por Daniela I. Cárdenas Ruíz *
Una de las necesidades que tenemos como seres humanos es la de forjarnos una identidad que logre diferenciarnos del resto de los individuos y de las colectividades. Pese a la gran diversidad cultural que hay en el mundo, pareciera que aún no somos capaces de asimilar o de aceptar a ciertos grupos cuyas prácticas culturales son distintas a las nuestras, pues son distintas la lectura y la concepción del mundo que tenemos. Nos definimos a partir de lo que es el “otro” porque vemos que no somos como él, y llegamos a exaltar tanto nuestras diferencias que caemos en la intolerancia hacia lo que es el “otro”. De manera que si nos consideramos civilizados es porque existe un “otro” al que vemos como salvaje. Identidad y prácticas culturales son elementos que rigen nuestra vida diaria y que tenemos profundamente arraigados. En el caso de occidente, a pesar de que existe un reconocimiento de la pluralidad cultural, no se ha conseguido llegar a la tolerancia de algunas culturas y mucho menos se ha logrado su inclusión.
Hace unos días, con el ataque a la revista francesa Charlie Hebdo, se nos presentó un ejemplo de lo anterior. Hasta donde se ha dicho, el atentado fue ejecutado por un grupo de “terroristas” musulmanes como represalia por la publicación de una serie de caricaturas que atacaban al Islam. Desde entonces, millones de personas en Occidente han salido a las calles para protestar en contra de lo inaceptable, la muerte de 12 personas, y para defender la libertad de expresión, que cada vez ven más amenazada por grupos radicales (como el que realizó el ataque a Charlie Hebdo). Pero las protestas también se están suscitando del otro lado, donde los musulmanes repudian a la revista satírica que, valiéndose de caricaturas, ataca tanto su religión como cada aspecto de su vida. Para algunos musulmanes no existe una división tajante entre religión, política, sociedad y prácticas culturales; en algunos casos, más aún, la religión rige todo lo demás y lo que les da identidad como individuos dentro de una colectividad.

A raíz de estos hechos, los principales medios de comunicación han tomado medidas sobre la reproducción de la caricaturas publicadas por Charlie Hebdo. Debido a ello, en muchos periódicos encontramos sólo una descripción detallada del contenido de las polémicas imágenes, pero no las imágenes —para no alentar la indignación. Las caricaturas han sido utilizadas desde hace mucho tiempo por periódicos y revistas; su vigencia se debe a que facilitan la crítica de personas o situaciones determinadas, al tiempo que permiten la rápida difusión de las ideas plasmadas. En su mayoría, los mensajes emitidos por estas imágenes son claros y aprehensibles para diversos públicos.
El problema con las caricaturas de Charlie Hebdo es la carga racista que poseen, lo que legitima un discurso político antiinmigrantes y, particularmente, contra de los musulmanes. En este caso, la crítica que se puede hacer de la realidad mediante una imagen fue llevada al extremo, cayendo en la ridiculización y en lo grotesco. Como consecuencia, la imagen que se proyecta del “otro” es cada vez más lejana a nosotros, menos comprensible y por consiguiente, blanco fácil de una serie de juicios a priori.
El caso de Charlie Hebdo revela intolerancia y radicalización de ambas partes, pero es sólo una ventana que nos permite ver hasta dónde se puede llegar en una sociedad en la que no cabe el “otro”. Las caricaturas en las que se muestra a Mahoma son un ataque directo no únicamente a la religión o a la cultura de un grupo, sino también a su identidad individual y colectiva. Me pregunto si como individuos seguiremos aceptando y sustentando las lecturas que unos cuantos hacen de la realidad, si insistiremos en ver al “otro” a partir de lo que somos, o si seremos capaces de verlo de manera más crítica y serena para entender esa otredad en su contexto.
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