por Benjamín Díaz Salazar *
En varios textos de esta publicación se ha hecho una reflexión profunda sobre el quehacer historiográfico. La premisa constante del por qué y cómo escribir historia se ha vuelto la principal preocupación de más de un miembro del gremio histórico. Sin embargo, nuestra sociedad ha cambiado. Las ansias de conocimiento de la población nos orillan a replantearnos nuestra función como historiadores. Es así como en el filo del abismo debemos hacernos una vez más la gran pregunta: historia, ¿para quién?
Los historiadores escribimos para ser leídos, pero por desgracia el espectro de lectores siempre ha sido limitado. Algunos piensan que sólo debemos escribir para ser leídos por colegas y otros pensamos que obligatoriamente debemos escribir para todos. Hemos construido a lo largo de los años una especie de barrera, la cual ha impedido el fácil acceso al conocimiento del pasado.
Y es que resulta poco atractivo para algunas personas el conocer, por ejemplo, las fluctuaciones en el precio del maíz. Por eso se busca ofrecer una lectura fluida, amena y lo más veraz posible. La fluidez en el lenguaje no exime del rigor, y creo que este es el punto más importante. No es que a la gente no le guste saber de historia; la gente gusta de la historia. El problema es cómo la estamos escribiendo.
Una parte considerable de la población parece tener aversión por el estudio de la historia, aversión que se achaca no pocas veces a la forma en la que la historia les fue enseñada. Como consecuencia, la gente se acerca a obras con otro tipo de escritura. La gente lee, le gusta leer, pero el problema es lo que lee. Poco a poco las obras historiográficas académicas son desplazadas de los anaqueles de las librerías por textos cargados de falta de veracidad y que, desgraciadamente, son catalogados como parte del área de “historia”.

¿Por qué han cobrado tanta importancia los “falsificadores de la historia”? El encanto particular que generan va en dos sentidos: los temas que abordan y el lenguaje que utilizan. Bajo ninguna circunstancia demerito su trabajo como escritores, pero es imposible catalogarlos como historiadores. Porque si bien todo puede ser historiable, no todos pueden historiar. Y esta situación, más que causarnos incomodidad como historiadores, debe preocuparnos. ¿Qué están haciendo estas personas que ganan cada vez más terreno?
Desgraciadamente el gremio del historiador se ha mantenido renuente al cambio. Los intentos de varios profesores como Patricia Galeana, Antonio Rubial o Pedro Salmerón por la escritura de novelas históricas con un fundamento claro y verídico han sido ejemplares, pero poco valorados y mucho menos seguidos. Desgraciadamente, autores sensacionalistas se han vuelto afamados por su uso del lenguaje y sus temas controvertidos. Pero en esto la culpa la tenemos exclusivamente nosotros los que nos dedicamos a la historia.
Hemos cerrado los ojos frente a la apertura de un nuevo panorama para la historia y, una y mil veces, hemos renegado de nuevos caminos. Es necesario salir del mundo exclusivo de la academia y abrirnos panoramas. Y es que para que nuestra aportación sea entrañable, debemos encontrar los mecanismos que nos permitan entrar en el subconsciente de los lectores para crear interés. Uno de esos mecanismos no es otro que la magia de la difusión —esa difusión que ha sido vista con desprecio por grandes académicos, pero que en nuestro tiempo se ha vuelto tan indispensable.
Debemos, en suma, saber cómo hacer esta nueva historia. Es elemental (por no decir obligatorio) que nos demos a la tarea de generar otras visiones y percepciones de nuestro tiempo pretérito. Y hago un llamado a levantarnos, unamos las fuerzas de la pluma y el papel —o los dedos y las teclas— para luchar contra la seudo historia. Impidamos que se divulgue un anecdotario, donde el único interés es el dinero generado. Llevemos a aquellos ansiosos de conocimiento histórico un trabajo digno, pero sobre todo verdadero.
Buena reflexión. Pregunto ¿Qué vende más, la narrativa histórica o la novela histórica? ¿Cómo se plantea la historia en el texto, discursiva o académica? Entre los compañeros que gustan de la historia y que no son historiadores recuerdan mucho «Los reyes malditos» de Maurice Druon y su forma novelada y para nuestro país a José Fuentes Mares, Paco Ignacio Taibo II o José Agustín. ¿Por qué ellos y no los mencionados en este artículo que son historiadores duros o casi? ¿Será cuestión de la forma de escribir? Pero también puede ser la forma de promocionarse, véase el estilo Krauze de Letras Libres que acude a varios medios y varios formatos para difundir «comercialmente» su obra. Si la idea es difundir, haciendo siempre lo mismo nada va a cambiar y todo seguirá igual. Insisto… hay que salir a la calle como lo ha hecho la Sinfónica Nacional o los cuenta cuentos en las librerías y no quedarse pontificando en la academia donde todos se elogian con mucha complacencia.
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Pido de antemano una disculpa por la tardanza de mi respuesta, pero más vale tarde que nunca.
Desconozco realmente estadísticas «duras» que me den referencia sobre las ventas de libros de la sección de Historia. Pero sin duda, conforme a lo visto me atrevería a decir que vende más la novela histórica.
En el texto me refiero a la problematización de la Historia Académica propiamente. Considero que es desde donde debe reformarse, sacudir los vicios desde dentro.
Exactamente, en respuesta a la duda sobre ¿por qué recordarlos a ellos? Esa es la cuestión: la forma de escribir. Se debe admitir que se disfruta más una lectura fluida; y de igual modo acepto que la profesionalización endurece la pluma de los autores. Y ese es precisamente el reto. Y por supuesto que la forma de llegar a la gente influye en la difusión que el conocimiento tenga.
Y precisamente, esa es mi gran inquietud y mi más grande deseo, salir a las calles -como la Sinfónica- y llevar buena Historia.
Gracias por la lectura.
B.
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Creo que el problema planteado en el artículo debe ser abordado desde varios frentes complementarios; uno de ellos, por ejemplo, es el que se relaciona con la incidencia que los círculos de historiadores organizados pueden (y deben) tener en las políticas que derivan en programas oficiales de enseñanza de la historia. Además, están los asuntos que tienen que ver con los contenidos de la materia y la revisión y propuesta de didácticas apropiadas a las condiciones actuales. Estas son algunas de las múltiples tareas necesarias que las historiadoras/es pueden plantearse, mismas que cientos de profesores y miles de estudiantes agradecerían. Saludos.
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Saludos y perdón por la tardanza.
En el diseño de los programas de estudio a nivel básico, exclusivamente para primaria, los contenidos son organizados en la mayoría de las ocasiones, por especialista en Educación, es decir, pedagogos. Si bien existen consejos reguladores de contenidos, en su mayoría son proyectos planeados para la revisión somera de ideas.
El enfoque de la enseñanza se centra en asignaturas como el Español y las Matemáticas, relegando un poco a las Humanidades.
Ahora bien, los libros a nivel Secundaria son escritos por historiadores en su mayoría, pero sintentizados a su máxima expresión, con el objetivo de abarcar más en menos.
Y, en lo personal, me encuentro tallando piedra en el campo educativo, y espero poder aportar en un futuro a este dilema de la enseñanza de la Historia.
Gracias por la lectura.
B.
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