por Diana Barreto Ávila
Es difícil realizar una investigación sobre personas y procesos históricos que sucedieron en la ciudad de México hace quinientos años cuando todos los días se ven noticias en donde el presente de este país y de esta ciudad se consume cada vez más en una dolorosa crisis de violencia.
Al leer las noticias antes de comenzar a trabajar en mi tesis de doctorado —que se llamó “El inicio del monacato femenino: La expansión de la orden concepcionista en Hispanoamérica, siglo XVI”— me enfrentaba con historias de vejaciones y acosos, de feminicidios en la ciudad de México, de adolecentes que desaparecen diariamente en Ecatepec. Y me sentía impotente, absurda. A veces pensaba que lo que estaba investigando no tenía ningún sentido ni relación con la realidad tan violenta y rota que las mujeres vivimos en esta ciudad y en este país.
Muchas veces terminaba pensando: ¿no serían más felices y estarían más seguras las mujeres de esta ciudad si vivieran en pequeñas casitas, con sus huertos, fuentes y canales formando esas pequeñas ciudades de mujeres amuralladas que eran los monasterios femeninos en el siglo XVI?
Los monasterios femeninos fundados en la ciudad de México entre 1541 y 1586, que investigue en la tesis, podían llegar a estar habitados hasta por 160 mujeres, como fue el caso del convento de Regina Cœli (el más grande durante estos años). No todas las mujeres que vivían dentro de los monasterios eran monjas de clausura; muchas de las habitantes eran niñas, pues los monasterios funcionaron como importantes centros “educativos”. También vivían numerosas sirvientas de orígenes diversos, pues cada monja podía entrar con dos o tres sirvientas, de acuerdo con su capacidad adquisitiva. Algunos conventos femeninos llegaron a crecer tanto que se convirtieron en un problema —como el convento de Santa Catarina de Siena de Arequipa, en el virreinato de Perú, el cual llegó a estar poblado por más de 500 mujeres—, constituyendo toda una ciudad con sus callecitas, huertos y corrales. Cada religiosa además tenía su propia casa con cocina, patio y sala; una verdadera ciudad amurallada.
Sin embargo, no creo que la clausura y el separatismo radical que plantean algunas corrientes feministas sean la respuesta a los problemas de violencia que se viven actualmente. Tampoco lo fueron en aquella época.

El primer monasterio femenino de la Nueva España tuvo el papel de contribuir a instaurar el modelo sexo-genérico hispano, en donde era necesaria la clasificación de mujeres en vírgenes consagradas, prostitutas y esposas. En 1539, la corona exigió a los conquistadores y encomenderos que se establecieran con familias “estables”; es decir, que se casaran bajo el modelo católico monógamo, para poder conservar sus posesiones en el Nuevo Mundo. A raíz de esta “orden” se fundaron dos instituciones para mujeres: el monasterio de la Madre de Dios y la casa de mancebía (prostíbulo). Así, el primer monasterio en Nueva España, que se inició en 1541, tuvo la función social de ser un “remedio” para las hijas de conquistadores y encomenderos que no podían casarse por ser hijas ilegitimas o naturales —muchas de ellas “mestizas”.
En los casi cinco años en que realicé esta investigación el mundo parecía desmoronarse cada tanto y entrar en crisis: amenaza de una tercera guerra mundial, Trump ganando las elecciones. Me acuerdo de un meme, “El Chapo ya se fugó dos veces y tú sigues sin terminar la tesis,” mientras yo trataba de establecer las relaciones familiares de las primeras cofradías novohispanas fundadas por los conquistadores y encomenderos con los procesos fundaciones de los primeros monasterios femeninos.
Después de treinta años sin nuevos monasterios en la ciudad de México, además del convento de la Madre de Dios, en la década de 1570 comenzó un boom de fundaciones de conventos concepcionistas. La razón es multicausal: entre las más importantes, destaca el hecho de que la población española y sus descendientes, al conformarse como la elite política y económica de Nueva España, necesitaba un mecanismo de diferenciación para reafirmar los linajes españoles. Así, dentro en el convento de Jesús María, fundado en 1580, se prohibió que entraran “mestizas” y “cuarteronas”(cuarto de sangre negra).
Concentrarme en el siglo XVI viviendo en este país me hacía sentir una especie de esquizofrenia: 43 estudiantes desaparecidos en Iguala, las puertas del palacio de gobierno incendiadas, gasolinazo, motines, mientras yo me dedicaba a paleografiar un bula del papa Gregorio V, de 1576, donde aceptaba establecer la orden concepcionista en América. Ocuparse de paleografiar después de conocer esas noticias parecía un acto de indiferencia que muchas veces cometí, y sintiendo culpa, pensaba: con esas noticias no me puedo concentrar.
Mi interés y concentración sí estaba en la ciudad de México, pero en la de hace quinientos años, ésa que era una isla y para 1586 contaba con cinco nuevos monasterios, donde vivían 650 mujeres. Esta cantidad de mujeres, 650, puede parecer muy pequeña si se compara con la población actual de la ciudad de México, pero para la de entonces significó que una gran parte de la población femenina fue enclaustrada —muchas mujeres desde los 3 años de edad.
Finalmente y regresando al presente, o más bien a ese punto donde pasado y presente fluyen que es escribir historia, me pregunto sobre los limites éticos de la abstracción de la realidad en la escritura e investigación histórica, sobre todo cuando la mayoría de las investigaciones resultado de tesis doctorales se quedan en los pequeños círculos de especialistas; investigaciones históricas que se quedan en una burbuja sin interlocución con el presente y la realidad, puesto que, si se tocan, la burbuja se pincha creando un sinsentido.
A todos nos sucede, vives tu proceso en otra dimensión temporal-espacial y simultaneamente el presente. Alguien leerá tus saberes oportunamente, como en mi caso, tu reflexión la acabo de leer muy oportunamente. Saludes y gracias por compartir.
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