por Rafael Guevara Fefer *
Durante el breve tiempo en que husmeaba por ahí, cerca de la vida natural, del mundo rural y de la estridente atmósfera urbana con el espíritu de averiguar cómo es la realidad, tuve la oportunidad de llegar a Paracho, Michoacán, un día de plaza. Allí de mañana, crudo, desvelado, en medio de trajín del pueblo y sensible por los estropicios metabólicos del alcohol, tuve la suerte de ver a un artesano hacer una polea con su cuerpo y mecates para convertir un palo en un molinillo de chocolate, a mitad de un patio de una casa comunitaria, en el que los posibles consumidores de artesanía pudimos ver su arte.
También observamos en el artesano dominio de técnicas que implican pericia, pensamiento matemático, control sobre su cuerpo y hasta un hábil ejercicio de mercadotecnia, de modo tal que me hizo percatarme de que, a veces, el show de la tecnociencia sorprende menos que el espectáculo de un artesano. Por lo tanto no es casual que, en ocasiones, sea más emocionante observar reconstrucciones museográficas histórico-etnológicas de cómo y cuál han sido nuestros modos de transformar la naturaleza para convertirla en mercancía que acercarnos a los innovadores museos de ciencias.
El misterio de cómo la manipulación de herramientas, extensiones de nuestro cuerpo biológico y cultural, nos entregó una cantidad de mercancías tecnológicas sofisticadas e incomprensibles que gustosos adquirimos en el “buen fin” no se ha desvelado todavía. Por eso algunos expertos en ciencia han decidido aprender algunas lecciones propias de la antropología (la física y la social) para buscar pistas de cómo la milenaria experiencia de los hombres y las mujeres resolviendo su reproducción simbólica y material no era menos compleja en el pasado, y ha sido suficiente para tenernos hoy aquí, con sólo doscientos años de usar la palabra científico.
Hay tanto por hacer en el campo de los saberes no científicos, sobre todo si aceptamos que la ciencia sólo es uno de tantos modos de comprender y transformar la naturaleza, y que es deseable que conviva con muchos otros, tal como sugería Paul Feyerabend en “Como defender a la sociedad contra la ciencia”. Feyerabend afirmaba que “Las ideologías [como la ciencia] son maravillosas cuando van en compañía de otras ideologías. Se vuelven aburridas y doctrinarias en cuanto a sus méritos les hacen suprimir a sus adversarios.”

Espero que algún día, cuando el futuro nos alcance, las museografías sobre las ciencias no estén tan lejos del resto de las representaciones culturales, y que los museos de ciencias se acerquen y se nutran de toda la vital experiencia museológica acumulada desde que nació nuestro primer Museo Nacional —en el que las cosas de naturaleza y lo asuntos de la cultura habitaban la misma casa.
* Profesor de carrera, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM
Sería bueno que mencionaras quienes son los “expertos en ciencia han decidido aprender algunas lecciones propias de la antropología”
La ciencia no es una ideología.
Hasta la casa en donde se vive tiene ciencia y tecnología.
Al parecer subsiste la falta de comprensión a lo que es la ciencia. Además está presente el uso del modelo del método científico que se aplica a la historia de manera similar que a la ciencia cuando son cosas diferentes
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No hay pierde, leer a Rafael Guevara Fefer, el de las tesis de maestría y doctorado, o el del blog «El presente del pasado», es al mismo tiempo un deleite, un aprendizaje, una reflexión y un saludable ejercicio de ironía!
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