por Israel Vargas Vázquez *
La verdad se corrompe con la mentira como con el silencio.
Marco Tulo Cicerón
Aquellos que reflexionaron acerca de la primera parte de este texto y pensaron que hay grados de mentiras o incluso tipos de mentiras —como mentiras blancas, protectoras, evasivas, académicas, históricas—, entérense que intentar graduar esta práctica no es otra cosa que justificar el acto de mentir. Una mentira es una mentira, sea del tipo que sea e independientemente del receptor que tenga. Es engañoso querer clasificar las mentiras. Si clasificáramos a las verdades por tipo, ¿cuáles serían los criterios para establecerlas?, ¿graduamos el tipo de verdad a partir del grado mentira que contiene? Un lío.
El significado de mentira propuesto por la Real Academia de la Lengua Española es «expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se cree o se piensa». Por lo tanto, la mentira no se reduce sólo al acto de hablar, también se despliega en la acción, cual infalible regla de la comedia televisiva estadounidense donde un personaje afirma conscientemente algo en una escena y en la siguiente —o en la misma— hace exactamente lo contrario. Mentimos porque, como dice Mauricio Ortega González, la mentira funciona como «un modulador de interacciones sociales en la medida que forma parte de la cotidianidad de comportarse para establecer y mantener relaciones sociales» (aquí su artículo). Traducción: «mentimos por convivir.» Por ejemplo: «¿Arjona, yo? nunca, para nada», pero en algún baúl perdido de la casa están sus cassettes guardadas. Otro ejemplo: «Malditos gringos, los odio por capitalistas», pero el día del Super Bowl pasamos al Walmart por las coca colas. Y así muchos; no terminaría.
Ortega González escribió que «el acto mentiroso debe ser entendido como un acto social»; por lo tanto no se nace mintiendo ni para mentir, se aprende hasta que sin darse cuenta uno entra en el juego de «la mentira como necesidad social». Cualitativamente, no considero que se pueda medir porque, como escribí al principio, establecer tipos de mentiras me parece falso. Sin embargo, creo que sí se puede medir cuantitativamente, al determinar quién miente con frecuencia y quién no. ¿Acaso un mitómano o mitómana tiene límites?
En su última visita a la UNAM, el doctor Mario Carretero nos preguntó por qué no damos explicaciones mínimamente científicas a nuestros hijos cuando nos cuestionan «¿por qué nos enfermamos?» o «¿de dónde vienen los bebes?» y para responder construimos una serie de analogías, atribuimos a las cosas otro nombre y damos vueltas hablando demasiado hasta creer que convencimos al párvulo de decir algo cierto. Cuando son niños ajenos manejamos otro discurso, con características similares, pero un poco menos responsable, y de paso una versión diferente si se puede. ¿Acaso no funciona así la política mexicana? ¿No nos damos cuenta que les estamos enseñando a mentir políticamente a nuestros niños?
Sacrifique usted su conciencia y escuche cualquiera de los discursos del gobierno federal, estatal o municipal, y observará que el manoseo del lenguaje es tan grave que una de dos, o no termina diciendo algo en concreto o dice algo tan diferente que parece incomprensible. Los políticos son expertos en usar ese alambique purificador de la mentira de donde salen gotitas imperceptibles de verdad. ¿Qué raíz tiene esto? Sara Sefchovich dice que «México es un país que por las razones propias de su historia, de la forma de colonización y de conquista, por su relación con el mundo, desarrolló dos elementos clave en su cultura: uno es la mentira; el otro, la corrupción» (véase Gaceta UNAM, 22 de julio, 2013: 10).
Mentiría si les dijera que estoy de acuerdo, en historiografía sería y académica no podemos hacer ese tipo de afirmaciones. En lo que si le doy la razón es que existe la mentira y la corrupción, que cruelmente han terminado por destrozar el tejido social desde una política de baja calidad, provocando tantos males que me es imposible enunciar; además no soy quién para hablar de todos los males, para ello los invito a leer los artículos de Denisse Dresser (ella tiene claros cada uno). En la reseña del libro País de mentiras, de Sara Sefchovich, Dresser expone «que la mentira constituyó siempre la esencia de la vida política mexicana y hoy es indispensable para poder gobernar» (aquí se puede consultar el texto de Sefchovich). Para mí es una verdad irrebatible. Sólo en México hemos logrado hacer realidad un terrible oxímoron que yo denomino «crisis crónica» de la mentira.

Ahora imagine a un político mexicano que se atreviera a plagiar al cretense Epiménides (siglo VI a.n.e. ) y denunciará: «todos los políticos mexicanos son mentirosos.» Si es verdad, entonces su frase es falsa, pero esta falsedad confirma una verdad, y ésta no es otra que la falsedad, y así hasta el infinito. ¿No se ha cansado usted de este infinito mentir político y social? Al menos en historiografía ya nos cansamos. El Observatorio de Historia tiene entre sus funciones denunciar los usos y abusos de la historia basados en la mentiras y la corrupción. Sabemos que no podemos decir la verdad todo el tiempo (porque la sociedad ya no nos acepta así; si no vea la película Mentiroso mentiroso, protagonizada por Jim Carrey), ni inyectarnos tiopentato de sodio antes de cada conversación para hablar fluidamente quitando los obstáculos a la verdad. Pero ya no vamos a ser «ciudadanos cómplices», como Denisse Dresser denomina a los resignados y demasiado tolerantes.
Para dejar de ser mentiroso no hay una receta, pero si les puedo dar consejos:
1. Póngale un límite a su indignación y actué, escriba, marche, critique, exija, grite, explique y manifieste cuando observe mentiras que lo afectan tanto directa como indirectamente, porque la lucha que es de uno es también puede ser una lucha de todos.
2. Infórmese sobre quién también siente lo mismo, comparta información, organice reuniones, comuníquese con organizaciones sociales que comparten su lucha. No está solo.
3. Todo espacio en el que se encuentre es una oportunidad de acción para combatir la mentira y la corrupción. No hay lugares puros y totalmente bien intencionados.
4. No le diga a los niños mentiras para evitar las largas explicaciones. Hábleles con la verdad, y aproveche para decirles que la verdad que le cuenta tiene un valor tan profundo como la propia vida. Ellos lo entenderán con los años y se lo agradecerán.
La mentira no solo está en el discurso, también está en la apariencia, en la imagen, en la proyección ilusoria de lo que se quiere ser y no se es. Es una herramienta de seducción o audacia en el amor o en las finanzas, en el poder o hasta en la academia. Es simulación y a la vez estrategia, es envilecimiento y a la vez compensación psicológica.
Las intenciones del artículos son buenas pero insuficientes. Un tanto ingenuas y escasas.
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Gracias Francisco por tu comentario. Si a ti te pareció que este artículo es pobre porque no cubre todos los puntos que expones, bueno, creo que nunca fue mi intención hacer eso. Me llevaría toda una vida y litros de tinta hacer una apología de la mentira para una audiencia tan conocedora, pero no es mi interés. Saludos.
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Muy buen artículo en contenido, habría que cuidar la ortografía y redacción. Saludos.
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