Enseñanza

Pantallas y subempleo

Dalia Argüello

Mucho se ha escrito sobre el impacto de la pandemia de Covid-19 en la educación. Desde distintos espacios y puntos de vista se han señalado las carencias de la educación a distancia y cómo ha agudizado la desigualdad de acceso a los recursos y las tecnologías. No sabemos si las horas y horas invertidas en foros virtuales de especialistas de todo tipo, los sesudos análisis que ya prevén las consecuencias que tendrá esta crisis y hasta proponen fórmulas para mitigarlas y la gran cantidad de artículos publicados en los que se critica básicamente cualquier cosa contribuirá en algo para mejorar la situación, ampliar las perspectivas y abrir nuevos caminos, o si en cambio toda esa acumulación de caracteres y palabras quedará sepultados entre tanta información que se produce y circula vertiginosamente en la red.

Para quienes estamos en el ámbito académico, específicamente de las ciencias sociales y humanidades, el confinamiento obligado podría estar siendo una gran oportunidad. Somos quienes, de manera casi natural, trabajamos aislados frente a una computadora, con libros, documentos y demás insumos que pueden adaptarse más o menos con facilidad a una casa, y sobre todo con acceso a internet. Aparentemente seríamos nosotros un sector casi privilegiado por tener (¡por fin!) más tiempo para leer, escribir, investigar y publicar.

Sin embargo, para muchos esto no es exactamente lo que ha ocurrido, sino todo lo contrario. El proceso creativo, intelectual, que requiere la investigación y la docencia se hace posible gracias a la suma de horas de trabajo de concentración prolongada, enfoque, disciplina, orden, buen manejo del tiempo de descanso y por supuesto, un cierto equilibrio de la vida personal para generar y comunicar eficazmente ideas y conocimiento. Estas condiciones son las que una gran cantidad de estudiantes de licenciaturas y posgrados, posdoctorantes y profesores universitarios no ven como una realidad.

Es cierto que, como sector minoritario de la población —de por sí privilegiado, en tanto hemos tenido acceso a la educación superior—, estamos lejos de ser un sector especialmente vulnerable. Por ello esta exposición no pretende sobredimensionar un problema sino más bien derivar, a partir de éste, una reflexión sobre el estado y condiciones de la educación superior en el país.

Se ha señalado ya cómo la educación en línea que adoptamos para hacer frente al confinamiento está ponderando la forma por encima del fondo. El ágil manejo de las tecnologías de la información y la comunicación, así como la creatividad para generar recursos visualmente atractivos, parece hoy la nueva meta de todo el acto educativo. Esto resalta una gran contradicción de la llamada “sociedad del conocimiento”.

Por un lado, la sociedad occidental pregona una fe a prueba de fuego por la educación como la solución de todos los males y se le adjudica el poder de rectificar el rumbo equivocado para la salvación de la civilización. Hemos repetido hasta el cansancio, por siglos, que todo está mal porque la educación está en crisis, pero que si la arreglamos llegaremos a ser nuestra versión como humanidad.

Por otro lado, la sociedad de la información, en su lógica capitalista, pondera la innovación tecnológica y el rendimiento económico a costa de los sujetos que producen y difunden saberes, así como sus condiciones de trabajo; es decir, se glorifica la tecnología y se invisibilizan las contradicciones en la construcción del conocimiento y las relaciones sociales que lo hacen posible.

Esta contradicción afecta el desarrollo profesional de muchos profesores universitarios en tiempos de pandemia. Si de por sí miles ya estaban en condiciones de trabajo precario, es decir inestable, mal pagado y con pocas oportunidades de mejora, en estos días se ha acentuado el problema. Los profesores sin estabilidad laboral, sin sueldo seguro y suficiente que asegure un nivel básico de bienestar, hoy enfrentan desempleo o disminución de ingresos, además de un negro horizonte en el que son casi nulas las posibilidades de acceder a una beca para continuar estudios, un proyecto de investigación o una plaza de tiempo completo.

En estas condiciones de incertidumbre y encierro, para muchos se ha vuelto mucho más apremiante la búsqueda del sustento básico, lo que hace difícil y a veces imposible dedicar tiempo y esfuerzo a refinar las habilidades tecnológicas para la docencia y mucho menos para profundizar en la formación continua y la actualización. A esto debe sumarse la inestabilidad emocional individual, lógica frente a la crisis mundial derivada por la pandemia y el hecho de que a muchos esta pandemia les ha obligado a reestructurar dinámicas personales y replantear expectativas profesionales.

Ante estas circunstancias no queda sino reconocer que las instituciones de educación superior han dado la espalda por décadas a los profesores, sobre todo a los que laboran bajo regímenes de subcontratación, y que lo que se vive actualmente no es más que la profundización de un problema viejo y de raíces profundas.

Hoy en día, por ejemplo, la UNAM ofrece cursos de actualización docente para el manejo de plataformas y herramientas para la educación a distancia. Estos cursos se dirigen prioritariamente a los profesores de tiempo completo, con un criterio que no toma en cuenta el número de horas frente a grupo que desempeñan (generalmente el mínimo posible), la cantidad de alumnos que atienden o las características de las materias que imparten, sino que se basa solamente en las exigencias de la evaluación institucional. En suma, estos profesores de carrera y tiempo completo, quienes de por sí tienen en sus contratos laborales la obligación de la actualización continua y por ello las condiciones materiales para hacerlo, son quienes más se benefician —aunque los profesores de asignatura representen más del 60 por ciento del total de la institución.

Para muchos de este gran porcentaje, la crisis por la pandemia aumentó su carga laboral ante la responsabilidad de la capacitación para la educación en línea y el manejo de las tecnologías de la información y la comunicación porque las instituciones asumen que se cuenta con el tiempo y las condiciones para hacerlo. Estas condiciones de desatención a la mejora de la docencia, y de las condiciones laborales de los docentes, es uno de los sinsentidos en el que actualmente parecen atrapadas las universidades.

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