por Gerardo López Luna *
En la sala de monolitos del Museo Nacional se exponían en orden “cronológico” esculturas talladas en basalto que hoy en día, con sólo verlas, nos hacen sentir que algo más pasó en el territorio donde vivimos. Los museos actuales, como los que dependen del gobierno federal, las instituciones autónomas y los de la iniciativa privada, muestran sus colecciones en una disposición cronológica semejante. (Además se escriben textos que aparecen como hojas de sala y cédulas que describen las piezas de anticuario así exhibidas.)

¿Cuántos años lleva esta forma de exponer en los museos de historia? En los estados de nuestro país, visitamos por costumbre las iglesias y el museo de la localidad. No existe gran diferencia entre una y otra visita. Observamos, queremos entender y, los que estudiamos historia, intentamos recordar para hallar estilos y sospechar autorías. Nos persignamos en las iglesias y nos cuadramos en los museos, o viceversa.
Los museos regionales del Instituto Nacional de Antropología e Historia tienen el objetivo de dar a conocer en un sólo recorrido la historia del estado, para lo cual exponen —en orden cronológico— desde objetos paleontológicos hasta piezas contemporáneas. Por su tratamiento en las vitrinas, los objetos de las salas se cosifican y se hacen extraños, y al término de nuestro recorrido, salimos con información fragmentada de ese estado de la república.
Es necesario un nuevo enfoque museográfico.
Por una parte, necesitamos crear nuevas acciones museográficas, que propongan al espectador conocimientos a través de nuevos relatos visuales de nuestro pasado —un poco como a veces hacen los museos de arte, juxtaponiendo obras de distintas épocas y técnicas para, por medio del contraste, generar en el público un conocimiento distinto.
Por el otro, necesitamos pensar seriamente en los “públicos”. Para ello, los profesores de educación básica y los de media superior necesitamos proponer reformas a los planes de estudio con la finalidad de enseñar a razonar históricamente —como insiste Rubén Amador— del mismo modo en que lo hacemos con las abstracciones geométricas o matemáticas y no, ya no, de manera meramente cronológica.
Sería grandioso que los historiadores que siguen aceptando hacer libros de texto con orden cronológico nos expliquen sus razones.
Sería más grande aún que hicieran un frente común para proponer otra forma de hacerlos.
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