por Alejandro Herrera Dublán *
Hace cerca de 25 años, cuando cursaba la secundaria, saludar a la bandera de manera incorrecta, no cantar el himno o desatender a la recitación de efemérides durante una de las casi siempre puntuales ceremonias cívicas era algo que sólo uno o dos de mis compañeros de grupo se atrevían a hacer —invariablemente, aquellos que tenían problemas académicos y conductuales (¿acaso apóstatas de la “renovación moral” de esos años?).
Hoy, durante las esporádicas ceremonias a las que —cuatro sexenios de neoliberalismo después— asisto como docente, destaca a la inversa una proporción semejante de alumnos que se mantienen quietos mientras éstas duran, lo cual por supuesto no es sinónimo de respeto. ¿Qué pasará dentro de cinco o diez años más? ¿Se atreverá alguien a modificar el sentido, los propósitos o las formas de un culto tan falto de significado?
Entre los desvaríos manifiestos del estado en materia de enseñanza de la historia, (como el de la ley sobre el escudo, la bandera y el himno nacionales” en su artículo 21, que pretende hacer obligatorio entre los estudiantes el “culto y profesión de respeto” a la bandera), la irreflexiva imposición de estas tradiciones por parte de autoridades educativas, el acrítico significado popular de lo patriota y la vital —aunque no del todo orientada— rebeldía estudiantil frente a liturgias huecas, queda la sensación de que, a pesar del intento de imponerle sentidos, la historia, por ser vida, se escurre de manera insospechada entre los dedos de sus manipuladores.

Los alumnos de secundaria ya no creen, por ejemplo, que —como dice el himno mexiquense— “el estado de México es una prepotente existencia moral” (y todavía menos cuando se enteran de la existencia del grupo Atlacomulco; ¿por eso o no cantan el humno o se burlan al escucharlo?), ni atienden a recitales memorizados del pasado remoto y oscuro. Pero están prestos a preservar de la muerte que da el olvido a los 49 niños que fallecieron en la guardería ABC cuando se organiza una ceremonia para recordarlos.
La historia, por ser humana, también es construcción común; de ahí que un momento de reunión y reflexión compartida dentro de cualquier comunidad sea necesario y beneficioso. Por ello, lejos de proponer la desaparición de las ceremonias cívicas, parece algo mejor emplear esos eventos de una forma vital, crítica, significativa y mucho más comunitaria. Puesto que la ligazón entre enseñanza de la historia y el culto a los símbolos patrios es uno de los lastres más retrógrados con que el estado, en materia educativa, demerita este saber, los historiadores tenemos en este campo mucho que pensar, proponer y hacer.
Buenos días profe Alejandro:
El sistema educativo actual apuesta por el aprendizaje significativo ¿en dónde queda tal paradigma en unos símbolos patrios que han perdido su valor original?
El único momento en que las efemérides toman importancia es cuando al viajar en autobús los federales o los de migración, te confundan con un centroamericano y te cuestionan sobre fechas históricas importantes para nuestro país -que estoy segura que ni ellos se las saben- y si no respondes correctamente, te bajan y eres detenido.
Coindido con usted en el hecho de que hay una gran labor que llevar a cabo por parte de los historiadores y todo aquel docente que tiene que enfrentarse a impartir una clase de historia -aunque no sea su perfil- para vencer la apatía de nuestros jóvenes a participar en las ceremonias cívicas. Aunque no soy experta en la materia, le puedo decir que la misma deriva del significado muerto que posee el culto a los mencionados símbolos.
Usted lo ha mencionado, la historia es vida y una de sus características es el dinamismo, entonces; por qué no atribuirle un significado actual -sin dejar a un lado el pasado- a cada uno de esos símbolos patrios. Uno que nuestro joven estudiante no olvide porque es importante para él.
Por ejemplo el color rojo en nuestra bandera significa la sangre que derramaron nuestros héroes patrios ¿no pódría también representar la sangre de la gente inocente que ha muerto por culpa de la negligencia, corrupción o inseguridad que hay en nuestro país derivado de la ineptitud de las personas que éstán gobernando actualmente? En el caso del color blanco representa la pureza de nuestros ideales ¿de quienes? de nuestros políticos, lo dudo mucho más bien serían los ideales de las personas que tienen el valor de manifestarse -como los normalistas de Michoacán- por defender lo que consideran que es justo.
Perdón, creo que me extendí demasiado y como se lo dije a una amiga en común, si estoy en un error, le pido que me saque de mi oscuridad.
Saludos
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Carmen:
Su breve pero sustanciosa ejemplificación de la interpretación de los colores de la bandera son una muestra contundente de que es posible ejercitar la comprensión, análisis y crítica del presesente en los alumnos. Lejos de haberse extendido, creo que más bien hace falta un foro en donde muchos más maestros compartamos las experiencias de ésta y tantas otras circunstancias que nos toca presenciar.
La legislación sobre los símbolos patrios es claramente inoperante en la actualidad. No serán los mal llamados representantes populares en las cámaras quienes se den cuenta de ello ni mucho menos quienes propongan la solución que nos hace falta.
Mucho peor que eso es sospechar que con la Gaviota de primera dama nos hagan recitar frases de telenovela o seguir las honorables propuestas del «Consejo de la comunicación» o quizá recordar a los héroes del teletón.
Mientras tanto, nos queda a los docentes encontrar los huecos por donde podamos revertir esta molesta situación.
Un abrazo.
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