por Arturo E. García Niño

En la edición de invierno 2015 de Lapham’s Quarterly (1: VII), cuyo tema central son los extranjeros, la indispensable sección “Voces in Time” recupera una carta de J. Hector St John de Crèvecoeur publicada originalmente en su libro Letters from an American Farmer (1782), donde el autodenominado “agricultor americano” se pregunta: “¿Cuál es, entonces, el americano, este nuevo hombre?” Y se responde: “Es un europeo, o el descendiente de un europeo; y por consiguiente es esa extraña mezcla de sangre que no se encuentra en ningún otro país y cuyo abuelo es inglés, su esposa holandesa, su hijo está casado con una francesa y sus cuatro hijos tienen esposas de diferentes naciones… Los americanos son los peregrinos occidentales.” [1]

Esos originales peregrinos, que emigraron de variados países del llamado viejo mundo y arribaron a nuestro continente, devinieron en los originarios estadounidenses luego de conquistar las tierras baldías y las ocupadas por los originales, y originarios, norteamericanos: los indios, agrupados hoy a causa de lo políticamente correcto bajo el término nativo-americanos, palabra de la cual Henry Standing Bear —inteligente personaje creado por Craigh Johnson y el mejor amigo del sheriff del condado de Absaroka, Wyoming, Walter Longmire— hace mofa permanente.[2]

Es, ha sido y será entonces la autollamada unión americana una nación de migrantes, de variada gente que llegó, llega y llegará de lejanos y cercanos lugares del mundo con su idioma, sus costumbres, su… cultura, pues, para arracimarla en el melting pot que define lo estadounidense.

Ahí mismo se encuentra un espacio urbano al cual una considerable franja del exilio-migración latinoamericana quiere llegar: Miami. Es una ciudad a la que Voltaire O’Shea Zarraluqui —don Voltaire—, dicotómico personaje cubano-haitiano de Galíndez, novela de no ficción escrita por Manuel Vázquez Montalbán en torno al migrante-exiliado vasco Jesús Galíndez y al affaire que bajo su apellido pasó a la historia (Barcelona: Planeta 1998),[3] recuerda así en plática con doña Carmen, cubana dueña de un restaurant, en los años postreros del siglo XX: “Cuando yo vine sólo había gringos y más gringos, un puñado de cubanos y pelotaris vascos… Y me quedé atrapado, por eso digo que para mí Miami ha sido como un pantano… en el que estoy hace cuarenta años. Cuando yo vine aún no estaban puestas las calles”, agrega el varón, y precisa: “yo no me marché de Haiti por política [sino] porque me moría de hambre.”

Doña Carmen, al tiempo que don Voltaire toma su madrugador café con ron y ella ve la telenovela Los ricos también lloran, comenta acerca de la muerte de doce de las 18 mujeres oriundas de Martinica ocultas en cajones y tiradas al mar desde un barco: “Toda América quiere llegar a Miami… Es lo de siempre, es la maldita emigración.” Viuda de quien fuera machetero en Cuba hasta que salieron “por culpa del Caballo y sus Barbudos”, doña Carmen era allá “modista de muy buenas manos… había cosido para señoras importantes” y asegura: “hasta que llegamos nosotros Miami no era nada, pero es que nada… Me consta que el dinero que conseguimos traer en mil novecientos cincuenta y nueve… fue la base para la prosperidad de esta ciudad.” Opinión que contrasta con la de Mr. Robards, agente de la CIA y enlace de don Voltaire: “hay [migrantes] de treinta y cinco países… que quieren vaciarse a costa nuestra. Al sur del río Bravo empiezan los muertos de hambre, y como sigan metiéndose aquí los muertos de hambre vamos a ser nosotros.” ¿Exagerado?

Revoltura de inmigrantes.

La exageración, soporte ineludible de todo ejemplo valedero, quizás no lo sea tanto. Dionisio Cruz, alcalde de la ciudad en cuestión y personaje de Bloody Miami, de Tom Wolfe —trad. de Benito Gómez Ibáñez (Barcelona: Anagrama, 2013)—, expone dudoso si es “Miami la única ciudad del mundo en la que más de la mitad de los ciudadanos eran inmigrantes recientes, es decir, de los últimos cincuenta años… Y acaso un sector de esa inmigración, el cubano, tenía el control político de la ciudad: alcalde cubano, jefes de departamento cubanos, polis cubanos, polis cubanos y más polis cubanos, cubanos el sesenta por ciento del cuerpo más un diez por ciento de otros latinos, dieciocho por ciento de negros norteamericanos y sólo un doce por ciento de anglos? ¿Y no podía desglosarse la población más o menos de la misma forma?”

Al alcalde cubano de Miami, consciente de que el acrisolamiento cultural no es posible pero sí “forjar un lugar seguro para cada nacionalidad, grupo étnico, raza, y procurar que todos se encuentren en el mismo lado”, lo contradice una haitiana: “si realmente quieres entender Miami, primero has de darte cuenta de una cosa. En Miami, todo el mundo odia a todo el mundo”, afirma ella y quizás lo corroboran las zonas que delimitan las nacionalidades con nombres como Little Havana, Big Hialeah, Little Haiti, Little Caracas o Westonzuela, Mother Russia… Miami es, sí, una ciudad de migrantes, como casi todas las metrópolis lo son en la modernidad globalizada del siglo XXI, sólo que en ella uno de los grupos migrantes de reciente cuño, el llegado de la isla de Cuba, se encaramó y se apropió del poder político, dejando a los demás, incluidos los anglosajones descendientes de los pilgrims llegados de Europa más de doscientos años atrás, en calidad de minorías. Caso único en Estados Unidos y, hasta donde se sabe, del mundo —lo que obviamente no puede saber un huérfano neuronal como Donald Trump.

 

 

[1] Nacido en Normandía en 1735, Crèvecoeur sirvió al gobierno de Francia y combatió en India antes de llegar a Nueva York, donde ser casó con una estadounidense y se dedicó a la agricultura. Al inicio de la guerra de independencia regresó a Europa y publicó el libro citado. Fue designado miembro de la Academia de Ciencias y nombrado cónsul francés en tres estados de los nacientes Estados Unidos. Retornó a Nueva York para encontrar su casa incendiada y muerta a su esposa.

[2] La saga novelística de los entrañables Walt y Henry —Walt Longmire Mysteries— consta hasta hoy de cinco obras, publicadas en español entre 2005 y 2015. En 2012, A&E produjo la serie (tres temporadas de 2012 a 2014) basada en el personaje del sheriff, y continuó haciéndolo Netflix (la cuarta temporada en 2015). Johnson es el autor de muchos de los episodios.

[3] Galíndez fue un abogado vasco y miliciano republicano que llegó exiliado a República Dominicana en 1939 y vivió ahí siete años, trabajando como profesor y periodista. Gobernaba entonces el dictador Rafael Leónidas Trujillo. En 1946, Galíndez se fue a Nueva York como delegado del Partido Nacionalista Vasco y representante del gobierno vasco en el exilio, dando clases en la Universidad de Columbia y doctorándose el 27 de febrero de 1956 con una tesis sobre la dictadura trujillista, misma que Trujillo, mediante amenazas vía sus esbirros, intentó, sin conseguirlo, impedir la escribiera. (El trabajo se publicó como La era de Trujillo: Un estudio casuístico de la dictadura hispanoamericana [Santiago de Chile: Editorial del Pacífico, 1956].) El 12 de marzo de 1956 Galíndez desapareció sin dejar rastro y existe la certeza de que fue secuestrado por los servicios secretos del dictador y llevado clandestinamente a República Dominicana, para ahí ser asesinado. Manuel de Dios Unanué escribió un trabajo acucioso e imprescindible: El caso Galíndez: Los vascos en los servicios de inteligencia de EE.UU, publicado originalmente en 1982 en Nueva York por Editorial Cupre y reeditado en 1999 en Nafarroa, Euskal Herria, por Txalaparta.

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