por Georgina Rodríguez Palacios *
La semana pasada se dieron a conocer los resultados de la Great British Class Survey (GBCS), un estudio que propone un nuevo modelo de las clases sociales en el Reino Unido; según sus conclusiones, “ahora son siete” las clases sociales: en los extremos están lo que llaman el precariato y la elite y, entre ellas, la clase trabajadora tradicional, trabajadores de servicio emergentes, la clase media técnica, los nuevos trabajadores acaudalados y la clase media establecida.
Coordinado por la BBC y académicos de universidades prestigiosas, se trata del análisis de los datos obtenidos tanto en el sondeo más grande que se ha levantado en ese país (participaron 161,400 personas), como en una encuesta representativa a nivel nacional. Ambos incluían preguntas relativas a la ocupación y al nivel de ingresos de la población, pero también a sus actividades culturales y de entretenimiento, a sus relaciones familiares y amistades. En palabras de sus autores, la investigación “muestra que se pueden combinar mediciones del capital económico, cultural y social para proveer una forma sólida de identificar las divisiones contemporáneas de clase en el Reino Unido” (traducciones mías). Sus conclusiones, con las siete categorías, “ofrecen ―según sus autores― un modelo multidimensional actualizado de la clase social”. De los muchos aspectos que se pueden comentar, haré sólo algunos apuntes.
1. Se pueden criticar categorías como clase media técnica o nuevos trabajadores acaudalados que, como anota un editorial del periódico The Guardian, difícilmente perdurarán. Me parece más interesante, sin embargo, analizar la perspectiva teórica en la que se basa no sólo éste sino cualquier estudio similar. Coincido con Richard Seymour, activista y columnista del mismo Guardian, en que la clase social en dichos trabajos es tomada como una mera “forma de estratificación”, y no como el resultado de las relaciones al interior de cada clase y de las clases entre sí: “Es posible que un trabajador de servicio emergente existiera con o sin ninguna relación hacia un nuevo trabajador acaudalado, o un trabajador precario”, escribe Seymour, “todas estas clases son constructos empíricos, estadísticos, su existencia no implica la necesidad de una relación con las otras clases…”
Este tipo de estudios puede ser de utilidad para mercadólogos y administradores de políticas públicas, para medir sus públicos y efectos, pero no para explicar los orígenes, experiencias ni mucho menos tensiones entre las clases. Aunque en apariencia nos ayudan a entender mejor la sociedad actual, en realidad no explicarían, por ejemplo, a qué se debieron las protestas y enfrentamientos que estallaron entre el 6 y el 11 de agosto de 2011 en algunos barrios de Londres. Lo que motiva cada investigación en las ciencias sociales es ciertamente diferente en cada caso…

2. “[L]a noción de clase entraña la noción de relación histórica. Como cualquier otra relación, es un proceso fluido que elude el análisis si intentamos detenerlo en seco en un determinado momento y analizar su estructura. Ni el entramado sociológico mejor engarzado puede darnos una muestra pura de la clase, del mismo modo que no puede dárnosla de la deferencia o del amor.” Así afirmaba E.P. Thompson en el conocido prefacio de La formación de la clase obrera en Inglaterra. En 2013 se cumplen cincuenta años de la primera edición de este texto. (Re)leerlo en nuestros días puede ser esclarecedor, tanto como la obra en general de Thompson.
Regresar, por ejemplo, a su ensayo “La economía «moral» de la multitud…”, podría motivar estudios ―más reveladores, en mi opinión― sobre las grandes movilizaciones que se han dado en España, desde hace dos años, o sobre el movimiento Occupy en Estados Unidos, que nos permitirían comprender los conflictos en el marco de la crisis y las “reformas de austeridad” aplicadas por los gobiernos en Europa. Desde la lógica de la llamada economía política de libre mercado, estos actos podrían aparecer como una “respuesta espasmódica e irracional” frente a la estrechez material, como fueron vistos los “motines de subsistencia” de las clases trabajadoras en la Inglaterra siglo XVIII. Pero tomar la mirada de Thompson como punto de partida nos llevaría a profundizar en consignas como “somos el 99 por ciento”, lo cual puede que no describa en números el perfil de quienes salen a las calles a protestar en contra de dichas reformas, pero sí daría cuenta de la experiencia compartida del desempleo, el desalojo, la amenaza a los derechos sociales, la intención de oponerse, las dificultades que atraviesa la organización, la respuesta violenta de los cuerpos policiacos, las muestras de solidaridad…
3. Intuyo que de algún modo se podría rastrear en la línea de discusiones en que se inserta la GBCS la influencia del pensamiento de Thompson: hay una preocupación por mostrar una relación entre lo económico, lo social y lo cultural en su concepto de clase social. La corriente de los “estudios culturales”, que tomó a Thompson, entre otros, como eje, y la crítica que recientemente se le ha hecho, se encuentran veladamente en el reporte de investigación de la GBCS (obviamente luego reconoce sus bases en Bourdieu). Un olvido crucial, advertirán los historiadores, se ha dado en estos rigurosos estudios sociológicos: el de que los hechos sociales se han de observar como fenómenos históricos:
Por clase ―decía Thompson― entiendo un fenómeno histórico que unifica una serie de sucesos dispares y aparentemente desconectados en lo que se refiere tanto a la materia prima de la experiencia como a la conciencia […] No veo la clase como una «estructura», ni siquiera como una «categoría», sino como algo que tiene lugar de hecho (y se puede demostrar que ha ocurrido) en las relaciones humanas.
4. No está de más advertir el “regreso” de la noción de clases sociales en la discusión pública actual. Que salga publicado un artículo de Time como éste puede decirnos mucho sobre la situación en que estamos viviendo. “Hubo, sin embargo, una conclusión indiscutible [en la GBCS] ―esto es, que una ‘élite’ arriba y un ‘precariato’ vulnerable hasta abajo de la escala, aparecen como clases que se separan cada vez más”, señala el editorial del Guardian. No se necesitaba un estudio tan grande para saberlo, pero resulta que el 6 por ciento de la población pertenece a “la clase más privilegiada en Gran Bretaña”, con el más alto capital económico y social. Del otro lado, el 15 por ciento de los ingleses viven una vida “precaria”, en las zonas industriales y al margen de los centros urbanos, sin educación superior, desempleados o con empleos como choferes, carpinteros, cajeros o en el servicio doméstico: son los más pobres, viven con las mayores carencias y, encima, tienen pocos amigos…
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