por Ben Johnson *
Hace algunos días terminó una de las más grandes celebraciones de historia popular del mundo: el carnaval de Río de Janeiro. Hay varios carnavales notables, desde Venecia hasta Veracruz, y muchos incluyen importantes partes históricas. Pero lo que diferencia al carnaval carioca (y a otros semejantes, como su hermano menor en Sao Paulo) es su preocupación narrativa. Los desfiles son competitivos, y cada producción no sólo pretende representar un tema sino encarnarlo, hacerlo mas vivo que el artículo real.
Esta intensificación narrativa recuerda mucho el trabajo del historiador en su esfuerzo por analizar, contextualizar y criticar la trayectoria de algún tema importante para la sociedad, y en su necesidad de ignorar ciertos detalles para enfatizar otros mas importantes. Así, igual que un trabajo historiográfico, pero con mucho mas lustre, las escuelas de samba destilan versiones hiperreales de la experiencia vivida.

Cada desfile es monumental, contradictorio, provocante, barroco. Alrededor de cuatro mil acróbatas, músicos, modelos y sambistas navegan las selvas movedizas de gigantes carrozas alegóricas, intercaladas entre batallones de viejas danzantes, bateristas, caminantes… y destacados bailarines o provocadores. Y es precisamente en este caos barroco —cuando un gordo se ve transformado por una liposucción mágica, o centenas de novias fantasmas flotan por el paseo, o una pareja principal se seduce en pleno desfile— que la vida real invade la narración planeada, y el desfile gana alma propia.
Pero, ¿es esto historia? En realidad, es fácil construir un desfile impactante y ganador sin depender de una narrativa histórica; cada año una o dos escuelas de la decena principal prescinden de la cronología en sus actuaciones. Así lo hizo la escuela Grande Rio este año, en su reclamo por mas derechos en la producción de petróleo. Aun así, y como siempre, todas las otras escuelas se preocuparon mucho por la historia, llegando algunas veces al borde de la historiografía.
Es justamente por su carácter opcional que el toque historiográfico resulta notable en el carnaval de Río. Sea en historias regionales (como en los desfiles sobre Alemania, el estado de Pará, la ciudad de Cuiabá, o el barrio de Madureira); en historias temáticas (la agricultura —tema campeón de 2013—, la televisión, el caballo, la fama, la inmigración, el rock), o biográficas (el poeta Vinicius de Moraes), todas las demás escuelas sintieron la necesidad de acudir a la narración histórica para dar vida a sus temas. ¿Narrar la historia de la fama empezando con Nefertiti y terminando con Frida Kahlo? ¿Dedicar una carroza entera a la relación entre cavernícolas y caballos? ¿Representar la esclavitud con personas encadenadas? En esta fiesta, la historia se torna extravagante, excesiva.
Creo que es por su diversidad que la narración histórica atrae tanto a los carnavalescos. Da un marco amplio y cambiante para conectar la experiencia de cada uno, tanto participantes como espectadores. Invoca la realidad vivida, pero con la distancia suficiente para comentarla, celebrarla, burlarla. Entre otras cosas, la historia crea identidades y lealtades —y el genio del carnaval de Río reside en su poder de invocar un mundo abierto y diverso en cada desfile.
“Escuela” es un nombre curioso para los grupos que participan en los desfiles, pero es también apropiadísimo, pues sus representaciones son ambiciosas, heterogéneas, disciplinadas, creativas y demasiado humanas. Que toda educación, y toda historia, sea así.
* Profesor de historia, University of Massachusetts, Boston
Estoy muy de acuerdo contigo. Podría narrarte varias anécdotas al respecto al recorrer los recintos universitarios pero sería extenso. El común denominador es que hay hechos que ya son dogma y que para la academia no admiten señalamientos. Puede partirse desde el símbolo nacional pasando por los comentarios de Chirstian Duverger hasta llegar a la solemnidad académica que ignora monumentos como el de Azerbayan, la ubicación actual del monumento a Madero o la propuesta necrofilia de crear una urna nacional para enterrar a los restos de los insurgentes independentistas que moran en el Ángel de la Independencia.
Creo en que la generación de historiadores que viene sea más apegada a una realidad y menos solemne, más del pueblo y menos encerrada en la academia. Felicidades.
Me gustaMe gusta