por Jaime Ortega Reyna *
En 1986 apareció, bajo el sello de Ediciones Era, el primer libro de Bolívar Echeverría. Titulado El discurso crítico de Marx, pronto se convirtió en una referencia obligada. Revisitar este texto es crucial para entender la deriva de un pensamiento que gozó de vigor y pertinencia, pero que fue prontamente desplazado del centro de la reflexión crítica. Sucesos variados contribuyeron para que ello sucediera: en lo interno, el debilitamiento de la izquierda socialista y el fortalecimiento de las versiones nacionalistas; en lo externo, la crisis terminal del socialismo histórico, y en medio de todo ello el agotamiento de un discurso que tenía pretensión de cientificidad al tiempo que derivaba radicales conclusiones políticas.
Compuesto por una serie de textos publicados con anterioridad en revistas de gran importancia como Cuadernos Políticos, Historia y Sociedad, El Buscón, entre otras, puede verse claramente tanto las inspiraciones como los debates que se sostenían en el tránsito de los años setenta y los ochenta. Mencionamos algunos que en Echeverría parecen como centrales. En primer lugar, la relevancia de El Capital como el texto fundante de una manera específica de leer y escribir con Marx, la así llamada “crítica de la economía política” como una posible llave de entendimiento frente a otras interpretaciones aledañas que colocaban el énfasis en el humanismo del joven Marx. En segundo, el rescate de una tradición anclada en un cierto núcleo alemán, que hoy conocemos genéricamente como “teoría crítica”, es decir, un acompañamiento de las problemáticas suscitadas por aquella escuela al momento de asediar la obra de Marx —ello contrastable frente a quienes privilegiaban las escuelas francesas o italianas, de tanta influencia a nivel mundial—. En tercero, la relevancia del pensamiento y la figura de Rosa Luxemburgo como alternativa del marxismo del siglo XX, frente a Lenin y la tradición organizativa que de él se deriva. Finalmente, existen un par de textos al final del libro que abren una deriva nueva al momento de discutir el lugar de la nación y la especificidad del Estado, tanto en el marxismo en general (un discurso muy evocado a partir de la obra de José Carlos Mariátegui) como en la “crítica de la economía política”, de donde deriva Echeverría una forma particular de ambos problemas señalados.
Bolívar Echeverría (Fuente: CIESPAL)
Sin duda, todos estos elementos se encuentran dispuestos en una forma original de pensar a Marx, su obra y las posibles derivas. La inscripción en un marxismo de tipo universalista, menos anclado en debates regionales o locales, permite que una revisión 30 años después muestre una vitalidad específica en tanto que es una lectura particular de Marx y no de un proceso o coyuntura. Ello es sobre todo claro en los textos sobre El Capital, que operan en tanto que comentario a fragmentos de la obra de madurez de Marx, pero también como producción de un discurso cuyo eje de articulación es la comprensión de la dimensión mercantil del mundo y las múltiples contradicciones que dicha dimensión produce, que el propio Echeverría plasmará en un famoso ensayo más de una década después titulado La contradicción valor/valor de uso en El Capital de Marx.
En tanto que herencia, se trata de un pensamiento producido en unas coordenadas políticas y sociales hoy ya inexistentes (de las que no somos contemporáneos) y ello hace significativo revisar la presentación del libro. Publicada con anterioridad en El Buscón con el significativo título de “En la hora de la barbarie”, se explicita de manera muy clara dos dimensiones: la posición de Echeverría frente a la “crisis del marxismo” y un proyecto de investigación que se desprende del posicionamiento frente a dicha discusión. Ambas dimensiones se encuentran anudadas y representan un documento significativo para la construcción del archivo del marxismo producido desde América Latina.
En él se expresa el sentido de la existencia de “comunismo” como intento de dotar de sentido a la historia de un siglo que se presenta como el de un barbárico “sin sentido”, lleno de violencia, explotación y guerra. Del “comunismo” deriva la “Izquierda” como forma política organizada de la iniciativa de dar otro sentido a la historia del siglo. En tanto que el “marxismo” es la forma discursiva del “comunismo” y la “Izquierda”. Discurso que se encontraría en crisis y cuyos focos de atención son, a decir de Echeverría, tres principales: la pérdida de sentido revolucionario en el seno de la “clase obrera” industrial, la crisis histórica del socialismo histórico que dejaba sin ejemplo de construcción alternativa a la izquierda y, finalmente, la confianza desmedida en la técnica capitalista como elemento neutral, al que se apuesta incluso a su desarrollo.
Resulta interesante que Echeverría coloque la “crisis del marxismo” en estos tres elementos a mediados de los años ochenta. Del primero, Echeverría reconoce que la resistencia al mando despótico del capital ya no en la clase obrera, sino en una multiforme y “abigarrado campo de la rebeldía contemporánea”. Es decir, se abre un boquete sobre una de las certezas más arraigada desde el siglo XIX: la existencia de un “sujeto histórico” encargado de des-totalizar el sistema vigente y ser él mismo el constructor de una nueva totalidad social. Ese “sujeto histórico” universal, se encuentra seriamente cuestionado, tanto en sus capacidades efectivas, como en su lugar teórico dentro del andamiaje conceptual del marxismo. Aunque Echeverría no se pronuncia por formas específicas que compondrían ese “abigarrado campo de rebeldía”, lo cierto es que tampoco hay un intento de recomponer proponiendo otro gran “sujeto histórico”. En dado caso, Echeverría afronta un signo de la época: el agotamiento revolucionario de la clase obrera industrial, que ha sido integrada, cooptada, pero también duramente reprimida y políticamente derrotada.
Un segundo punto, éste quizá más crucial por sus consecuencias, es la crisis del socialismo histórico y la relación del marxismo con dicho campo. Echeverría sostiene que existe una gran incongruencia: el marxismo en tanto que discurso crítico vive de la “muerte del discurso del poder”; la paradoja es que con la instauración de experiencias concretas de construir relaciones no capitalistas convoca a que el marxismo se vuelva “discurso del poder”. Ello nos lleva a una deriva con grandes consecuencias: el marxismo deja de ser una forma de pensar crítico cuando tiene que justificar un orden, una totalidad, unas certezas perfectamente localizadas. Finalmente, se encuentra en crisis una concepción que apostaría a “liberar las fuerzas productivas”, a “modernizar” consecuentemente a la sociedad. Se trata de un marxismo productivista, enraizado en la idea de que la construcción adecuada de otra sociedad pasa por alimentar la máquina social productora de cualquier mercancía imaginable.
Treinta años después estos elementos siguen posibilitando la movilización del pensamiento. Es cierto que las condiciones han cambiado radicalmente: el capitalismo ha ingresado en una “crisis civilizatoria” cada vez más palpable, sin embargo el “abigarrado campo de la rebeldía” tampoco ha dado muestras de construcción de grandes respuestas, sino apenas ha formulado algunos enunciados fragmentarios (gobiernos populares en América latina, socialismo del siglo XXI, la “indignación” que habita el centro del capitalismo global) aún insuficientes.
Treinta años después el libro de Echeverría moviliza, convoca, interpela. A partir de él es posible pensar de nuevo algunos de los signos más importantes de nuestra época. Quizá esa sea su principal fortaleza: desalojar cualquier circularidad que devele “lo que verdaderamente dijo Marx” (o Echeverría), sino entrar en un momento productivo, en donde sea posible pensar y decir nuestro tiempo a partir de estas y otras obras. Es cierto que ahí radica la posibilidad de que un autor sea un clásico. Y Echeverría, de a poco, se ha convertido en uno infaltable.
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