por Aurora Vázquez Flores *
¿Gobierno, movilización o lucha armada? ¿Líder, caudillo o dictador? La reciente muerte de Hugo Chávez planteó la necesidad de discutir y revisar estos términos una vez más. Desde las interrogantes sobre los caminos abiertos para Venezuela en vísperas de una nueva elección presidencial, las controversias sobre la capacidad de Nicolás Maduro y el Gran Polo Patriótico para mantener la presidencia y los esfuerzos de la derecha venezolana por evocar los problemas surgidos y no erradicados por gobierno de Chávez, hasta las perspectivas de la marcha de la izquierda latinoamericana y la construcción de modelos sociales distintos a los actuales.
Las críticas surgieron desde posturas como las de Enrique Krauze, quien asegura que el gobierno de Chávez transmitió un “mensaje de odio y de división de clases”, hasta aquéllas que preguntan sobre los limites del cambio social impulsado desde la participación electoral, o por las dificultades de la construcción de un movimiento para la transformación y la relación entre éste y sus dirigencias.

Al respecto de esto último, se hace necesario cuestionar, por ejemplo, aquellos modelos que, en países como Argentina, Brasil, Bolivia y el mismo México, han basado su apuesta por la transformación —en mayor o menor grado— en el encumbramiento de personajes carismáticos. Pero critiquemos ésta crítica. Porque pareciera que este planteamiento establece una relación asimétrica y a ratos ingenua entre las dirigencias y la capacidad política de las bases que las sostienen.
Como bien lo señaló en este mismo espacio Fernando Pérez Montesinos, la historiografía se acostumbró, durante un buen tiempo, a buscar las características del perfil de los grandes hombres, generando con ello una oposición artificial entre individuo y sociedad sin lograr comprender los mecanismos de poder existentes. Las especulaciones sobre si la muerte de Hugo Chávez cambiará la historia del mundo o no pueden analizarse desde ésta perspectiva.
Ésta también es una oportunidad para evaluar los modelos según los cuales lxs historiadorxs construimos relatos acerca del pasado. De cómo entendemos —o intentamos entender— las causas que dan paso a procesos históricos complejos. Ante sucesos como la muerte de Chávez, lxs historiadorxs intentan generar relaciones causales más o menos lógicas entre los acontecimientos para lograr explicarlos. Así, en ocasiones, la idea que se tiene sobre la causalidad —y cómo se aplica en los estudios históricos— resulta poco acertada, pues deviene en explicaciones simplistas e insuficientes para hablar de la complejidad de un proceso o, más aún, del controvertido lugar del azar en las explicaciones históricas.
Buscar —y más aún, encontrar— el republicanismo de Juárez en sus días de “feliz pastorcito”, el anarquismo de Flores Magón en su infancia o el concepto de revolución bolivariana en el bachillerato de Chávez resultan, también, de esta confusión. La idea de que infancia es destino, y de que las masas son siempre, y directamente, dirigidas unilateralmente por sus líderes surgen, en ocasiones, de esta visión poco crítica de la causalidad y, acaso también, de una comunidad científica que no le presta suficiente atención al problema.
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