por Wilphen Vázquez Ruiz *

México es un país de leyes. Tenemos leyes y reglamentos para una infinidad de situaciones al tiempo que estamos adscritos a tratados y convenios internacionales de todo tipo, algunos de los cuales, cabe decir, deben ser ratificados. Uno de ellos es el Convenio 138 de la Organización Internacional del Trabajo que establece que la edad mínima para emplear a un ser humano ha de ser de 14 años cumplidos, y que entre esta edad y los 16 años cumplidos la jornada máxima debe ser de seis horas (aquí el texto del convenio).

El trabajo infantil, por supuesto, tiene muchas variantes, pero puede definirse como aquel que priva a los menores de su niñez, potencial y dignidad, y que es perjudicial para su desarrollo físico y psicológico. Entre las peores actividades que originan esos menoscabos están la prostitución, la pornografía y la producción y tráfico de estupefacientes. También están el trabajo doméstico y las tareas relacionadas con la agricultura.

Lo anterior viene a colación dado que el pasado 12 de junio se cumplieron once años de verificarse el Día Mundial contra el Trabajo Infantil. El empleo infantil en América Latina afecta a más de 14 millones de niños y niñas de los cuales más de tres millones se encuentran en México (algunas cifras pueden consultarse aquí y aquí). Coincido con algunos miembros de este observatorio para quienes el examen rígido de las estadísticas puede derivar en una “simplificación” del problema al “reducirlo” a un número. Sin embargo, las estadísticas son una herramienta que, bien empleada, nos ofrece una base para hacer comparaciones, estimaciones, volver visible los problemas y, en el mejor de los casos, modificarlos.

Logo contra la explotación infantil
Logo contra la explotación infantil

¿Qué representan más de tres millones de niños y niñas? En un país de aproximadamente 112 millones de habitantes, menos del 3 por ciento de la población total. ¿Es alto o bajo el porcentaje? Podría parecer bajo, particularmente porque el trabajo infantil en nuestro país, según el INEGI, disminuyó un 17 por ciento entre 2007 y 2009 (aquí los datos). No es poca cosa. Ahora bien, imaginémonos a todos esos niños y niñas reunidos en un solo un lugar. Su número es semejante a la población total de Uruguay. ¿Se modifica en algo la percepción? Si cambiamos un poco la perspectiva, esos tres millones de niños y niñas representan el 10 por ciento  de la población total de personas de 0 a 14 años de edad.

Más allá de cualquier cifra, por supuesto, la situación es preocupante por las consecuencias sociales, físicas y psicológicas para ese segmento de la población que verá profundamente afectada su posibilidad de acceder a la educación básica, si no es que eliminada de manera definitiva. Por consiguiente, no puede esperarse ni el grado capacitación ni los conocimientos necesarios para realizar una actividad digna y productiva en su etapa adulta.

Por supuesto, el hacernos conscientes de esta situación no implica que podamos tener un impacto inmediato en la toma de decisiones. Quizá ni siquiera en el mediano plazo. Empero, estamos obligados a considerar lo que cada uno de nosotros puede hacer en lo individual y, en cualquier caso, como profesores independientemente del nivel que se trate.

1 comment on “Trabajo Infantil

  1. No creo que la escuela sea único modo de obtener capacitación o conocimientos necesarios para realizar una actividad digna. Deberíamos pensar en encontrar modos menos discriminatorios que la ideaizada y nunca lograda escuela universal porque ésta nos ha metido las ideas de que hay edades adecuadas para cursarla, de que necesitamos la certificación de otros y de que somos incapaces de aprender por nosotros mismos, entre otras cosas.

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