[H]abía nacido en una tierra sin abuelos y sin memoria, donde la aniquilación de los que lo habían precedido era aún más absoluta y la vejez no encontraba ninguno de los auxilios de la melancolía: El primer hombre
por Benjamín Díaz Salazar *
La grandeza de un escritor se mide por la trascendencia de su obra. Es precisamente ahí donde radica la importancia de la pluma: en trazar en unas páginas un mundo al que el lector se transporte pero que al mismo tiempo le permita reflexionar sobre su propia realidad. La habilidad de volver idea a una simple palabra. Pocos han sido los que permiten llevar nuestras mentes por misteriosos mundos.
Uno de ellos es Albert Camus.
Con un sentimiento de vergüenza me declaro apenas conocedor de la obra de este autor argelino. Empero, El primer hombre, trad. Aurora Bernárdez (Barcelona: Tusquets, 1994), me ha parecido un extraordinario uso del papel y la pluma. Páginas donde se muestra un espacio tan distinto pero al mismo tiempo tan conocido, ese esbozo de un mundo que pareciera distante pero que, al deslizar la mirada por sus párrafos, nos resulta tan trascendente y similar.

Camus describe con una sutileza majestuosa las circunstancias de un joven argelino. Permite conocer ese sentimiento de impotencia y valentía que imponen las vicisitudes de un siglo (es la primera guerra mundial). Transmite los latidos de un corazón agitado por la belicosidad de su medio. Resuenan las entrañas que han olvidado lo que una buena comida significa. Retumban los oídos con las bombas y los gritos de dolor de una población asustada y temerosa (es la guerra de independencia argelina). Comprime el alma la resignación con la que los individuos emprenden su camino hacia un futuro incierto.
Son ya cien años desde que vio la luz Albert Camus. Su obra ha sido merecedora de ovaciones y diversos premios. Entre ellos figura el ambicionado Nobel. Ha sido publicado por centenares de editoriales, traducido, interpretado, criticado, valorado. La trascendencia con la que sus textos se muestran es singular y, sobre todo, avasalladora. Línea tras línea nos da una sacudida de conciencia que nos obliga a trasladar sus reflexiones a nuestra perturbada realidad.
Albert Camus, en sus 47 años de ajetreada vida, se mostró constantemente preocupado por encontrarse a sí mismo. Cuestionándose en el día a día cuál sería su labor. Preocupado por descubrir el cómo y cuánto de su trascendencia a la posteridad. Ignoro si logró responderse, pero me tomo el atrevimiento de contestar a su insaciable duda. Hoy, y en respuesta a la preocupación plasmada en El primer hombre, Camus ha logrado adentrarse en la memoria colectiva. Camus era, sin duda, un hombre rebelde: logró volverse un extranjero de su vida, uno que transformó las charlas de café con Sartre en grandes reflexiones filosóficas plasmadas en sus entrañables obras literarias.
Limitado por el poco conocimiento de sus obras, sólo puedo invitarlos a que descubramos las enigmáticas marañas que se tejen entre sus líneas. Descubramos cómo crea puentes sólidos entre la experiencia y la conciencia del hombre. Naveguemos en las aguas de un autor que, preocupado por la memoria y la trascendencia, ha logrado colocarse en el más profundo sitio de aquellos que lo hemos conocido. Les extiendo, de nuevo, la invitación para su lectura. En caso de que ya tengan el placer, les ruego no paren de analizar su perspectiva del vivir.
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