por Sergio Castro Becerra *

Durante 1987, hace ya casi treinta años, leía por segunda vez El Zarco, de Ignacio Manuel Altamirano. Me encontraba en el Instituto Tecnológico de Tijuana. Entre mis clases tenía tiempo libre, estaba enganchado en la lectura, pero no tenía el libro conmigo. Mi ejemplar se había quedado en casa. Fui a la biblioteca central a buscar otro para continuar con la lectura. Lo busqué en el catálogo. Se supone que estaba disponible, pero no había copia alguna en el estante. Me dirigí con los bibliotecarios para solicitar su asistencia. La persona que me atendió tampoco lo encontró, entonces solicitó ayuda a sus colegas. Alcancé a escuchar la conversación cuando les explicaba los detalles del libro. “Es del autor ese… mexicanísimo… Ignacio Altamirano”. El título de “mexicanísimo” que le asignó el bibliotecario me llamó mucho la atención. “¡Qué honor!”, pensé. “Qué merecido honor para Altamirano”. Ciertamente, Altamirano fue un patriota. A la fecha, sigue siendo mi autor favorito del siglo XIX. Poseo sus obras completas editadas por el Fondo de Cultura Económica. Al escuchar el título que el bibliotecario le asignó recuerdo haber deseado, aspirado ese honor para mí. Que algún día alguien se refiriera a mi como mexicanísimo.

No sé cómo sea hoy día, pero en la década de 1970 cuando estudiaba la primaria recuerdo muy bien el sentimiento anti-estadounidense que se nos inculcaba en las aulas. “Los gringos nos robaron más de la mitad del territorio”, nos decía la maestra. No recuerdo si fue durante tercer o quinto año, pero recuerdo la expresión con claridad. Repito, no sé si actualmente sigua siendo así. Alejandro Lora, quien es mayor que yo, cuando grita “Viva México” en sus conciertos, muchas veces continúa con una frase insultante para los estadounidenses. También recuerdo las muecas de Jacobo Zabludovsky en 1993 cuando anunció que México logró el 1, 2, 4 en un importante maratón internacional. La noticia era relevante porque el corredor Arturo Barrios se acababa de nacionalizar estadounidense y quedó en tercer lugar para los Estados Unidos Las muecas sugerían traición. Si no se hubiera nacionalizado estadounidense México habría logrado los primeros cuatro lugares.

Si en México siempre hemos tenido conflicto de identidad, en la frontera se acentúa por la diaria convivencia con el país del norte. Soy hijo y nieto de “emigrados”. Emigrados es el título informal que se les da a los mexicanos con derecho a trabajar y residir legalmente en los Estados Unidos Muchos emigrados aun hoy en día prefieren vivir en México por muchas razones, entre ellas la económica. La mayoría, como mi padre y abuelo lo fueron, son trabajadores de cuello azul que cruzan diariamente la frontera para trabajar, regresando a sus hogares en Tijuana para descansar. El ingreso les permite vivir en una clase media a la cual no alcanzarían de ejercer su oficio dentro del país. Y a la cual tampoco alcanzarían dentro de los Estados Unidos de residir allá.

El conflicto de identidad y de intereses es una realidad de los fronterizos. Muchos de estos emigrados a pesar de tener derecho a la nacionalidad estadounidense prefieren no adquirirla. En mi hogar fue así. A pesar de trabajar toda su vida en ese país, las dos generaciones que me precedieron prefirieron mantener su estatus de mexicanos. El sentimiento anti-estadounidense no solamente se daba en las aulas, también se daba en los hogares fronterizos. El conflicto se acentuaba cuando los familiares que residían de aquel lado platicaban de las bondades de su país, del crédito, sobre todo la facilidad con la que adquirían carros último modelo. Pero también platicaban de los problemas de identidad. Yo percibía como dentro de ese país la mexicanidad de mis familiares crecía como defensa ante la sensación de discriminación.  En Tijuana los “pochos” nunca fueron bien vistos. Pochos son estadounidenses de ascendencia mexicana. Nos molestaba su presunción y su pronunciación del castellano, su acento. Nos molestaba su presunción; sobre todo que trabajaran en trabajos muy modestos, empacando en un supermercado, pero que sus ingresos eran superiores a los de un profesionista ejerciendo su carrera en México.

Mexican-American Flag (Fuente: latina-voices.com).
Mexican-American Flag (Fuente: latina-voices.com).

Parece que la perspectiva es diferente hoy. Existe la doble nacionalidad. Lo cual genera otras situaciones especiales, crea mexicanos de primera y de segunda. Los de doble nacionalidad pueden caer en cualquiera de las dos clasificaciones, dependiendo de la situación. Por ejemplo, un mexicano con doble nacionalidad puede manejar dentro de México automóviles con registro en el extranjero. Mientras este en el automóvil se le considera extranjero; si la policía lo detiene para verificar documentos, puede mostrar sus papeles extranjeros y se le tratará como si fuera un turista extranjero. Pero después del incidente con la policía este mismo mexicano de doble nacionalidad puede abordar su auto y continuar su marcha hasta una casilla y votar en las elecciones como cualquier otro mexicano, por ejemplo.  Son beneficios no disponibles para todos los mexicanos. Por otro lado, a los mexicanos de doble nacionalidad no se les tiene la misma confianza que se les tiene a los que solo cuentan con su nacionalidad mexicana. Otro ejemplo, uno de los requisitos para poder ingresar a la Policía Federal de Caminos es que la mexicana sea la única nacionalidad que posean. A quien tiene la doble nacionalidad tampoco se les ve con confianza dentro de los ESTADOS UNIDOS Por ejemplo, no pueden obtener la famosa “acreditación de seguridad” necesaria para puestos federales o militares. Sin embargo, los beneficios incluyen el poder ejercer su voto dentro de los dos países.

Como muchos emigrados residentes de Tijuana mi padre decidió no solicitar la residencia estadounidense para mí. Su objetivo era que estudiara y ejerciera en México. Lo cual hoy agradezco. Su intención era el no facilitar durante mis años de adolescencia y temprana adultez la tentación de ganar dinero como trabajador de cuello azul. Después y gracias a esos estudios emigré a través de la visa H1B, y posteriormente obtuve la residencia con categoría E3 para estudios superiores. Ahora tengo la doble nacionalidad. Recuerdo mi pensamiento al momento justo de obtener la ciudadanía estadounidense, mi pensamiento fue para ese bibliotecario, pensé que ahora que también era estadounidense mi aspiración al título de “mexicanísimo” se esfumaba para siempre.

Acabo de terminar de leer un libro sobre Juárez, se llama Apuntes para mis hijos. El libro contiene una nota que dice que si México no tiene la fuerza necesaria para defender su integridad territorial, entonces serán las generaciones venideras quienes la recuperaran. Eso lo dijo durante sus años activos en la política de su tiempo, cuando el peligro era Francia. No lo dijo con dedicación a los Estados Unidos Pero me pregunto la intensión del gobierno de México al implementar la doble nacionalidad.  Los sucesores de Jacobo Zabludovsky ya no hacen muecas cuando atletas u otras personalidades obtienen la nacionalidad estadounidense, ya que ahora estos atletas también pueden competir por México, como lo hacen muchos seleccionados del futbol. De hecho, hoy parece ser que es muy patriota el obtener la ciudadanía estadounidense. Me sorprendió mucho que el gobierno del Estado de México auxilia económicamente a los mexiquenses que viven en los Estados Unidos a obtener la nacionalidad estadounidense. El gobierno no lo dice, no le conviene decirlo, pero no desea perder del todo al capital humano que emigra, por ello permite que mantengan la ciudadanía mexicana. Y a través de ellos, de nosotros, puede influir en las elecciones de los Estados Unidos.  El gobierno mexicano no lo dice, pero los artistas sí. Artistas como Maná, Saúl Hernández, Los Tigres del Norte lo hacen, piden abiertamente que los residentes legales obtengan la ciudadanía estadounidense y se registren para votar. Y que voten. Y que se vote en contra del agresor.

Los tiempos cambian.

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