por Bernardo Ibarrola *
Al comenzar la calle, dos espacios públicos: la plaza y capilla de la Conchita y el jardín Frida Kahlo. Junto a éste, en el número 62, un conjunto de casas de lujo levantado hace poco en los terrenos de la antigua fábrica de papel; en el 70, la “Hacienda de Cortés”, restaurante, bazar y jardín para fiestas; un poco más adelante, del otro lado de la acera, la Escuela Superior de Música, instalada ahí en un palacete porfirista desde 1977; unos pasos al norte, una Unidad de Medicina Familiar del ISSSTE y, frente a ésta, dos escuelas primarias, una privada y otra pública. Junto a la ESM, en el número 43, otro palacete, objeto de los cuidados de las autoridades culturales de la administración de Felipe Calderón.
Construida a principios del siglo XX en un terreno de más de mil metros cuadrados, esta casona dejó de ser residencial en la década de 1990 para albergar una empresa de producción y distribución cinematográfica y, durante un par de años, una escuela privada de cine y teatro (ahora instalada en el 165 de Francisco Sosa, otra de las calles emblemáticas de Coyoacán). En 2006 se frustró un intento de demolerla y construir en su lugar ocho viviendas de lujo, pues estaba registrada, por su valor histórico y artístico, por el INAH y el INBA.

¿Qué hacer con una propiedad de tales dimensiones en una de las zonas más concurridas de la ciudad, pero con la doble limitación de uso de suelo exclusivamente habitacional e imposibilidad de demoler para fraccionar? En lugar de volver a la vocación original del predio —una casona de lujo—, para la cual no había impedimento alguno y seguramente tampoco habrían faltado compradores, los propietarios (me curo en salud: no tengo idea quiénes eran) lo vendieron a una empresa paraestatal: Educal S. A. de C. V., sectorizada en el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Esto ocurrió a mediados de 2009. A cambio de casi veinte millones de pesos, Educal adquirió la propiedad en la que estaba expresamente prohibida cualquier actividad distinta a la habitacional y que, además, no podía demolerse.
Pero para ese momento ya estaba planeado que esto cambiara. El objetivo de Conaculta era crear ahí un centro cultural especializado en asuntos de género y aprovechó para ello un “estudio de costo beneficio simplificado” para la creación de una librería en el centro de Coyoacán, presentado por la Secretaría de Educación Pública y aprobado por la de Hacienda en agosto de 2008. Al asumir la presidencia del Conaculta en marzo de 2009, Consuelo Sáizar anunciaba oronda “el primero de grandes proyectos que haremos”: un centro que “tendrá un consejo consultivo integrado por mujeres de la cultura y las artes, entre ellas Denise Dresser, Sabina Berman, Roxana Fuentes Berain, Juliana González y Laura Emilia Pacheco”.
Poco importaba, por ello, que el “estudio de costo-beneficio” pusiera en evidencia la inconveniencia económica de otra librería en el barrio ni que se ajustara muy a regañadientes con la tarea principal de Educal, que es distribuir los fondos editoriales del Conaculta, del subsistema de Preparatoria Abierta de la SEP y de otras instituciones culturales y educativas. El edificio deseado por Sáizar ya tenía presupuesto, sede y hasta nombre: Centro Cultural Elena Garro; los permisos llegarían después.
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