por Alejandro Herrera Dublán *
En los últimos días, algunas de las voces que se mantuvieron críticas de la aplicación del programa de Evaluación Nacional del Logro Académico en Centros Escolares han coincidido en que la medida anunciada por el secretario de Educación, Emilio Chuayfett, si bien insuficiente, es positiva, porque con ella se acepta que los propósitos planteados por sus promotores no se consiguieron y, en cambio, las observaciones que señalaban su improcedencia fueron implícitamente reconocidas por una autoridad que —vale la pena subrayar— es política y no pedagógica.

En los términos descritos, este consenso concede, también de manera implícita, que, como parte de la política educativa del régimen, ENLACE sí tenía por objeto servir como instrumento de mejora para la calidad académica de los estudiantes que fueron sometidos a su aplicación, pero que, en todo caso, fueron otras circunstancias, como la impericia de los panistas, las que generaron el yerro en su ejecución, siendo entonces la voluntad política una vía —la única, si nos atenemos al protagonismo de Chuayfett— para corregirlo.
Sin embargo, mientras que para el secretario de educación y el régimen que representa el reconocimiento tácito de sus críticos tiene un alto valor político que rápidamente se utiliza en favor de sus intereses, para quienes se manifestaron en contra de la prueba ENLACE el reconocimiento implícito de sus críticas nunca dejará de ser un supuesto y mucho menos se transformará en una invitación oficial para participar en los procesos reales de mejora que le hacen falta al sistema educativo, salvo para los que vendan caras sus opiniones y se unan al régimen.
Bajo esta óptica, resulta necesario cuestionar al menos los dos presupuestos anotados. Es un hecho que las administraciones panistas nunca buscaron romper con el proyecto neoliberal instaurado por el PRI hace ya treinta años y la educación oficial —como medio de control ideológico y de reproducción de la fuerza de trabajo que sostiene a ese modelo económico— es uno de sus elementos sustanciales. ¿Por qué entonces concedemos tan fácil que los panistas no tenían idea de lo que querían hacer con el sistema educativo y que los resultados que ofreció ENLACE no fueron realmente los esperados?
Entre los efectos de la prueba que persistirán por largo tiempo hay que contar la facilidad con que circulan —en todos los niveles— las frases lapidarias sobre la mala calidad de nuestro sistema educativo, pero de manera más injusta, sobre los alumnos y los docentes que una y otra vez rindieron “pobres resultados” en las evaluaciones que —conviene no olvidar— mucho le deben en su génesis a la OCDE. Desde esta perspectiva, hay que preguntar: ¿qué tanto sirven los resultados de ENLACE a aquellos que, de manera inconfesada, se benefician al fortalecer una percepción generalizada según la cual los estudiantes mexicanos son poco más que analfabetas funcionales?
Al unir voces en el coro que repite aquí y allá que la educación pública está por la calle, sin cuidarse en distinguir los matices, pero, sobre todo, sin comprometerse día a día con las labores que la hacen ser, podríamos estar justificando —así sea indirectamente— muchas medidas perjudiciales para todos, como el que no se construyan más bachilleratos del IPN y de la UNAM, que en cambio se multipliquen los tecnológicos y las carreras cortas, que se aliente la creación de escuelas particulares —y con ellas una sigilosa e imparable privatización, y de manera concomitante se de licencia para que las empresas, nacionales y extranjeras por igual, devalúen los servicios profesionales de sus empleados—. ¿No será que estos eran algunos de los verdaderos propósitos de ENLACE?
Así pues, festejar irreflexivamente la desaparición de esa prueba puede convertirse en un artilugio más para hacernos olvidar un pasado muy reciente. De quinazo en quinazo aceptamos que Chuayfett se mantenga como secretario de Educación. ¿O acaso es una impostura repetir que tiene las manos manchadas de sangre? Los cambios que, para salvarse del abismo, necesita nuestra sociedad no van a venir de arriba. ¿No les gustaría a algunos de los lectores de este blog compartir sus propuestas alternativas para vivir la historia —que no sólo enseñarla— en la escuela, a través de recursos didácticos, estrategias, marcos conceptuales, planes de clase y un largo etcétera, generados al margen de la oficialidad?
ENLACE solo fue un instrumento de martirio psicológico, en primer lugar para nuestros alumnos y después para los docentes. Mi pregunta es: ¿qué beneficios obtuvieron los niños y jóvenes que alcanzaron el nivel de excelencia en dicha prueba?, ¿y sus maestros asesores? Hasta donde sé, a algunos tal vez un papel donde constaba el logro obtenido y nada más, papel que a la larga se convierte en nido para ratones.
Y en algo coincido con usted, el hincapié en los malos resultados contribuyó aún más, al concepto negativo que pesa sobre los docentes y estudiantes.
Será muy difícil que las autoridades educativas den una explicación satisfactoria del porqué suspendieron la aplicación de dicha prueba. Lo más suspicaces pensamos que aquí no termina todo; tal vez con otro nombre, pero insistirán en su evaluación educativa. Debemos estar atentos.
Con respecto a la última parte de su artículo, ¿cuántos docentes tienen el valor de impartir sus clases fuera de la normatividad u oficialidad, como usted le llama? Muy pocos creo yo, pero esos pocos, tiene razón, deberían compartir sus experiencias.
Sugerencia de una inexperta: sería muy bueno que un día los visite «el invitado especial»: gente de edad adulta que ha vivido la historia.
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