Lenguajes Teoría

La fecha en sí

por David F. Uriegas *

Cuando la conocí, la historia era una suerte de mujer nefasta, de esas que hablan todo el tiempo y no dicen muchas cosas interesantes. En 1492, 1517, 18, 19 y 21… ¿A poco no? Ésas eran las viejas clases de historia, las poco originales, simples y aburridas. Ahora, el hecho de que me haya encontrado con una chica extraordinaria, más madura, más original, menos simple y menos aburrida, no quiere decir que haya roto una suerte de himen intelectual ni que en el momento que pisé tierra santa una zarza ardiente se presentara ante mí y me hablara diciendo: “bienvenido a tu primer día en la Facultad de Filosofía y Letras.”

El hecho de que creamos, casi con creencia de fe, que los cambios son instantáneos a lo largo de la historia, sólo indica que hay un problema inquietante, un problema que reside siempre en el presente (aunque, ¿qué problema no?) y que, si se piensa, no es más que una ilusión. Por eso quiero hablar de las fechas y los siglos, más de los últimos que de los primeros; pero a fin de cuentas de números con una significación más grande y compleja que la que en realidad tienen.

El ser humano tiene una necesidad de explicarse las cosas. Nadie lo duda. Por lo menos para mí, pensar cómo es que se explica las cosas es lo que realmente importa; después de todo, la forma en que nos expliquemos el mundo va a determinar o condicionar la manera en que nos desenvolvemos en él. El conocimiento no es una cosa que se guarda en los cuadernos, sino que inevitablemente va a transformar nuestra explicación del mundo y, en consecuencia, va a transformar también nuestro proceder en él. No importa qué tanto conocimiento: lo poco ya es mucho.

Francamente no espero establecer una ley y, no obstante, lo parece. Parece como si el obtener conocimiento generara cambios casi instantáneos en el ser humano, de tal forma que, casi inevitablemente, lo lleva a actuar de una forma distinta, como si se escribiera un proceso dialéctico en términos matemáticos: A + B = C.

Organización del tiempo en el Egipto antiguo.
Organización del tiempo en el Egipto antiguo.

Ahora, lo que aquí interesa no es la ley ni el principio matemático, sino que el hombre se explica su mundo. Por ejemplo, el nacimiento de un individuo. Se dice que tal o cual individuo nació el 27 de octubre de 1992. Tal individuo viene creyendo lo mismo durante los 25 años de su vida. No obstante, se cree y se vive y se piensa que el 27 de octubre tiene, de suyo, algo mágico, sobrenatural, como si de ese día en el calendario dependiera el nacimiento de ese individuo. A tal día, a ese 27 de octubre, se le ha dotado de tanto significado que hasta festejos se le realizan… Y, por favor, no me digan que es muy distinto en el caso de nuestras fechas cívicas: 1810, 1821, 1910, 1857, 1776, 476, 1789…. tan cargados están de significado que se olvidan los procesos.

Sin embargo, alguien tuvo que embarazarse y cuidarse durante nueve meses para que el 27 de octubre de 1992 naciera ese individuo. Si lo comenzamos a plantear de esa manera, ¿no tendría repercusiones conductuales en la vida diaria? Es decir, tan sólo pensar que esa madre llevó al individuo en su vientre por nueve meses y que hizo tantas cosas por mantenerlo a salvo, yo pensaría que le da a ese individuo elementos para repensar su relación con su madre. Por supuesto, esto es un ejemplo burdo, pero de las cosas más burdas surge la historia. Por eso para mí no es correcto pensar que en 1521 ocurrió la conquista de México, ¡como si hubiesen hecho un trato que alguien firmó y estuviera inmediatamente listo! Debe pensarse, pues, que la conquista obedece más bien a un proceso complejo, proceso que aquí no explicaré en absoluto.

Recuerdo, también, el primer día del siglo XXI. Entonces sí creía que algo mágico y sobrenatural sucedería, que se daría un gran cambio a una escala mundial. Lo recuerdo bien. Y bueno, la historia ha derrumbado los sueños de muchos. No obstante, por más letrado y versado en el mundo de la ciencia, se cree y se piensa de la misma manera. Se habla de los cambios del siglo I, del V o del XX. Muchos sabemos de dónde viene esta tradición de contar por siglos: viene de una época en que se creía que los eventos pertenecían a los años. Se ha llegado a tanto grado de significación que hasta fechas feriadas hay en los calendarios, de igual forma que hay cumpleaños (sólo que, si uno tiene mala suerte, en su cumpleaños de todas formas tiene que ir a la escuela).

Claro que el tiempo es importante para explicar la historia; incluso sin él no podría haberla. Pero no podemos pensar que el tiempo es condición de todo cuanto sucede. En otras palabras, parece que al tiempo lo dotamos de una entidad inteligente, casi divinizada, ¿no? Una entidad a la cual le podemos deber las determinaciones de muchas cosas que han pasado en la historia. He ahí el problema con los números, el problema de una sobre-significación en ellos: si ya no es Dios, son esas imágenes abstractas del tiempo.

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