por Wilphen Vázquez Ruiz *
Sin duda, uno de los aspectos más importantes de cada periodo histórico lo forman los trabajos científicos que entonces se emprenden, porque se encuentran ligados inseparablemente a todas las condiciones determinantes de la vida económica, social, política y cultural, dentro de las cuales se conforma y se expresa la actividad de los hombres de ciencia. Por ello es necesario indagar las condiciones sociales en que se producen las investigaciones científicas y las concepciones filosóficas en que se apoyan o pretenden apoyarse; y lo mismo tiene que hacerse con las consecuencias resultantes de dichas investigaciones, tanto de sus aplicaciones directas como en sus influencias sobre el desarrollo cultural y social.
Eli de Gortari, La ciencia en la historia de México.
Entre las actividades que competen a este blog se encuentra la revisión de publicaciones de índole diversa que tienen que ver con el quehacer historiográfico. En esta ocasión, nuestro comentario es acerca de La ciencia en la historia de México, de Eli de Gortari, recientemente reeditada por el Fondo de Cultura Económica.
Antes de ofrecer un comentario sobre este libro, resulta indispensable hacer lo propio sobre una figura tan emblemática como lo fue ese gran filósofo e historiador Eli de Gortari, quien como muy pocos refleja las inquietudes intelectuales y sociales de un investigador que, probablemente por su concepción materialista de la historia, se rehusó a mantener una distancia entre su objeto de estudio y lo que de manera cotidiana afectaba al tejido social del que formaba parte. Miembro de una elite de intelectuales que no dudó en reconocer muchos de los avances y logros que en materia económica, social e incluso política había alcanzado el país conforme se sucedieron los gobiernos posrevolucionarios, tampoco dudó en señalar los límites y fallas de un sistema que anunciaba su propia fatiga e incapacidad para lograr que las grandes transformaciones sociales permearan a la mayor parte de ese tejido tan heterogéneo que conformaba a la nación mexicana de mediados de siglo pasado. Su convicción fue tal que no dudó en participar dentro del movimiento estudiantil de 1968, decisión que derivó en su encarcelamiento por varios años.

Mucho más habría que decir de intelectual tan notable, pero por ahora debemos concentrarnos en libro que ahora se ha reeditado y que ofrece un panorama general de la historia de la ciencia en nuestro país, cuya consulta fue y sigue fundamental para la elaboración de trabajos tanto de divulgación como de difusión sobre esta sub-disciplina histórica. Habiendo aparecido por vez primera en 1963, este libro no fue en absoluto el primero que abordara esta temática. Sin embargo, ninguno antes que éste había ofrecido un panorama general y al mismo tiempo bastante pormenorizado sobre el desarrollo del pensamiento y las actividades científicas en nuestro país, desde tiempos previos a la llegada de los conquistadores españoles hasta lo que concernía a la propia contemporaneidad de la que Eli de Gortari fue testigo y actor relevante.
Por ejemplo, entre sus anotaciones más interesantes destacamos que, contrario a lo que suele pensarse, los pueblos precolombinos que habitaron lo que hoy es México aportaron una serie de conocimientos por demás relevantes al quehacer científico que llegó con los conquistadores españoles. Esto fue posible no sólo porque los europeos contaban ya con una metodología científica bastante notable para la época, sino también porque los pueblos precolombinos habían logrado a su vez un avance científico significativo. Esto fue posible pues tales sociedades habían partido de principios básicos para toda la actividad científica: la observación, la manipulación y transformación de los objetos existentes en la naturaleza con el fin último de cooperar con la naturaleza, dice el autor, beneficiándose de ello. Por supuesto que las diferencias con la cultura científica europea de aquel entonces eran notables, pero una y otra partían de un principio común: el que los conocimientos tienen que ser mostrados directamente e imitados por la práctica, señala el autor, antes de que puedan ser aprendidos por la memoria; ya que, en todo caso, la expresión científica antes de ser transmitida en forma escrita, lo fue a través de la oralidad.
De ahí en adelante, Eli de Gortari nos ofrece un retrato que demuestra que en nuestro país el interés por la ciencia tiene raíces centenarias que pasan por la época colonial, el México independiente, el porfiriato y los regímenes posrevolucionarios. En cada una de estas etapas, el conocimiento del territorio, su orografía, la flora y fauna que en él habitaban, su geología y demás características, fue estudiada con el mayor detalle posible con el fin de tratar de explotar de la manera más eficiente las potencialidades con las que contaba el medio. En ese tenor, Eli de Gortari se da a la tarea de destacar a un gran número de científicos locales en cada una de estas épocas quienes, junto con una larga lista de instituciones científicas, buscaron los mismos fines. Ahora, y aquí está uno de los aspectos más interesantes de esta obra de este autor cuya producción es por demás vasta y trascendental no sólo en el área de la historia de la ciencia, sino también en el de la filosofía y de la lógica: el acercamiento que hace a su objeto de estudio, si bien está marcado por una visión materialista como ya se ha mencionado antes, no por ello deja de lado una serie de consideraciones que hoy día son abordadas por la historia cultural, sin las cuales no puede entenderse a cabalidad la propia historia de la ciencia en México ni de ningún otro lugar.
Lo anterior, por supuesto no tiene, ni de lejos, la intensión de restar valor a una serie por demás vasta, importante y profunda de estudios referentes a la historia de la ciencia en México, que por fortuna han experimentado un crecimiento cuantitativo y cualitativo por demás notable en las últimas décadas. Sin embargo, a diferencia de la gran mayoría de esos trabajos y con la excepción de alguno pocos como el de Elías Trabulse, el de Eli de Gortari contempla como lo hemos señalado antes la propia contemporaneidad de la que el formó parte y en la que participó, insistimos, de manera activa. (Trabulse resulta igualmente importante en la historiografía de la ciencia en México. Sin embargo, en esta ocasión nos referimos específicamente a su Historia de la ciencia en México: Estudios y textos, conformada por cinco volúmenes también editados por el Fondo de Cultura Económica en los años ochenta del siglo pasado.)
En ese sentido, haciendo eco de los comentarios de quienes presentaron esta segunda edición — Jaime Labastida, Julieta Fierro y Rafael Guevara Féfer—, el que ofrecemos ahora añade que la vigencia de esta obra de Eli de Gortari no sólo se cifra en la amplitud de sus alcances y lo certero de sus análisis, sino también que nos obliga a revisar nuestro propio presente. Me explico. En el capítulo titulado “México en la ciencia contemporánea”, De Gortari se da a la tarea de mostrar una serie de datos cuantitativos y cualitativos del quehacer científico en México que incluyen algunos tan cercanos a la publicación de 1963 como otros recabados en 1960, que reflejan la postura del estado hacia el desarrollo científico y tecnológico de la época. Como apuntamos con anterioridad, De Gortari no duda en señalar tanto los aciertos y avances en los apoyos dirigidos a una actividad sin la cual no se podía entender ni lograr un salto cuantitativo en las condiciones culturales, educativas, sociales, económicas y políticas del país.
La mirada inquieta y crítica de nuestro autor, sin duda, nos obliga a revisar tanto el papel que ha tenido el estado en las épocas recientes como también el del tejido social que todos formamos y que de una u otra manera avala a dicho estado. Baste decir que en cualquier discurso oficial reciente el papel fundamental que juegan la ciencia y la tecnología en la sociedad contemporánea es un lugar común. Empero, en lo tocante a nuestra propia realidad los datos son por demás desalentadores. Comencemos por señalar que, de acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas, el porcentaje mínimo del PIB que debe ser destinado a este ramo debe ser, tratándose de países pobres, cuando menos del 1 por ciento. Yendo más allá, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, a la que México pertenece por alguna razón, fija ese mismo porcentaje en 2 por ciento, el cual es superado notablemente por alguno de los países miembros de dicha organización y que, por supuesto, son punteros en materia científica, tecnológica y de innovación. De hecho según el informe “El futuro del asesoramiento científico a las naciones unidas”, presentado por la ONU en septiembre de este año, se señala que en 2014 tan sólo una docena de países rebasó estos porcentajes: Israel, 4.2 por ciento; Corea del Sur, 3.6 por ciento; Finlandia, 3.5 por ciento; Suecia y Japón, 3.4 por ciento; Alemania, Dinamarca y Suiza, 2.9 por ciento; Estados Unidos, 2.8 por ciento; Austria, 2.8 por ciento; Singapur y Qatar, 2.7 por ciento (aquí está el documento completo).
En México, el ejecutivo federal, por su parte, preocupado desde hace tiempo por esta situación ratificó y publicó en 2004 una reforma de ley que obligaría a los gobiernos federales, estatales y municipales a otorgar, juntos, el 1 por ciento del PIB a la investigación científica y desarrollo tecnológico a partir de 2006. La propia ley de ciencia y tecnología vigente muestra que la misma ha sufrido una serie de cambios que no ameritan ser tratados en este espacio. Lo que en su lugar se ofrece es la cantidad de recursos económicos que México ha destinado a ciencia y tecnología. Según un informe de la Cámara de Diputados, ésta aprobó para 2015 un gasto destinado a ciencia, tecnología e innovación de 62 mil 243.11 millones de pesos, el cual fue recortado en casi 2 300 millones de pesos para 2016, quedando fijado en 59 mil 963.75 millones de pesos. En términos del PIB, ninguna de estas cantidades alcanza el 0.5 por ciento, situación que se ha repetido ya por un buen número de años y que no da señales de ser modificada en el corto y probablemente tampoco en el mediano plazo. ¿No vale la pena, entonces, otear nuestro presente?
Así entonces, la revisión de este libro resulta por demás conveniente para cualquier historiador sin importar el área en que él o ella se especialice. Por lo pronto congratulémonos de esta segunda edición que, cabe añadir, tardó más de medio siglo en ser acometida y que con sus 1 800 ejemplares puede resultar insuficiente para satisfacer las necesidades que demanda el crecimiento en los estudios referentes a la historia de la ciencia y la tecnología en México.
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