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Las cuentas de Chávez

por Luis Fernando Granados *

(Gracias a Kenya Bello por la idea.)

Era inevitable: para las buenas conciencias, la muerte de Hugo Chávez ha sido recibida como un alivio; para las otras, en cambio, se trata nada más y nada menos que de una tragedia. Aquéllas se han lanzado a recordar los múltiples desplantes del comandante, el estado lamentable de las calles de Caracas y la mala administración del presidente muerto (véase por ejemplo esta nota de El País). Éstas comienzan ya a erigirle monumentos, encomian el carácter profundamente transformador de la revolución bolivariana y se preparan para resistir la ofensiva restauracionista (véase por ejemplo este texto de Greg Grandin en The Nation). Como durante los catorce años de su gobierno, las palabras, los destellos verbales, dominan el espacio mediático alrededor de Hugo Chávez como si fueran entes de carne y huesos, como si fueran algo más que herramientas para aproximarse a la realidad. Se ha impuesto así una lógica episódica, teatral, absolutamente política para la comprensión de un fenómeno cuya complejidad no puede limitarse al insulto o a la canonización.

Hugo Chávez en 1992. (Foto: El Universal.)
Hugo Chávez en 1992. (Foto: El Universal.)

Sería ingenuo, sin embargo, esperar que las cosas hubieran podido ser de otra forma. Y no porque Chávez haya sido particularmente polémico, grosero o seductor. Es que en casi todos los ámbitos de la vida social los adjetivos y las opiniones han terminado por ocupar el lugar que se suponía que debían ocupar los sujetos (en las frases) y los argumentos (en las explicaciones). Entre más subida de tono la frase, entre más cargada de tinta la inscripción, parecería que se consigue mejor el efecto buscado, que de este modo no puede ser más que un gesto. Lo cual es como decir que, más que en la época de la reproducción mecánica, estamos de regreso en el tiempo de Tucídides: la retórica, en efecto, ha vuelto por sus fueros.

En cierto modo, esto supone que las ciencias sociales —las ciencias sociales “clásicas” por lo menos— han dejado de cumplir la función que se autoadjudicaron hace poco más de un siglo. Si las opiniones valen más que los argumentos, si los relatos convencen más que la disección de los fenómenos, entonces esa manera de generar conocimiento con que alguna vez soñaron la economía o la sociología es socialmente tan útil como la alquimia o la cartomancia. Y quizá todavía menos, dado que tanto la economía como la sociología, y a veces la historia, se entienden con las matemáticas de un modo que resulta incomprensible para casi todo el mundo, dada la extensión, la profundidad del anumerismo —el término es de John Allen Paulos— en las sociedades contemporáneas.

Porque en el número radicaba buena parte del sex appeal de esas disciplinas. El número, en efecto: o sea el bulto, lo agregado, lo impersonal, la visión de conjunto, la perspectiva larga. Lo que a veces se pasa por alto es que, de manera explícita, la estadística buscó desde el principio superar lo anecdótico y lo episódico. Mientras que la subjetividad desplegada en un relato producía un conocimiento fragmentario, especulativo y hasta cierto punto incomunicable —o sólo transmisible de manera literaria—, la estadística quiso construir una mirada colectiva, secuencial pero no narrativa y en gran medida transparente, precisamente porque era artificial. En una palabra, quiso reducir las palabras, los adjetivos, a simples componentes de estructuras (argumentales) más vastas y potencialmente más sutiles.

Desde ese lugar, por ejemplo, hubiera carecido de sentido preguntarse si Chávez fue un populista o un revolucionario. El número no permite caracterizaciones tan simples. Hubiera obligado en cambio a plantearse preguntas más complejas y a elaborar argumentos de otro tipo: porque si bien es cierto que, como muestra este informe de la Cepal (pp. 53-54), Venezuela es el país latinoamericano donde más se redujo la desigualdad distributiva en la primera década del siglo XXI, y el único —junto con Uruguay— en el que el ingreso del 40 por ciento más pobre de su población representaba en 2010 más del 20 por ciento del total, también es cierto que el índice de Gini venezolano es y ha sido apenas un poco más bajo que el del resto de los países de la región (hoy todavía, la segunda más inequitativa del mundo), incluidos algunos bastiones del neoliberalismo como México.

* Profesor de tiempo completo, Departamento de Historia, UIA

2 comments on “Las cuentas de Chávez

  1. Rosendo Marín

    Para ser congruentes y coherentes en el discurso, habría sido justo que una investigación con los elementos que propone hiciera el análisis histórico del periodo (o periodos, si hablamos de los tiempos constitucionales venezolanos) de gobierno de Hugo Chávez y no sólo entresacar un reportaje o un informe porque sino lo que queda es la percepción de reproducir un comentario que maneja los mismos criterios de la propaganda norteamericana respecto a Chávez

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  2. Pharsiffal

    Eduardo Galeano: – Hugo Chávez es un demonio. ¿Por qué? Porque alfabetizó a 2 millones de venezolanos que no sabían leer ni escribir, aunque vivían en un país que tiene la riqueza natural más importante del mundo, que es el petróleo. Yo viví en ese país algunos años y conocí muy bien lo que era. La llaman la «Venezuela Saudita» por el petróleo. Tenían 2 millones de niños que no podían ir a las escuelas porque no tenían documentos. Ahí llegó un gobierno, ese gobierno diabólico, demoníaco, que hace cosas elementales, como decir «Los niños deben ser aceptados en las escuelas con o sin documentos». Y ahí se cayó el mundo: eso es una prueba de que Chávez es un malvado malvadísimo. Ya que tiene esa riqueza, y gracias a que por la guerra de Iraq el petróleo se cotiza muy alto, él quiere aprovechar eso con fines solidarios. Quiere ayudar a los países suramericanos, principalmente Cuba. Cuba manda médicos, él paga con petróleo. Pero esos médicos también fueron fuente de escándalos. Están diciendo que los médicos venezolanos estaban furiosos por la presencia de esos intrusos trabajando en esos barrios pobres. En la época en que yo vivía allá como corresponsal de Prensa Latina, nunca vi un médico. Ahora sí hay médicos. La presencia de los médicos cubanos es otra evidencia de que Chávez está en la Tierra de visita, porque pertenece al infierno. Entonces, cuando se lee las noticias, se debe traducir todo. El demonismo tiene ese origen, para justificar la máquina diabólica de la muerte.

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