por Rafael Guevara Fefer *
El viajero mundano que anda a ras de suelo y que suele usar la ruta uno del metrobús de la ciudad de México, que somos todos o que puede ser cualquiera, es el destinatario en movimiento de programas de televisión hechos a la medida del trajín citadino. Esa tele tiene una múltiple vocación: informa, divierte, distrae o educa. Así es posible que el pasajero pueda disfrutar de una canción, enterarse de que cebolla y cilantro tienen propiedades antibióticas, observar cómo actores profesionales hacen bromas a transeúntes o contemplar espectáculos varios.

El pasado 6 de junio, alrededor de las horas en las que empieza hacer hambre y con un calor que agobia, el usuario que decidiera poner atención al monitor de la tele del camión que viaja por el centro de la larguísima avenida Insurgentes hacia el sur, pudo recibir un lección de historia antigua a través de un atractivo programa de dibujos animados, en el que pudo aprender todo lo que quería saber y temía preguntar sobre la cultura griega antigua, la cual —según el discurso expuesto— es la matriz de la cultura actual y de la historia universal. Por supuesto, el guión del programa ignoraba que, además de los griegos, otras viejas fuentes nutricias de nuestra cultura contemporánea vinieron de los llamados por accidente, Medio Oriente, Lejano Oriente y de las Américas, la nuestra y la de los gringos.
Los simpáticos dibujos animados daban vida a las primeras ciudades estado helenas, muy originales, pues alrededor de éstas solo había imperios despóticos. No faltó Atenas con sus pensadores, sus artistas, su arquitectura y hasta un Pericles con voz pueril afirmando ser el mejor gobernante de la ciudad. Tampoco faltó Esparta y su famosa disciplina sobre la cosa pública y sobre los cuerpos de los ciudadanos.
Nuestra tele urbana, exponía, en medio del tráfico y las cuitas propias de un viaje en transporte público, que la diferencia radical entre los griegos y las otras culturas era que los primeros inventaron la democracia, es decir, un gobierno del pueblo y para el pueblo. El argumento filosófico de esta forma de gobierno era rotundo: todos los hombres pueden tener la virtud para elegir gobierno y para gobernar. Es así que rodando en la calle se difunden, con gran esfuerzo fílmico, historias lejanas en el tiempo, comprometidas con el manido y criticado relato de la historia universal, en el que occidente y sus pininos son el origen de lo que vale la pena hoy y que debe ser preservado —como la democracia.
Creo que elegir gobiernos democráticamente debe ser una realidad y es una aspiración loable y sensata. Pero, ¿de qué nos sirve a los ciudadanos elegir presidentes municipales, presidentes de los otros, delegados, diputados y senadores, si nadie nos va preguntar cómo y a quién elegir para ser presidentes de corporaciones como Monsanto, Procter and Gamble, General Electric, Gold Corp. Inc., Pfizer, Boeing, Sony, Apple, Ford, Nestle, Shell y sus hermanas Tetra Pack, Swiss Re, Bancomer, Telmex, Toyota, DuPont, Televisa, Bayer, CNN, MetLife y tantas otras empresas trasnacionales que tratan de decidir cómo deben vivir los ciudadanos, que antes que nada y después de todo son consumidores sin importar su pasaporte?
Con todo, el gran pero que le pongo a los dibujos animados históricos que me ayudaron a pasar un mejor rato en el transporte público es que los demiurgos que los inventaron olvidaron o ignoraron informar que cuando los griegos inventaban la democracia, también anduvieron perfeccionando la esclavitud y la servidumbre; que la democracia era el gobierno de un pueblo que tenía esclavos. Hoy en día, los herederos más conspicuos de la cultura griega forman estados que tienen ciudadanos virtuosos con derechos plenos y migrantes que solo tienen derecho a trabajar, y entre sus fronteras clandestinamente habitan mujeres y hombres que padecen esclavitud sexual.
¿Y quien consulta a los alumnos para poner a los mejores profesores? ¿Y quien consulta a la comunidad universitaria para poner al mejor rector o director de la facultad? ¿Hay democracia en la UNAM? y por otro lado ¿Por qué no influyen para que los historiadores hagan videos que sean exhibidos en el Metrobus o en el Metro? Hay que salirse de la academia y hacer una mejor difusión de la historia.
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