por Benjamín Díaz Salazar *
El mes de julio se caracterizó por ser vertiginoso para la educación en México. Las movilizaciones magisteriales se agudizaron en estados como Oaxaca y Chiapas, mientras que se levantó la voz en otros lugares como la ciudad de México y Nuevo León. La disputa entre el sindicato y la coordinadora matizó la discusión cuando se tomaron de la mano para pactar con la secretaría correspondiente. Sin embargo, el verdadero giro se presentó sin mayor resonancia que la ligera cobertura de medios convocada por la SEP: la propuesta curricular para la educación obligatoria —en otras palabras, la nueva educación mexicana.
En un documento de casi 400 cuartillas —que puede verse aquí— se justifican propuestas de cambio que surgieron de forma aislada desde que fue aprobada la reforma educativa en 2014. Se clarifican algunos objetivos de la evaluación docente, el aún improductivo proyecto de escuelas al “cien” y la reciente modificación del calendario escolar. En una palabra, la administración peñanietista lanzó —con dos años de retraso— el tan exigido sustento pedagógico de la reforma educativa. Empero, el documento recae en constantes repeticiones, contradicciones y deja sueltas un sinfín de interrogantes sobre el devenir de los planteles escolares, de los profesores, de los alumnos y de la comunidad con que se vincula. Lo cierto es que deja en claro que la Secretaría de Educación Pública irá, paulatinamente, sacudiéndose las responsabilidades administrativas de la educación.
El documento puede ser visto desde tres grandes frentes: la formación educativa (la innovación), la formación social (la ética) y la formación para la sociedad (la política). La propuesta curricular tiene un abierto enfoque empresarial de la educación y una clara línea que indica la percepción que tiene el gobierno de la educación en nuestro país.

Formación educativa
La innovación se limita para las elites en el poder a un simple ejercicio de sustitución de términos y al abuso de un léxico novísimo. Se dejó de lado el fin último de la innovación, que es la resolución legítima de un problema que aqueja a la sociedad en donde se implementa. Para algunos académicos especializados en innovación, el plantel escolar es el que debe definir las necesidades que urge subsanar y, en consecuencia, donde deben marcarse las líneas de acción; la SEP responde a esto con la llamada “autonomía curricular”.
La autonomía curricular es el valioso regalo de la SEP a los planteles escolares: cada consejo técnico decide qué enseñar y cómo —obviamente limitados por una línea de acción general—. Sin embargo, el argumento se enfrenta con un obstáculo: el tiempo. La SEP previó un calendario novedoso en donde se contemplan 185 días de trabajo, en los cuales los planteles aumentan el horario de servicio —aunque sin la gratificación económica correspondiente— y en los cuales deben impartir “lo que decidan”; dicho de otra manera, lo que la secretaría indica como actividades sugeridas.
Se pretende que los planteles escolares ofrezcan actividades complementarias de carácter artístico, de regularización educativa y de desarrollo emocional. Todas ellas serán planeadas y gestionadas —económica y socialmente— por el plantel escolar y su comunidad, salvo en los casos de aquellas escuelas que reciban algún apoyo económico federal o estatal, de donde podrán echar mano para subsidiar estas actividades. Los 15 días restantes, de los 200 que actualmente se contemplan, serán trabajados por los docentes de forma regular decidiendo dentro de su consejo técnico las actividades a realizar durante dicho periodo —una vez más, sin la gratificación económica correspondiente.
Cabe mencionar un elemento considerado como “innovador” por lo desarrolladores de la propuesta: los aprendizajes prescindibles —los cuales fueron abordados recientemente en este espacio—. Con la justificación de la necesidad de disminuir contenidos, la propuesta curricular considera necesario dejar de lado elementos de la formación de los estudiantes que la SEP supone innecesarios; es decir, enseñar a los estudiantes lo que el estado considera que no es necesario. La praxis, entendida al estilo sanchezvazquista como un elemento de ruptura que permite un cambio, es posibilidad de diseñar verdaderamente la currícula para proponer un nueva concepción social que se ajuste a las necesidades; esa idea es abandonada rotundamente.
Formación social
La propuesta curricular prevé que “el currículo ha de apuntar a desarrollar la razón así́ como el corazón” (35), para lo cual debe formarse a los estudiantes mediante la enseñanza plena de los valores y de las leyes, con el fin de alcanzar un desarrollo emocional adecuado. Sin mayores tapujos se definió que lo que marca la convivencia entre los estudiantes es la “paz emocional” y el “conocimiento de valores”; así, en general. La ética es vista como auxiliar de la psicología y no como el elemento que indica la ruptura o el seguimiento del comportamiento en comunidad.
Se degradó tanto a la ética que se olvidó su función dentro de la sociedad: promover el cambio. Sin embargo, el deber ser se mantuvo para los docentes, los cuales gozan de una lista de catorce puntos y siete cuartillas acerca de cómo deben comportarse y cómo espera la sociedad que sean, añadiendo en forma tajante que el docente debe aceptar las consecuencias legales y éticas de su labor. Es decir, mientras que al alumno se le apoya en su desarrollo emocional, al docente se le hostiga, se le señala y se le condiciona en su desempeño como educador.
El afán por desacreditar al cuerpo docente no cesa con la propuesta curricular, pues se lleva a la formación de los nuevos profesores: el deber ser se aplica a los aspirantes a incorporarse a la plantilla de la SEP y se inculca desde la escuela —en el caso de la modificación curricular en escuelas normales— para permitir el quehacer docente se realice sin inconvenientes. La libertad al servicio de la elite.
Formación para la sociedad
La cúspide de la propuesta curricular de la SEP radica en su visión de la educación como un elemento administrativo y meramente empresarial. Con la justificación discursiva del popular aprender a aprender —que deja de lado su función pedagógica— el sistema educativo es planteado como una línea de producción que culmina cuando provee a un restaurante transnacional de una mano de obra barata.
Según el texto, la educación básica enseña a los estudiantes a ser y a convivir con su medio, mientras que la educación media superior los dota de la capacidad de hacer. El bachillerato le permite al estudiante, apoyado en el constante desarrollo emocional, colocarse como un ente con capacidad de liderazgo y que se comunica de forma adecuada con su medio, por lo que es capaz de trabajar en equipo —discurso similar al de un manual de formación laboral—. Así, el bachiller es visto como un sujeto que saldrá listo para enfrentarse a su realidad social y económica. Situación que tiene mucha pertinencia con los acuerdos de suministro constante de mano de obra —maquillada como fuerza laboral— que la Secretaría del Trabajo y Previsión Social firmó con una cadena de restaurantes.
La reforma educativa abrió una caja de Pandora. Desató los ánimos iracundos de profesionales ansiosos por colocar en un documento la mayor cantidad de términos “novedosos” sobre educación. Términos como áreas de oportunidad, interdisciplina, autonomía, autogestión, autodesarrollo, autoevaluación, crítica, multiculturalidad y otros tantos aparecen de forma desmedida a lo largo del texto sin una definición clara ni mucho menos una justificación adecuada. Basten tres ejemplos de la cacofonía conceptual de la propuesta:
- Mientras se alega una posición contra el constructivismo, porque se la considera una propuesta inaplicable en los planteles escolares, se propone una visión de la educación en donde el alumno construya su conocimiento.
- Mientras se afirma la necesidad de hacer conscientes a los estudiantes de su realidad, partiendo del conocimiento de su pasado, las horas previstas para la enseñanza de la historia son disminuidas y sustituidas por asignaturas sin profesores asignados tales como la enseñanza del inglés o —la joya de la propuesta— el “desarrollo emocional”.
- Y mientras se invoca el respeto a la libertad de decisión de cada estado, presuntamente para avanzar por el camino de la federalización (son sus propias palabras), se apunta a que la labor de elección, formación y contextualización de contenidos serán realizados no desde las secretarías estatales sino desde Argentina 28 —en la ciudad de México.
Sirva pues esta pequeña reflexión para imaginar los caminos de la nueva educación mexicana.
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