Benjamín Díaz Salazar
El año 2020 ha superado, y por mucho, las expectativas de todas y todos. Desde cada rincón, la mayoría ha experimentado un año particularmente activo, pues ha servido para cuestionarnos, con gran intensidad, quiénes somos, qué queremos y hacia dónde vamos. Producto de la incertidumbre, y otro tanto por una “cuarentena” ya dura más de 90 días, la pandemia saca a relucir lo mejor y lo peor de cada cabeza.
En 1995, Georges Duby publicó Año 1000, año 2000: La huella de nuestros miedos, traducción de Óscar Luis Molina S. (Barcelona-México: Andrés Bello, 1995), un ejercicio bastante pintoresco por comparar el caos del primer milenio con el propio que se vaticinaba en el segundo. En él describe particularidades de la sociedad que permanecían —y me atrevo a decir que permanecen— con minúsculas modificaciones en nuestros tiempos; entre ellos, el miedo a las pandemias. Eran momentos, describe, donde “el terror es inmenso ante un mal desconocido”, provocando que “en plena desesperación, se buscaban responsables y víctimas propiciatorias”.
En México el coronavirus hizo acto de presencia durante el tercer mes del año. El 23 de marzo las autoridades federales decretaron la emergencia e iniciaron la Jornada Nacional de Sana Distancia, que integró medidas de precaución, seguimiento y atención, con conferencias diarias y hasta dibujos animados envidiados por el mismo Disney. El SARS-CoV2 es un virus que, al igual que la lepra —por referenciar el texto de Duby— no distingue condición económica, estatus social ni, mucho menos, el color de la camiseta política, pues lo mismo pega en integrantes del gabinete que en una obrera y en un dueño de consorcios internacionales. Esta naturaleza de largo alcance ha despertado una serie de reacciones y movimientos que a continuación describo.
1. Las efigies de Covid
Durante los más de noventa días de emergencia en nuestro país hemos visto desfilar una serie de personajes a quienes les hemos restringido las opciones de figurar: o les damos capacidades taumatúrgicas para aliviar el estrés social o les culpamos como responsables omnipotentes de todos los males. Es así que, día con día, las personas se reúnen al filo de las 19 horas para observar el éxito televisivo del momento: la conferencia de prensa sobre Covid-19, cuyo protagonista, un médico experimentado, con medio siglo de edad, atrapa los corazones de sus espectadores para explicar, con serenidad y paciencia —como dijera Kalimán—, el avance del virus, su impacto, los métodos para contenerlo y, sobre todo, las acciones del gobierno para enfrentar los daños colaterales de tan tremenda crisis.
El subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud ha experimentado una serie de ataques de variada intensidad y naturaleza. Desde aquellos conductores de noticias que piden en cadena nacional no hacer caso a sus recomendaciones, pasando por otros tantos periodistas asistentes a las conferencias, quienes han intentado —de manera bastante mediocre— desacreditarlo y ponerlo al límite, hasta aquellos perpetrados por integrantes de los poderes legislativo y ejecutivo de los estados, que recurren a reclamos risibles para restarle credibilidad. Lo cierto es que el auge que cobró el protagonista de las 19 horas es indiscutible; lo que tendrá un costo altísimo para la carrera del subsecretario, pues aunque es inminente su inclusión al grupo de expertos de la OMS, es sin duda la víctima política número uno de toda esta coyuntura, el más expuesto y quien lleva una segura condena al ostracismo.
Al mismo tiempo se ha convertido al titular del ejecutivo federal en el responsable más omnipotente de la crisis de Covid 19. A lo largo de estos tres meses surgió una conciencia generalizada de la existencia de un poder particular centrado en un solo sujeto, dotándolo de capacidades sobrehumanas para la afectación de la sociedad. Al principio de los tiempos —del coronavirus en México— se le acusó de no tomar medidas suficientes, pues, reflejados en las realidades de otras latitudes que ya estaban en cuarentena, a más de una persona la respuesta de nuestro país le pareció anquilosada. ¿Cómo es posible que en España ya están en cuarentena y aquí no? Y así muchos comenzaron, envueltos en pánico, una reclusión voluntaria prematura. Avanzada la crisis se exigió, una vez más retomando experiencias del mundo, que en México se realizaran pruebas masivas, se obligara violentamente a la población a recluirse y a salvaguardar, a la par, las garantías de los grandes inversionistas. De todo ello, según un juicio bastante generalizado, sólo existe un responsable, que no es la crisis del sistema político ni las prácticas corruptas del pasado en salud ni mucho menos el colapso del sistema económico internacional; no, es sólo el presidente.
Hace dos años exigimos un cambio, que se continúa impulsando en muchos frentes. Con este rumbo diferente también vinieron nuevas prácticas, nuevos mecanismos de comunicación y, sobre todo, de ejercer el poder. Ahora tenemos un presidente que día con día habla ante los medios, explica los proyectos, asume compromisos y causa revuelo. Sí: efectivamente algunas de las nuevas prácticas podrían contrariar las nociones más básicas de la democracia consensual, como la decretitis que —justificada en la contingencia— ha puesto en aprietos a más de una persona. Sin embargo, esto no es sólo responsabilidad del ejecutivo federal ni de sus operadores y expertos más cercanos, sino de todo el sistema político mexicano, incluida la oposición.
2. Oposición chabacana
A los pocos meses de iniciar la gestión actual comenzaron los golpes contra las acciones del gobierno. Todo aquello que comenzó a impulsarse causó escozor, pues en todas y todos se generó una cosquilla en su zona de confort. A lo largo del país, las y los votantes del partido ahora en el poder vieron que aquellas condiciones que mantuvieron el status quo comenzaron a tambalearse. Querían el cambio, pero que éste no les afectara ni les implicara sacrificar el maiceo, los programas de crecimiento salarial —sin ser salario— ni mucho menos los logros históricos de muchas luchas, por más corruptas y desleales que éstas fueran.
La crisis por el coronavirus le abrió las puertas a una enfurecida runfla de personajes que podríamos llamar “oposición”, quienes jamás pensaron cobrar tanta importancia por los alegatos y críticas al gobierno en turno. Los ataques políticos han venido principalmente de tres frentes: algunas personas integrantes del poder legislativo, las momias del poder pasado —que al igual que Mumm-Ra enfrentan la condena de su traición— y un grupúsculo de gobernadores cuyo único elemento en común es su desmedida detracción con la 4T.
En el caso de las y los legisladores, hemos visto de todo. Desde aquellos con tres doctorados que llaman a la locura colectiva, saturando las líneas telefónicas de emergencia, hasta quienes se escudaron en luchas legítimas como la violencia de género para perpetrar ataques contra funcionarios públicos. Mientras tanto, aquellas figuras políticas que ejercieron el poder, y que cometieron innumerables errores, resurgen de las tinieblas etílicas para criticar, atacar y juzgar a la política actual, con el único fin de hacerse de seguidores y consolidar su partido emergente. Estas acciones, más que desestabilizar al gobierno, provocan que un sinfín de sus seguidores pongan en riesgo su salud y alarguen la ya interminable crisis.
En el caso de los gobernadores, estos muestran su completo desdén por el bienestar de sus entidades. Al principio criticaron las medidas federales, en el marco de la sana distancia, y pregonaron el intervencionismo. Es así que emprendieron campañas internas para “salvaguardar” sus estados, con la fuerza pública en las calles y, retomando a Duby, “clausuraron las puertas de las ciudades, se encerraron para protegerse”. Pero la respuesta se les salió de las manos; muestra de ello son los lamentables hechos de Jalisco. Luego de sus reuniones de claustro, esos gobernadores emprendieron duras críticas a las medidas y a la iniciativa del gobierno federal por marcar las líneas de acción. En consecuencia, de frente a la llamada “nueva normalidad”, la administración central decidió otorgar a cada entidad la responsabilidad de sus acciones para enfrentar la crisis. Acto seguido, el “grupo de los ocho” criticó la medida y exigió el apoyo e intervención presupuestal en sus entidades. Encuentre usted la lógica.

Estos grupos de presión critican la política actual contra los privilegios. La colusión de esos intereses particulares lo único que provoca es que las sociedades en donde surgen se vean cada vez más dividas. Al fifí y al chairo no los hace el gobierno, sino la defensa desmedida de ser los unos o los otros. Sin embargo, considero que es preciso también agradecer a esta “oposición” la movilización social que genera, pues ha logrado sacar a las calles a centenas de ciudadanas y ciudadanos —no me atrevería a decir que miles—, que durante años permanecieron inmóviles, en silencio ante las injusticias y críticos de las protestas. Por muy absurdos que nos resulten los métodos, como salir en auto en medio de una contingencia; esto, señoras y señores, es el cambio. Nuevas formas de protesta, un movimiento de clase cuyo objetivo consiste en volcar la organización social y alterar las relaciones presentes. Del nivel de justificación y justicia de estos hablamos luego.
Mantengámonos observadores, pero también críticos de los movimientos y ánimos que se mueven y se cocinan durante la pandemia. No adjudiquemos responsabilidad en bloque, pues el linchamiento de un youtuber no puede ser más justificable por el timbrazo del teléfono rojo que por el racismo y clasismo de la ácida “comedia” del sujeto en cuestión. Brindemos peso equilibrado, pero, sobre todo, asumamos que la nueva normalidad va más allá de ponerse un cubrebocas. Dice una querida amiga que lo más difícil de la cuarentena es el primer año.
Me encantó el artículo y la escaneada social y política que pocas personas se toman el tiempo para hacer. Los rebaños de gentes influenciados por los medios opositores y amarillistas deberían tener acceso a este tipo de artículos que si bien no les quitarán del todo las vendas de los ojos, quizás les invite a apasiguar las reacciones colectivas negativas y en el mejor de los casos generar un poco de razonamiento y conciencia de su realidad.
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