Historia intelectual

Pininos neoliberales

Héctor Alejandro Quintanar

Un rasgo fundamental de todos los idearios políticos es su carácter conflictivo. Se trata de valores e ideales más o menos articulados que no surgen de la nada; se nutren de ideas previas y tienen una estrecha relación con el marco histórico que los condiciona. En ese sentido, los idearios políticos son siempre un pensamiento partidista: legitiman o critican alguna forma de ejercer el poder y, por ende, están en permanente discrepancia y rivalidad con otros idearios políticos.

Por eso la reflexión sobre las ideologías no se limita a ser una tarea teórica o una disertación normativa. Se trata más bien de un trabajo de contextualización, que por ende reconstruye un momento histórico. De ese modo, rastrear la génesis de las ideas políticas es una labor que conlleva relatar un fragmento de la vida social.

Éste es el gran acierto de Los orígenes del neoliberalismo en México: La escuela austriaca, de María Eugenia Romero Sotelo (México: Fondo de Cultura Económica-UNAM, 2016), texto cuya mayor virtud es la de reseñar no sólo cómo se fraguó ese pensamiento político en nuestro país, sino también relacionarlo con el momento histórico en que ocurrió, los actores fundamentales que lo enarbolaron, las rivalidades y fobias que aupó y los proyectos económicos e intelectuales que lo formalizaron. Esa recuperación es importante no sólo por describir con rigor un hecho del pasado, sino porque explica diversos elementos de nuestra vida política presente.

Romero Sotelo —profesora de la Facultad de Economía de la UNAM— nos sitúa en las raíces del pensamiento neoliberal mexicano y, fundamentalmente, en el entorno político al cual se enfrentó originariamente. Es un lugar común la noción de que en la década de los ochenta, de manera precisa en 1982, el proyecto neoliberal fue el horizonte ideológico del gobierno mexicano, que desplazaba así los principios de la revolución mexicana y la justicia social para dar paso al individualismo y libre mercado en todos los ámbitos de la vida pública.

Sin embargo, como señala Werner Müller, los procesos históricos y sus componentes (entre ellos las ideologías) difícilmente tienen “horas cero” o nacimientos espontáneos sin antecedentes. Así, es insuficiente pensar al sexenio de Miguel de la Madrid como el inaugurador de la ruta neoliberal mexicana a partir de la interpretación de que fue una respuesta a la crisis económica gestada en los sexenios de Echeverría y López Portillo. El rastreo que hace la profesora Romero Sotelo abona en una explicación más amplia.

A través de un monumental ejercicio documental y de investigación de gabinete, la autora inicia en un plano deductivo al referir el origen del neoliberalismo en el mundo: la escuela austriaca de economía y, posteriormente, el Congreso Lippmann, ambos bajo la enorme influencia de las guerras mundiales y la noción de cómo ambos episodios sacudieron a la sociedad europea y la reflexión sobre qué papel tiene el individuo ante el estado y viceversa. En ese debate, la tradición liberal europea comenzó una renovación notoria: priorizar las libertades económicas por encima de las políticas y, de manera importante, interpelar al socialismo como forma de organización social.

México no fue ajeno a esa discusión. El gobierno de Lázaro Cárdenas, con su política de masas, había dado un nuevo aliento al régimen posrevolucionario, que volvía así a su eje central en favor de la justicia social. Y, sin embargo, en el propio seno de ese régimen heredero de la revolución estuvo la semilla que daría vida a su contraparte ideológica: la postura crítica del entonces director del Banco de México, Luis Montes de Oca.

Luis Montes de Oca, el primer neoliberal mexicano. (Tomado de su retrato oficial como secretario de Hacienda.)

Romero Sotelo toma esa hebra inicial para hilar la historia del neoliberalismo mexicano en sus inicios. En un ejercicio de imaginación sociológica, rescata puntos nodales de la biografía de Montes de Oca, sus influencias fundamentales y su convencimiento liberal impulsado no sólo por su inspiración en la escuela austriaca de economía, sino también por su férrea oposición al nacionalismo económico del gobierno de Cárdenas.

El contrapunto era notorio: Lázaro Cárdenas impulsó una política interventora y desarrollista que arropó a las mayorías campesinas y obreras en el proceso de industrialización y reforma agraria nacionales, hecho que lo apuntaló, junto con los dirigentes sudamericanos Juan Domingo Perón, Getulio Vargas y Raúl Haya de la Torre como un referente del populismo clásico latinoamericano.

Para Montes de Oca —bajo la influencia intelectual de dos integrantes connotados de la escuela austriaca, Ludwig von Mises y Friedrich von Hayek—, la participación estatal no sólo era una incorrección económica que devendría en inflación, sino también un peligro político dada una consigna fundamental: las experiencias eurasiáticas del fascismo y la URSS mostraban, según su concepción, el rostro más nítido de a dónde se puede llegar cuando el estado toma todas las riendas de la sociedad.

De ese modo, Montes de Oca heredó la desconfianza de Mises y Hayek, para quienes fascismo y socialismo eran caras de la misma moneda donde el estado tenía un papel central. En un momento histórico donde el aparato institucional mexicano se vigorizaba por el proyecto cardenista (que tuvo en la expropiación petrolera de 1938 un momento de “completa refundación estatal”, de acuerdo con Luis Javier Garrido), sobrevino el temor en Montes de Oca y otros de que esa dinámica fuera un paso mexicano hacia el socialismo.

Esa estadofobia nacida en el neoliberalismo europeo se tornó en el común denominador de una elite mexicana —perteneciente al sector financiero— ajena, en términos ideológicos, a la nueva burguesía nacional que gestó el propio régimen de la revolución, y con base en esa fobia destinaron recursos monetarios, simbólicos e intelectuales para hacerle frente. Apunto brevemente dos esfuerzos en ese sentido.

El primero de ellos fue la denodada labor de Montes de Oca por mantener un constante intercambio intelectual con Hayek y Mises, mediante la traducción al español y publicación de su obra en México, y aunado a ello la creación de institutos culturales que difundieran el pensamiento de la escuela austriaca de economía. La intención, de acuerdo con el diagnóstico de Montes de Oca, era hacer frente tanto al gobierno “socializante” de Cárdenas como a la hegemonía intelectual “de izquierda” en la vida pública y académica mexicana, principalmente la ubicada en la Facultad de Economía de la UNAM.

El segundo esfuerzo resultaría toral. El círculo de Montes de Oca hizo vínculos con empresarios mexicanos fundamentalmente del sector financiero, entre los que destacó Raúl Bailleres, quienes serían el sostén monetario de la actividad ideológica de los primeros neoliberales mexicanos y llevarían a la praxis su simpatías: el aporte económico para la fundación de una alternativa académica a esa hegemonía “revolucionaria” y nacionalista. Esa alternativa sería la fundación del Instituto Tecnológico de México, hoy ITAM, en 1946.

El origen del pensamiento neoliberal mexicano es, en suma, un acto reflejo contra el proyecto cardenista, que haría activismo tanto en la arena política (como con la fundación de organismos patronales y grupos de presión, cuya primera preocupación fue la de emitir denuncias constantes de “comunismo” o “socialismo” en los gobiernos de Cárdenas, Ávila Camacho, Miguel Alemán, Ruiz Cortines y López Mateos) como en el ámbito académico, donde se refugió educando a los hijos de las elites mexicanas.

El resto de la historia es conocido. La inversión ideológica y económica tendría frutos algunos años más tarde. El momento mundial de la década de los setenta del siglo XX vislumbra una ruptura, la crisis del estado de bienestar se profundiza y llega un fenómeno inédito: bajo crecimiento económico y alta inflación, panorama desolador que se tornaría en la oportunidad dorada para que en el mundo anglófono se abrazaran desde el gobierno las tesis neoliberales (proceso que explica muy bien Fernando Escalante en su Historia mínima del neoliberalismo [México: El Colegio de México, 2015]).

Poco después, México haría lo propio con el “giro económico” del PRI y la candidatura de Miguel de la Madrid en 1982. Sin embargo, el proyecto neoliberal mexicano disponía ya de una raíz ideológica labrada desde casi cinco décadas atrás y que se consolidó en la fraudulenta elección de 1988, para con ello abonar en una tesis sustentable: con todo y su presencia en el debate intelectual desde los años treinta, la irrupción del neoliberalismo en el poder en América Latina se dio por la vía no democrática: golpes de estado en Sudamérica (donde fue pionero Augusto Pinochet, quien luego de un fallido intento de proyecto económico propio, poco después adoptó el credo neoliberal sin ambages) y como programa económico de gobiernos emanados de elecciones simuladas o de plano robadas con De la Madrid y Salinas de Gortari.

La historia del neoliberalismo en México está aún en construcción. Casi cuatro décadas de detentar el poder no pueden reflexionarse con facilidad, menos aún cuando en el caso mexicano el neoliberalismo no ha sido sólo un modelo económico o un semillero de políticas programáticas sino todo un proyecto de gestación de un nuevo sentido común y un proceso ideológico que condiciona relaciones humanas en los planos públicos y privados.

El análisis de esos aspectos será tarea ardua. Pero la mejor comprensión de un proyecto político y sus resultados concretos pasa siempre primero, como dice Markku Routsila, por el rastreo de los marcos intelectuales de referencia de dichos proyectos.

María Eugenia Romero Sotelo ejerce esa empresa académica con soltura, documentación exhaustiva y nitidez en su libro, donde apareja tanto las razones de sus padres fundadores como el entorno histórico que les dio sentido. Romero Sotelo ayuda a comprender un debate que sigue vigente: la férrea oposición en México contra toda participación estatal en la vida económica o el desarrollo social en el país, reticencia que quizá ya no aúpa el fantasma del “comunismo” o “socialismo” como antaño, pero que hoy está presente en el activismo contra el nuevo fantasma que nos recorre: el fantasma del “populismo”.

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