por Carlos Betancourt Cid *
Una vez más se respira en el ambiente el aire de la conmemoración histórica. Ahora el motivo es el recuerdo de la llamada “decena trágica”, acaecida hace una centena de años entre el 9 y el 18 de febrero, mientras corría el segundo año de gobierno de Francisco I. Madero. Una infinidad de plumas —entre ellas las de Lorenzo Meyer, Adolfo Gilly y José Emilio Pacheco, por mencionar solamente algunas de las más reconocidas— se han involucrado en la reflexión en torno de un acontecimiento que detonó una fuerza incontenible que movilizó al territorio nacional hacia el lustro final del segundo decenio del siglo XX.
Surgido de un movimiento revolucionario, el liderazgo de Madero se encontraba en entredicho. Muchos alegan que se hallaba minado por su incapacidad para cumplir con los trances como gobernante; otros, aluden a una pretendida ingenuidad, soportada por la bondad de carácter y la excesiva confianza que depositaba en personas que resultaron traicionándolo; varios más, destacan la relevancia que tuvieron las presiones internas y externas de grupos de poder ofendidos y desplazados por el avatar revolucionario que derrocó a quien aparentaba que solamente la muerte podía quitar de la silla. En fin, un océano de opiniones y juicios que califican de muy complejas maneras el proceso que condujo a su vil asesinato y al arribo al más alto poder de un personaje más que denostado en la historiografía y en la memoria colectiva. Tenemos, pues, otro caso que evidencia el maniqueísmo generado por la deliberación sobre las actuaciones humanas en el tiempo y el espacio.

Las apostillas al acontecimiento centenario han sido diversas y variadas. En la prensa escrita se han alojado una serie de posturas sobre el acontecimiento. Entrelazado queda así el trabajo del periodista y del historiador, que generan un corpus de datos que acaparan la atención de los lectores. Por ejemplo, Excélsior está dedicando reportajes diarios a los trágicos acontecimientos que cimbraron hace diez décadas el centro capitalino mexicano. En el recuento se introducen los comentarios de profesionales de la historia, que se completan con datos aportados por los reporteros que, desafortunadamente, dejan en el papel imprecisiones históricas. El lector se encuentra sujeto entonces a captar como verdaderos algunos sucesos o acciones de personajes que están alejados de la realidad. Como sucedió en ese diario el día 11 de este mes, cuando, al pie de una fotografía de Porfirio Díaz, se afirmaba que el ex presidente —para esos días exiliado en Europa— había planeado con Victoriano Huerta el aprovisionamiento de los sublevados en la Ciudadela. Es claro que la pifia consistió en confundir al tío con el sobrino, quien estaba representado también en esas mismas páginas. Y como éste, en otros periódicos y revistas se producen despistes similares.
Más allá de los errores que habrían de surgir en el intento por difundir los cauces de nuestra disciplina hacia un público mayor, y a pesar de la avalancha de información que produjo esta conmemoración, me queda todavía un sabor de boca amargo, pues en el escenario de la meditación sobre nuestro pasado en los medios masivos de información no se profundiza lo suficiente en la contextualización de las decisiones que se convierten en historia y, por lo tanto, se dificulta la comprensión de lo acontecido, lo que es nuestro objetivo de enseñanza. La “decena trágica” es recordada por la cuota de violencia que acarreó, además del efecto de morbo que rodea los asesinatos en Lecumberri, y no se promueve, sobre todo en los medios masivos de comunicación, un debate mejor informado, ejecutado sin las prisas que surgen de la coyuntura.
Por fortuna, en los ámbitos académicos, como el INEHRM (que es mi casa laboral) o El Colegio de México, con el concurso de prestigiosos especialistas, se han estado ofreciendo resultados actuales de rigurosas investigaciones, algunas de ellas que han tomado toda la vida, con aportes relevantes para el devenir de la historiografía contemporánea. Lo inexcusable es que se queden en la academia y no trascienden al saber colectivo, por lo que se hace necesario encauzar esfuerzos a la profundización de estrategias que lo consigan.
* Director de Investigación y Documentación, INEHRM
0 comments on “Un siglo de Huertamaderodíaz”