por Fausto Arellano Ramírez *
El 16 y 17 de enero, Reforma y El Norte publicaron dos reportajes en donde se acusa de tener tendencias fascistas a un par de funcionarios. Ambas notas señalan a Carlos Roger Priego Huesca, “asesor B” de la Comisión de Desarrollo Metropolitano, de estar vinculado al grupo fascista Despierta México, organización fundada por Juan Iván Peña Neder, ex funcionario de la Secretaria de Gobernación y ahora preso en el penal federal de Matamoros acusado de violación. (Pueden leerse aquí y aquí.) De estas notas llaman la atención dos cuestiones. En primer lugar, hace evidente la existencia de comportamientos racistas e intolerantes en un país en el que éstos son negados. En segundo lugar, Peña Neder incluye a José Vasconcelos en una lista de personajes “ilustres”, entre Hitler, Mussolini y otros.

En un artículo publicado en La enseñanza de las ciencias sociales, Jesús Domínguez le atribuye a la docencia de la historia la capacidad hacer florecer la tolerancia entre quienes esparce sus semillas. Sin embargo, ¿es la historia capaz de fomentar estos valores por si sola o necesita valerse de otros mecanismos para poder lograr este objetivo?
Según Mónica Moreno Figueroa, el racismo en nuestro país se manifiesta en prácticas cotidianas y el hecho de que estas prácticas queden al margen del discurso oficial lo hacen pasar inadvertido para el grueso de la población. La idea de “mejorar la raza”, cuyo objetivo es el blanqueamiento paulatino de la gente, es una prueba del racismo cotidiano que se vive en México: la cotidianidad del racismo se desarrolla de manera concomitante con la construcción de identidades. Por su parte, Alan Knight afirma que el racismo en México entre los años 1910 y 1940 tenía una “dimensión omnipresente”.
Dicha cotidianidad se ve fortalecida gracias a un discurso oficial que pretende homogenizar a la población en este aspecto, partiendo de la idea de que el mexicano es mestizo per se y, por lo tanto, es inconcebible la discriminación en función de la raza. Sin embargo, para la autora el mestizaje supone un “lugar de privilegio” contradictorio, flexible y yuxtapuesto a la identidad nacional. Esta flexibilidad se explica gracias a que los individuos que tienen o hacen uso de estas actitudes cotidianas de racismo suelen ser víctimas de ellas. Por ejemplo, Marisol de la Cadena manifiesta que es coherente que coexistan prácticas discriminatorias con la negación del racismo. Estas prácticas son activadas en un contexto determinado, dándole un carácter mutable. En el caso particular de las poblaciones negras en la costa del golfo de México, Anath Ariel de Vidas y Odile Hoffman señalan que estas poblaciones son integradas a la lógica mestiza al mismo tiempo que desaparecen de las categorías de mestizaje.
Cabría preguntarse si en el caso mexicano la enseñanza de la historia sería suficiente para librar estos escollos por sí misma, o necesita de otros mecanismos para poder erradicar un problema que no es visible para la mayoría de la población.
Diametralmente opuesto es el segundo punto —la invocación de Vasconcelos—, en el que la enseñanza de la historia juega, desde mi punto de vista, un papel importante, en tanto que la tendencia discriminatoria es explicita y hasta evidente (según la nota periodística, Priego Huesca subió fotos a su cuenta de Facebook en donde muestra una cruz celta en una reunión en Chile). Sin entrar en un análisis formal del pensamiento de José Vasconcelos ni mucho menos, es posible que con la enseñanza de la historia sea fácil ubicar a este pensador mexicano en una tradición que se origina en el siglo XIX, para mostrar que sus ideas son incompatibles con la noción de superioridad aria en la que se inscriben tanto Peña Neder como Priego Huesca —por más que en su vejez Vasconcelos haya simpatizado con el fascismo europeo.
Independientemente de las particularidades de cada pensador, el indigenismo pone en el epicentro de los problemas naciones la cuestión del indígena frente a los “no indios”, adjudicándoles una situación de inferioridad propiciada por éstos. Vasconcelos es parte de una corriente en la que se insertan desde Francisco Pimentel a Justo Sierra. Según Pimentel, la nación seguirá en una zanja mientras los indígenas sigan al margen de la sociedad y del progreso, producto de la colonización española, aportando al retraso de América frente a las potencias europeas. Andrés Molina Enríquez pensaba que la unión de ambas razas, la europea y la indígena americana, darían como origen un individuo con la capacidad de sustituir al hombre anglosajón.
Entonces, ¿en qué medida la historia sirve, y hasta cierto punto es necesaria, para poder sortear los obstáculos de la intolerancia?
* Facultad de Filosofía y Letras, UNAM
Creo que en la medida en que veamos históricamente las consecuencias de ese racismo
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