento elude una explicación científica y social, es uno de ellos siendo difícil de seguir en la historiografía convencional. Esto no obstante, no le resta importancia dada su presencia como resultado de la interacción política entre distintos actores sociales.

Masacre en Corea, P. Picasso, 1951.
Masacre en Corea, P. Picasso, 1951.

En espacios y grupos diversos constatamos su existencia, ya sea en un proceso de desafuero o en “el peligro para México”, lo mismo que en una “presidencia legítima” o en las pugnas internas de cualquier partido, no se diga en la indignación que provocan las así llamadas «reformas estructurales» ante el retroceso histórico que significan muchas de ellas, particularmente la energética. Esto por no hablar de diversos indicadores que reflejan, si no el odio, sí un profundo malestar y descontento social francamente inquietante. Piénsese simplemente en los más los 60 mil decesos relacionados con el narcotráfico.

Evidentemente, conforme el tiempo ha transcurrido han surgido alternativas para la interpretación de la historia que responden a coyunturas específicas. Entre ellas tres pueden auxiliarnos, en parte por la vigencia de las discusiones y bondades metodológicas que representan, y en parte por la importancia que otorgan a lo social y lo político. Nos referimos a  la historia social, la historia cultural y la historia conceptual.

La primera de estas corrientes nos ofrece un acercamiento y un compromiso crítico con la teoría, así como con otras disciplinas, especialmente agrupadas en las ciencias sociales. La idea general es que lo social no yace fuera de los actores y entornos en los que lo social es colocado; antes, la sociedad y lo social son vistos en términos de una construcción y ordenamiento de los actores y procesos involucrados, planteamiento por demás útil al tratar de entender la manera en que el poder es ejercido en cuanto a las conductas en todas sus formas, especialmente aquellas relacionadas con la política y el estado (Joyce Patrick, “What is the Social in Social History?”, Past & Present, 206 (2010): 213-248).

Por su parte la historia cultural surgió como una reacción a los estudios que habían excluido de sus contenidos algo tan importante como la cultura, que atraviesa temas de ciencia política, economía, psicología, antropología y que permite un acercamiento a los símbolos, sentimientos y formas de comportamiento característicos de una época (Peter Burke, What is Cultural History? [Londres: Polity Press, 2004], 152).

La historia conceptual da cuenta de las transformaciones semánticas de conceptos socio-políticos relevantes, haciendo hincapié en la forma en que evolucionan, reflejándose en la experiencia social concreta (Reinhart Koselleck, Historia-historia, trad. Antonio Gómez Ramos [Madrid: Trotta, 2004]).

Los sentimientos que los individuos albergan no deben ser cosa menor para la historia, máxime que no todos ellos pueden ser rastreados ni valorados a partir de expresiones tan sublimes como las que pueden presentarse en la música, pintura, cine o cualquiera otra expresión y que, no obstante, bien pueden ser un oscuro y perverso motor de la historia en tanto devenir. El emplear preceptos provenientes de las tres corrientes de interpretación mencionadas no sólo responde a la necesidad de que la teoría de la historia se renueve constantemente, acercándose así a un criterio de objetividad y un conocimiento cada vez más afinados, sino también a que las sensaciones también son parte de la naturaleza humana y deben ser comprendidas en nuestro conocimiento como individuos y como miembros de un tejido social. Pensemos en ello.

1 comment on “Historiar el odio

  1. Rafael Guevara Fefer

    Es indispensable definir que se entiende por historia social, cultural y conceptual con rigor y con la voluntad de hacer mejor historia, al mismo tiempo se precisa de no olvidar que la nombres propios que identifican un modo de hacer historia tiene historia y son producto de las dinámicas académicas y disciplinarias. Tampoco debemos olvidar que el enfoque cultural, por ejemplo y de modo arbitrario, podría ser tan viejo como las obras de Jacobo Burckhardt. También resulta útil tener presente que la definiciones del norte anulan la experiencia del sur. En nuestra latitud, algo muy cercano a eso que llaman historia cultural, la han venido haciendo aquellos que escribieron el célebre «De eso que llaman antroplogía» , sus maestros y sus alumnos.

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