por Mariana González Saravia Peña *
Tengo el mal habito, al despertar, de querer saber lo que está pasando en el mundo; lamentablemente, como dependiente de la tecnología, me informo por medio de las redes sociales. Las dos primeras noticias que vi no tenían al parecer ninguna relación entre sí. Pero después de meditar un rato, creo que hicieron evidente un gran problema: el de la educación y el discurso sobre ésta.
La primera noticia hablaba sobre Malala Yousafzai, joven paquistaní de 16 años que, tras haber sufrido un atentado (en 2012) por manifestarse a favor de la educación, se convirtió en estandarte de las Naciones Unidas, y la BBC, que hicieron de ella un símbolo perfecto de la concientización sobre la educación a la manera occidental. De pronto, Malala parece ser perfecta; primero porque es mujer, porque es musulmana y porque es niña: Malala cumple con todos los requisitos para pertenecer a la categoría de “minoría”. Es de esta forma que, mediática al igual que moralmente, tiene la capacidad de dictar lo que ella quiere y, como luz esperanzadora, muestra las injusticias de un mundo que parece estar desmoronándose. Sin embargo, su discurso puede ser malinterpretado si se estudia bien a las instituciones que la respaldan. La segunda noticia trataba sobre la inexistencia del historial académico de Enrique Peña Nieto. Aunque la fuente del artículo no sea confiable, es evidente que el presidente, como representante de una democracia, debería de cumplir con los parámetros que la misma democracia defiende, como es el de la educación.

Comparando ambas noticias, lo que hay de fondo es un discurso mal logrado por parte de las naciones que educan bajo un enfoque “democrático”. Por una parte justifican que todos debemos de ser educados en la crítica para poder lograr objetivos que, aunque no sean comunes, favorezcan la convivencia entre personas que piensan distinto. Pero, al mismo tiempo, la educación señala qué es lo que se tiene que criticar, de que manera y en que medida. Dicen que debemos utilizar la razón, la lógica , el diálogo, porque —en palabras de Malala— “un niño, un maestro, un libro, un lápiz pueden cambiar el mundo”. Al comparar este discurso con la realidad del país, parece ni una multitud de estudiantes y maestros puede hacer la diferencia, lo que me lleva a preguntarme: ¿qué tanto repercute la educación en la práctica de un país que se ve reducido a reformas meramente económicas y laborales?, ¿debemos optar por una reforma realmente educativa? y ¿es necesario primero establecer igualdad de oportunidades económicas antes de preocuparnos por la educación?
En la historia de la filosofía se toma como modelo al sujeto cartesiano como fundamento conceptual del individuo moderno: aquél que debate, aquél que duda es aquél dueño de su razón y por lo tanto de su existencia. Sin embargo, aquél pensado como sólo “entre muchos” ignora la manera en la que los otros moldean su propio discurso (dentro de su propia razón). ¿Cómo podemos saber si la razón que entendemos como propia no es más que algo condicionado por el contexto? Si pensamos que el sujeto está inmerso en un contexto en dónde tiene cierta libertad para pensar pero pocos recursos para actuar, entonces podemos comprender la complejidad de la palabra educación: pues si en el discurso se escucha “libertadora”, parece que en la práctica no logra concretarse, al menos en los países que no caben dentro del modelo hegemónico o, más bien, que sirven a éste como recurso de justificación de su propio poder.
Es por esta razón que debemos hacer notar, como historiadores, la forma en que la idea de educación ha sido siempre una herramienta discursiva pero que ha sido poco puesta en práctica. Se demanda educación al mismo tiempo que la mayoría de las personas carecen de un concepto propio de ésta. Parece que la crítica es el resultado de esta educación, pero ¿qué tanto es esta misma la que impide elaborar conceptos auténticos? Debemos entonces no intentar cambiar el mundo con un discurso a favor de una democracia inexistente, sino más bien buscar fuera de las instituciones educativas paradigmas de saberes que sean más congruentes con el contexto actual, más auténticos, pues para empezar gran parte de la población mexicana no concluye sus estudios porque sabe que con ellos no cambiará el mundo.
Desgraciadamente, la palabra «educación» hoy está tan vacía de significado como «paz», «tolerancia», «libertad», «transparencia», etc. Coincido contigo ampliamente. Hace poco en una charla comentaba el programa Leer te hace grande. Si tienes oportunidad, checa las webs de éste y del Consejo Voz de las Empresas. El mito de que con la educación se lucha contra la pobreza, las faltas de oportunidades (o de oportunismo, visto lo visto en la historia mundial) y de esfuman las diferencias sociales, tristemente lo tragamos todo el tiempo.
¿Qué podemos decir del proyecto priísta de educación «socialista-nacionalista» que lo único que ha hecho es, como escribe Antonio Rubial, convertir en santos a los «héroes patrios»? ¿Qué hay de la estrategia panista que, durante sus doce años de gobierno, se dedicó a «recortar» la historia «mexicana» (es decir, la historia de los pueblos autóctonos precolombinos) en los libros de educación básica?
El resultado del proyecto priísta es, como sabemos, un nacionalismo fanatizante del que resulta la discriminación del mexicano por el mexicano y la creencia religiosa en el caudillo salvador. Del segundo y más reciente, resulta que antes de la infiltración castellana entre los pueblos americanos, el niño y el adolescente podrá concluir que aquí no había nada ni nadie… digno paradigma de la colonización mental capitalista que desluce las diferencias, si no realmente, sí simbólicamente, lo que es más preocupante.
Finalmente, ¿qué podemos esperar de la calidad educativa que pueda generar un maestro rural entregado y comprometido (que los hay, aunque la reciente campaña antimagisterial quiera que todos quepan en el calificativo de huevones, pandilleros y salvajes) cuando él y sus estudiantes carecen de alimentación suficiente y de calidad para el tremendo trabajo cerebral que implica la verdadera educación? Y, ¿qué podemos esperar, si la clase media «ilustrada» que compone los sistemas universitarios no genera críticas y razonamientos lúcidos?
Sobre lo último, me he preguntado por qué, en el ambiente eferverscente generado por la llamada reforma educativa, no ha habido un posicionamiento de los académicos universitarios… ¿será que no les importa?
Saludos
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