por Ben Johnson *
Escribo estas líneas con el olor de llantas quemadas en mi nariz, con el zumbido de helicópteros por toda parte, y con la electricidad cortada por algún tiempo ya —todo a causa de las protestas populares que tomaron las calles de Salvador, Brasil, antes del partido entre Uruguay y Nigeria de la Copa Confederaciones.
Como se sabe, una onda de protestas ha sacudido las principales capitales del Brasil desde la semana pasada, cuando la policía de São Paulo respondió con fuerza desmesurada a una manifestación pacífica. Como la “mini-copa” de la FIFA también está en marcha por aquí, algunos periodistas y estudiosos han buscado momentos en que la protesta y el deporte se intercalaron, y han invocado a las olimpiadas de México 68.
A pesar del casi medio siglo que separa ambos acontecimientos, hay algunas semejanzas: la fuerte presencia de jóvenes, especialmente estudiantes, en las marchas; la fuerza inesperada de la reacción policiaca, el desconocimiento casi total de lo ocurrido por parte del comité organizador, la creciente amenaza de violencia… Aún así, estas semejanzas son tan generales que pueden incluir casi todo movimiento de protesta que haya provocado alguna reacción oficial durante el último medio siglo. ¿Por qué México 68 y no, por ejemplo, Chicago 68? ¿O —más recientemente— las protestas de Santiago de Chile, Madrid, el movimiento Occupy, la primavera árabe?

Las manifestaciones en Turquía son tan contemporáneas de la situación brasileña que no han faltado analogías —Tariq Ali hasta notó que el gas lacrimógeno usado en Estambul fue manufacturado en el Brasil—. Aún así, el espectro de México 68 sigue llamando atención.
Creo que el espectáculo de la copa es engañoso. Una comparación de las manifestaciones de hoy en el Brasil con las masacres de 1968 no sólo confunde la escala de la violencia —hasta ahora dos han muerto en las protestas de aquí, en comparación con los centenares en Tlatelolco— sino que también oscurece las causas de las protestas.
El año pasado, en Salvador, miles de jóvenes fueron a las calles para protestar por la falta de recursos para la educación. Paralizaron el tráfico y quebraron algunos vidrios. Y, después de más de cien días con las escuelas cerradas, volvieron a clases sin haber logrado sus metas principales. La diferencia principal este año no es la mini-copa de la FIFA; es que ahora, tal vez, los manifestantes consigan una parte de sus demandas.
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