por Israel Vargas Vázquez *
En aquel lejano año de 2004, un importante sector de la población de San Juan Teotihuacán observó cómo la amenaza comercial de una trasnacional estadounidense se volvió realidad. Todavía recuerdo cómo a unos escasos cincuenta pasos de mi casa comenzaron las obras para levantar una sucursal de Wal-Mart en su modalidad de Aurrerá.
En aquel entonces la población se dividió en dos facciones: la defensora del proyecto comercial y la defensora del patrimonio cultural. Aún recuerdo las pancartas que alrededor de la obra aparecieron exponiendo las razones a favor y en contra, como aquella que agradecía al supermercado su llegada y con letras mayúsculas concluía: “Viva el progreso y la generación de empleos.” Ante la impasible mirada de los opositores el proyecto se llevo a cabo. Pero no hemos de olvidar que la estructura no tuvo un nombre exterior sino hasta cinco meses después de inaugurada.
Ocho años después, el país se entera, debido a The New York Times, algo que los pobladores del municipio de Teotihuacán ya conocíamos: la red de sobornos, la corrupción del gobierno que proveyó de apoyo y seguridad a la construcción, la legalización del levantamiento por parte del INAH que otorgó los permisos.
Sin embargo, algo que debemos notar de los medios de comunicación que han enfocado su atención sobre el caso es que marcan a Wal-Mart como la corruptora, la completa culpable de que esto ocurriera, eclipsando el papel que tuvieron los miembros del gobierno municipal y los arqueólogos del INAH de ser cómplices principales de este atropello contra la nación. Esta práctica de ofrecer unos dólares más para establecer sus tiendas ha sido recurrente en varias partes del país y con la misma fisionomía (véase aquí el articulo de Mónica Mateos-Vega del 10 de enero pasado, en La Jornada, donde detalla estos hechos). Y todos sabemos el daño a la economía y al patrimonio cultural que esto ha provocado.
Este hecho es un buen pretexto para cuestionarnos dentro de nuestra disciplina qué es la corrupción. ¿Cómo abordamos el ejercicio de la corrupción desde la investigación histórica? ¿Cómo tratamos este dañino fenómeno social en el aula de clases de la asignatura de historia? ¿Qué enfoque le damos en los libros, en los museos y en las revistas a la corrupción?
¿Por qué hago estas preguntas? Por la sencilla razón de que esta práctica forma parte de nuestra vida social. Es algo cotidiano, que nos duele ver y nos duele más ser parte de ella (como agentes activos o como permisivos). Luego entonces, ¿cuándo la corrupción va a convertirse en un objeto de estudio dentro de la historia y las ciencias sociales? Es claro que dentro de la ciencia de la historia no podemos responder con certeza, pero con un puente multidisciplinario es posible explicar por qué la corrupción ha sido un hecho recurrente en el pasado, que ha determinado bastante los hechos políticos y sociales que a la postre se vuelven históricos.
Si podemos aportar respuestas desde nuestra actividad intelectual y nuestra reflexión crítica acerca de este cáncer social, sin olvidar su dimensión histórica, creo que podemos ser más útiles para nuestra sociedad. El primer paso es reconocer que en lamentables ejemplos como el de Teotihuacán, al señalar a los culpables con nuestro dedo índice existen tres dedos que nos señalan a nosotros como cómplices (quejosos) del deteriorado estado de nuestro tejido social.
* Maestría en Docencia para la Educación Media Superior, UNAM
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