por David F. Uriegas *
No puedo negar que, aun estando lejos de mi país, siento un dolor y una tristeza por lo que ha estado sucediendo en México aún desde antes de la toma de presidencia de Enrique Peña Nieto. Si bien El Presente del Pasado es una publicación que observa la historia y su desarrollo, no es posible negar la propia subjetividad de cada uno de los escritores; una subjetividad que bien puede ser criticada, pero también, indudablemente, que es un factor que enriquece toda historia.
Luego entonces, al observar lo que ha estado ocurriendo en mi país —la reforma educativa, la reforma energética, el cierre de escuelas y universidades, la brutalidad policiaca, etcétera—, ¿debería negar lo que siento?, ¿deberíamos negar, pues, que la historia está atestada de emociones estomacales, de vísceras? Hay estudiantes y maestros que claman por sus derechos y sus intereses, políticos de toda clase, críticos que se mantienen al margen, gente que está dispuesta a sangrar, gente que no tiene idea de lo que sucede, pero está allí —y, sobre todo, hay gente comprometida.
La crisis que se vive en México ha sido una crisis que ha despertado el interés público. El conocimiento de lo que sucede en el estado ya no es sólo del dominio del gobierno ni de los intelectuales y estudiantes universitarios. El conocimiento de tal crisis tampoco ya se limita a las clases medias y medias bajas: el conocimiento de lo que sucede, en términos muy generales, ya está en manos del dominio público, es accesible (aunque por accesible no necesariamente confiable) y, particularmente, reproducible en una escala que no se habría podido ver, por ejemplo, en 1968.
A veces me da la impresión de que los fenómenos socio-políticos que ha enfrentado Latinoamérica por poco más de doscientos años han sido luchas por el control y el dominio del conocimiento, asumiendo, pues, que el conocimiento trae consigo poder, autoridad y control sobre las masas. Quizá era de esperarse que, con el advenimiento de las nuevas tecnologías y la revolución sociológica que han traído las redes sociales, los sujetos tomaran más o menos conciencia de lo que están viviendo y por qué lo están viviendo. ¿No es así como sucede?

Ya Lenin lo entendía muy bien en ¿Qué hacer? (Stuttgart: Herederos de J. H. W. Dietz, 1902). Al darse cuenta de que una revolución socialista no podía ocurrir en Rusia por la ausencia de un proletariado, y ante le impaciencia para que Rusia alcanzara el estado industrial que la teoría marxista determinaba, propuso darle a la sociedad rusa la ideología del proletariado y así avanzar hacia el estado socialista que anhelaba. Darle la ideología proletaria a la sociedad rusa no era sólo darle una nueva manera de pensar; era también darle conciencia y conocimiento de su estado y condición social —aunque, si así quieren verlo una conciencia y un conocimientos muy doctrinarios—. Lo mismo ha sucedido en toda revolución americana: las independencias, por ejemplo, fueron producto de una serie de ideologías y conocimientos europeos que trajeron consigo nociones distintas y nuevas sobre ideas tan célebres como libertad y democracia.
En la actualidad, ¿no se están produciendo nuevas nociones, conocimientos, opiniones, ideas?, ¿no se están produciendo nuevas ideologías acerca de lo que sucede tanto en México como en muchos otros países? Parece ser que, después de todo, llamar a esto un «despertar» no es tan erróneo. Algo sucede en el mundo, con una simultaneidad y similitud que no puede ignorarse. Ni eso, ni la sangre.
Pues no hay que sentir, hay que actuar. Te dejo una entrevista a una mujer de 25 años que sintiendo a su país, participa en el cambio: https://www.youtube.com/watch?v=QhR_P2mTLWU&feature=player_embedded
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