por Mariana González Saravia Peña *

Para ti ya no habrá sol,
para ti ya no habrá muerte,
para ti ya no habrá dolor,
para ti ya no habrá calor.
Ni sed ni hambre ni lluvia, ni aire,
ni enfermedad ni familia,
nada podrá atemorizarte,
todo ha concluido para ti,
excepto una cosa
el cumplimiento de tu deber.
En el puesto que se te designe,
ahí quedaras,
por la defensa de tu nación,
de tu pueblo, de tu raza,
de tus costumbres, leyes y religión.
¿Juras cumplir con el mandato divino?
Juramento yaqui

Filósofos e historiadores han intentado explicar el origen de la modernidad desde distintos tiempos y espacialidades. De lo que no cabe duda es que comenzó como un proyecto de Occidente. Algunos intelectuales como Habermas propusieron que fue a partir del descubrimiento de América y la invención de la imprenta cuando comenzó el proceso de modernización, las guerras de conquista y la creación de Occidente como modelo ejemplar para otros espacios no cristianos. Por otra parte, Koselleck señala que la modernidad tiene que ver con un proceso de secularización que se originó a partir de la ilustración y que fue acompañada de los procesos de construcción del estado-nación. Aunque ambas hipótesis estén ubicadas en diferentes épocas, el lugar es el mismo y la forma de comprender su expansión está acompañada de la creación del imaginario europeo frente a otros no europeos.

Actualmente, las diversas críticas a la modernidad consideran sus consecuencias políticas, morales y económicas y su repercusión en la explotación de grupos o países que hoy en día se resisten a la ideología occidental. Para resistir a la secularización y al interés puramente material y económico que fomenta la modernidad, algunas culturas han logrado conservar sus tradiciones, su costumbres, su soberanía e incluso su territorio, a partir de generar discursos que sobrepasan el individualismo capitalista y que logran generar mayor fortaleza en el aspecto colectivo, sin negar la subjetividad de cada uno de sus integrantes.

Uno de estos imaginarios es el del guerrero como posibilitador y defensor de la paz. A diferencia del guerrero occidental, que busca conquistar y matar, aquél se piensa, como dice el yaqui don Juan Matus como

Un guerrero [que] tiene que usar su voluntad y su paciencia para olvidar. De hecho un guerrero no tiene más que su voluntad y su paciencia, y con ellas construye todo o que quiere. La voluntad es algo que un hombre usa, por ejemplo para ganar una batalla que, según todos los cálculos, debería perder.

Esta descripción del guerrero ancestral, pre-moderno, está pensada de manera pedagógica, en la cual se fomenta la voluntad como herramienta para construir sociedades políticas que generen seres humanos más espirituales (pues su lucha carece de armas). Pero los yaquis no son los únicos en pensar que el guerrero debe de tener una batalla interna. En Oriente, muchos de los principios del arte marcial están enfocados a crear personas capaces de reconocer que, antes de depositar el mal y el error en otro, éstas deben usar constantemente su voluntad para generar una paz interior y así servir a su comunidad y defender lo que ésta considera sagrado.

A mediados del siglo XX, después de la segunda guerra mundial, Morihei Ueshiba rescató el conocimiento shintoísta como una propuesta para resistir a la ideología occidental que fomentaba la violencia y la conquista sobre el otro. En sus escritos titulados El arte de la paz, explicó que en el mundo hay destrucción y odio porque se ha olvidado que todas las cosas emanan de la misma: “del mismo modo que una flor de loto emana del lodo, las semillas de tu corazón están esperando germinar”. Reconociendo que la defensa es necesaria para resistir a la destrucción y el odio pero que no es suficiente para construir comunidades que valoren y protejan la vida, Morihei Ueshiba decía que el verdadero enemigo era nuestro propio ego, pues es el ego el que genera división y que la verdadera victoria era sobre uno mismo: “Vencer significa derrotar la idea de disputa que tenemos en nuestra mente”.

Hoy en día, el individualismo y la falta de participación han generado conflictos que están llegando a sus límites. En el caso de México, la violencia, la inseguridad y la corrupción son el pan de cada día, y la manera de hacer política es más bien una forma de crecer económicamente. El modelo laboral individualista genera ciudadanos que piensan más en trabajar para sí mismos que realmente en generar comunidades políticas. Estamos acostumbrados a obedecer más que a mandarnos. Por esta razón debemos acudir a imaginarios no occidentales; para poder pensar en nuevas formas de entender nuestra posición en un mundo que se encuentra en un estado crítico. Cuando no tenemos propuestas ni la suficiente imaginación para pensar en el futuro, basta con echar un vistazo en el otro ajeno, en el pasado, en aquellos que consideramos “bárbaros” o poco “civilizados”, pues parece que han generado proyectos educativos y políticos mejores que los que propone Occidente.

Yaquis prisioneras hacia 1910.
Yaquis prisioneras hacia 1910.

Es necesario volver a buscar lo sagrado para poder protegerlo y protegernos al mismo tiempo. Un ejemplo claro de lucha por la paz y la conservación de la vida es la que han realizado los yaquis durante casi quinientos años y que hoy en día continúa. Desde el siglo XVI han resistido a procesos de individuación, pues han intentado conquistarlos por sus tierras y en el despojo convertirlos en mano de obra barata. Y a través del proceso han aprendido más sobre ellos mismos y sobre la defensa no violenta. Saben que el guerrero no busca la victoria sobre el otro sino conservar lo sagrado a partir un constante aprendizaje que requiere de voluntad. Para ellos lo sagrado no es el dinero ni el reconocimiento social. Ellos protegen su río porque está amenazado; para ellos el río es principio porque nació de la nada con las negociaciones del sapo y el que ordena la lluvia; las dimensiones cosmológicas representan la vida y muerte el ciclo de la agricultura, del nacimiento del hombre.

En su advocación como identidad sagrada y material, el guerrero se convierte en un ser consciente del poder de la naturaleza y defiende lo sagrado, usando la fuerza para evitar su muerte. Durante casi quinientos años de constante guerra, la nación yaqui nunca ha atacado; ellos sólo combaten en su territorio para protegerlo, pues como dice Morihei Ueshiba, “herir a un oponente es herirse a uno mismo a ti mismo. El arte de la paz es controlar la agresión sin producir daños”. Por esto que resulta necesario y urgente comenzar a entender y formular qué es lo que entendemos por sagrado y qué es lo que debemos de defender.

Las comunidades mexicanas están comenzando a defenderse de varias maneras, tanto pacificas como armadas. Por eso que debemos comenzar a formular un nuevo discurso. Antes de juzgar debemos preguntarnos en cada momento, ¿cómo evitar agredir al otro en un momento tan crítico?, ¿cómo reconocer la lucha del otro e integrarla a la mía? Todos debemos pensarnos como guerreros, pues es primordial la existencia de una disciplina interna, llena de cuestionamientos, de renuncia del ego (esta lucha se lleva internamente), para poder encontrar en el proceso caminos que nos relacionen con colectividades que defiendan lo sagrado.

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