por Wilphen Vázquez Ruiz *
Actualmente la población mundial supera los 7 mil millones de personas, de las cuales el 49.09 por ciento son de sexo femenino. Esto señala que la mitad del presente humano ha sido creada y vivida por las mujeres; no obstante, tan sólo con algunas excepciones notables su incorporación a la vida pública, laboral, política, cultural y científica ha sido más bien reciente. Lo anterior puede verificarse a partir de algunos indicadores como son el reconocimiento del sufragio femenino y su incorporación a la educación superior. La celebración mañana del día internacional de la mujer —mismo que fue establecido por la Organización de las Naciones Unidas apenas en 1977— es un buen pretexto para reflexionar al respecto.
En lo que toca a nuestro país, el derecho de las mujeres a sufragar no fue plenamente reconocido y otorgado sino hasta 1953, por lo que este fenómeno se presentó con cierto retraso en México. Los primeros éxitos en esa materia se lograron en ciertos países europeos desde la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX así como en algunos países americanos como Canadá (1918), Estados Unidos (1920), Uruguay (1927), Brasil (1932). A pesar de lo referido, todavía alrededor de los años cincuenta del siglo pasado en la mayor parte de los países del orbe la mujer figuraba sólo en los espacios a lo que “tradicionalmente” se le había relegado, como el interior de su núcleo familiar o el del empleo doméstico con familias más acaudaladas, aún cuando su papel en la producción de distintos bienes y manufacturas había sido relevante —que no bien correspondido— en los espacios fabriles durante la segunda revolución industrial y los conflictos bélicos mundiales. Aunque fuera de manera lenta, estos fenómenos darían un impulso decisivo a los movimientos de reivindicación femenina en los años sesenta y setenta del siglo XX, al menos en buena parte de los países occidentales.
Respecto de lo anterior, Eric Hosbawm —en su Historia del siglo XX— nos recuerda que precisamente en la década de 1960 confluye una vasta serie de transformaciones sociales y descubrimientos científicos y tecnológicos que, aprovechando la sinergia de los periodos anteriores, permitió la incorporación de las mujeres a diversos aspectos de la vida pública. Indudablemente, esta situación no daría marcha atrás en un proceso que está lejos de haber terminado, como lo demuestran los ámbitos político, de educación superior y salud reproductiva en nuestro país.

En lo tocante a la política, aún cuando les fue “concedido” el sufragio universal en 1953, la igualdad jurídica de las mexicanas con respecto a varones no se logró sino hasta 1974. A pesar de ello, su presencia en el Congreso de la Unión fue más bien reducida, fenómeno que hemos compartido con varias regiones, como señala Miguel Carbonel (del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM): mientras que el promedio mundial de parlamentarias ronda el 12 por ciento, en Europa se ubica sobre el 15 por ciento al tiempo que en los países islámicos es apenas significativo. Cabe señalar que, en México, sólo en la LVII legislatura (1997-2000) se llegó al 16 por ciento, a pesar de que en 1996 el Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales fijó una cuota no menor de 30 por ciento de los escaños ocupados por personas de un mismo sexo, y ello después de que la Suprema Corte de Justicia desechara los argumentos de inconstitucionalidad de las cuotas de género promovidos por Acción Nacional.
Cabe señalar que, para la última elección federal, el Cofipe fijó una cuota de género no menor al 40 por ciento de las candidaturas al Congreso, ya fuera por mayoría relativa o por representación proporcional. En la legislatura que opera actualmente, al menos en principio, las legisladoras ocupan el 37.2 por ciento de los escaños.
A nivel educativo, la presencia femenina ha tenido quizá mejores indicadores. Por ejemplo en la UNAM, de la población total de estudiantes, de 2000 a 2011 promedia el 51.1 por ciento (es superior a la mayoría desde 2001); a nivel licenciatura su presencia promedia el 51.6 por ciento y en posgrado alcanza el 46 por ciento. En lo que toca a titulaciones, en licenciatura las mujeres representan el 57 por ciento y en posgrado el 47 por ciento, con un porcentaje máximo del 50 por ciento en 2011.
Si bien todo lo anterior es positivo y deseable, no debemos ignorar que, a pesar de promediar mayor nivel educativo, las percepciones económicas de las mujeres son significativamente menores; que la violencia física, psicológica o económica alcanza,según el INEGI al 44.8 por ciento de ellas; que las defunciones femeninas con presunción de homicidio aumentaron en un 106.2 por ciento entre 2010 y 2007; que las pérdidas económicas por esta violencia, según la Organización Mundial de la Salud, ronda el 2 por ciento del PIB —sin hablar de las repercusiones físicas y psicológicas de quienes sufren este flagelo.
Termino reiterando la necesidad que hemos mencionado antes sobre la pertinencia de la historia contemporánea. Es imperativo aproximar nuestro análisis a la situación de la mujer ya que puede ofrecernos mucho para comprender la complejidad del problema e idealmente construir estrategias para resolverlo. La mitad de los seres humanos no puede ser relegada ni, mucho menos, violentada.
* Profesor de asignatura, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM
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