por Araceli Mondragón
Entre 1938 y 1947, Ernst Bloch escribió un libro llamado El principio esperanza; ahí, este filósofo resalta la importancia de los afectos en la configuración de las sociedades, de sus permanencias y de sus cambios. Cabe señalar que dentro de la sociología hay una profunda tradición del estudio de las emociones, desde clásicos como Weber o Durkheim, que ponen énfasis en aspectos emotivos como la religión para explicar la dinámica social, hasta posturas actuales como la de Judith Butler, que trabaja sobre el cuerpo y los mecanismos psíquicos del poder, o la de Naomi Klein, cuya “teoría del shock” ha logrado una difusión importante a nivel mundial.
Bloch pone especial énfasis —de ahí el título de la obra— en la esperanza como el afecto más importante y más humano. Aunque otras especies puedan tener expectativa de algo, la conciencia del objeto al que se vuelcan nuestros anhelos e incluso la prefiguración de ese objeto de deseo es un privilegio de los seres humanos y es, además, un punto fundamental para construir nuestra propia subjetividad, para configurarnos como un “yo” o un “nosotros” y para relacionarnos con el mundo.
Es la “conciencia anticipadora” la que nos impulsa a movilizarnos para trabajar en aquello que hace falta; es por esto que es posible (incluso podríamos decir, inevitable) un uso político de este afecto tan esencial en la subjetividad humana. Hay una suerte de “refuncionalización” de los afectos, tanto de la esperanza y las expectativas de futuro, como de la memoria y las herencias del pasado. El propio Bloch trabaja, en Herencia de esta época, una obra que escribió en el ambiente del ascenso del nazismo, en cómo puede construirse un imaginario colectivo a partir del uso ideológico y emotivo de la memoria y la herencia cultural.
Todo lo anterior vino a mi cabeza a propósito del caso de Frida, la niña que supuestamente se encontraba atrapada en el colegio Rébsamen tras el sismo que afectara profundamente a la ciudad de México, a Puebla, Morelos y el estado de México. Y en torno al cual se montó un reality show entre la tarde del miércoles 20 y la madrugada del jueves 21. Sin embargo el jueves, pasado el medio día, Carmen Aristegui logró entrevistar a un traductor que colaboraba con una brigada alemana y a dos madres de familia que revelaron que nunca había existido Frida. En suma, que había un engaño con el que se lucró mediática y políticamente. Acto seguido, salió personal de la marina a confirmar que, efectivamente nunca había existido la niña. Luego, dos comentaristas de Televisa en quienes entonces caía la responsabilidad, salieron a declarar: “fue el gobierno” —es decir, la marina y el secretario de Educación, la fuente de la información.

Tras esta revelación, hubo una polémica en redes sociales, entre aquellos que nos indignábamos ante la mentira y aquellos que se molestaban porque, decían, darle eco en ese momento a la noticia o bien “distraía” de las labores de rescate, o bien “desvirtuaba” la solidaridad de los mexicanos.
Personalmente, creo que la denuncia de la manipulación y la rapiña, tanto de algunos medios de comunicación y políticos, como de gente de a pie que se aprovecha de la desgracia no distrae ni desvirtúa la solidaridad y el compromiso de una buena parte de la sociedad mexicana. Por otra parte, la denuncia de actos crueles e inmorales como estos, lejos de desvirtuar o minimizar, contrastan y dan justa dimensión a la dignidad, la solidaridad y la esperanza auténticas.
¿No será más bien que en este país estamos acostumbrados a la impunidad y la discrecionalidad en la comisión de delitos en ciertos niveles como el político y el mediático?
Mi percepción del caso Frida como instrumento de control social se fortaleció el viernes 22, cuando comenzaron a proliferar comentarios en las redes, artículos y entrevistas donde se intentaba exonerar a quien pudo fraguar la mentira. Entre otros argumentos, sostenían que Frida era un “concepto” o que había sido sólo un “error”. Es cierto: a veces las sociedades necesitan unirse en torno a “ideales” particularmente cuando no hay casos o situaciones concretas que les permita movilizarse. Acá esto no tenía sentido porque, ¿para qué inventar un “concepto” cuando había personas atrapadas con cuerpos, vidas, nombres propios, con historias y familias angustiadas a las cuales rescatar?
Por otra parte, sí, en situaciones de emergencia surgen mucho errores y malentendidos, pero si Frida era sólo un “concepto”, ¿de dónde sacaron que enviaba mensajes por el celular a unos padres que, por cierto extrañamente, nunca aparecieron?, ¿de dónde sacaron que habían tocado su manita? Hay una diferencia abismal entre un “error” o una falla en la información y la invención de una historia con muchos detalles.
Yo creo que hubo un uso político de la esperanza como forma de control social, así como en otros momentos se ha usado su contraparte: el miedo. El propio Ernst Bloch hace una distinción entre lo que el llama “esperanza abstracta” y la “esperanza concreta”. La primera da rienda suelta a los anhelos sin tomar en cuenta las condiciones concretas para realizarlos; al convertirse sólo en “sueños guajiros”, es una especie de evasión que propicia la desmovilización. La segunda se esfuerza por conectar los anhelos con las condiciones objetivas para poder realizarlos y, en consecuencia, motiva a la praxis. De la esperanza concreta surge una actitud consciente y comprometida que Bloch llama “optimismo militante” y responde a una docta spes, a una esperanza inteligente, que se distancia de una esperanza fraudulenta.
Así, la invención de Frida fue una esperanza fraudulenta, alentada por algunos sectores del gobierno y de los medios para posicionarse con ventaja frente a otros sectores de la sociedad. Ante la situación de emergencia, fue también un acto inmoral.
Finalmente, apelando al optimismo militante y más allá de la reflexión, ya en el terreno de la emoción quiero decir que es cierto, hay gente miserable (desde la que se roba una herramienta o víveres hasta la que lucra políticamente y hace campaña a costa de la desgracia y con recursos públicos); es cierto, quisiéramos hacer más, pero hay actividades que deben hacer personas capacitadas; es cierto, de pronto la voluntad de ayudar no ha sido suficientemente organizada. Pero lo que además de cierto es profundamente verdadero es que surgieron manos, cuerpos (incluso de cuatro patas), corazones, dispuestos a hacer algo por quiénes lo necesitaran. Y, sin duda, la luz de la esperanza es mucho más fuerte que el miedo, la mezquindad y la rapiña.
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