por Dalia Argüello *
Después de un proceso electoral a todas luces irregular y la vuelta al poder del grupo político que encarna al autoritarismo y la corrupción, los hechos del pasado sábado primero de diciembre se suman a los agravios y actos de abuso de poder e impunidad. El coraje y la frustración de miles, contenida por mucho tiempo, explica las movilizaciones genuinas y las expresiones de rechazo al nuevo gobierno.

Ante esto, la maquinaria política que manipula, amedrenta, infiltra, reprime y encarcela, ha salido a la luz y nos deja ver que no se andará por las ramas. Se vaticina un sombrío futuro para los mexicanos: al día de hoy hay 69 personas consignadas, muchos de ellos estudiantes, profesorxs y trabajadorxs, cuyas fotografías, videos y testimonios, circulan en las redes sociales para demostrar su participación pacífica en las manifestaciones y su detención arbitraria. Hay heridos de gravedad y con lesiones irreversibles, se está demostrando la presencia de provocadores y policía encubierta. (La nota respectiva de La Jornada puede verse aquí.)
Y a pesar de todo esto, se percibe una apatía generalizada en la sociedad; por las calles de la ciudad la vida sigue su curso y lxs ciudadanxs ocupadxs en el trajín cotidiano rechazan todo lo que tenga que ver con la política, pues la perciben como algo alejado, fuera de sus manos, imposible de cambiar porque las decisiones se toman “desde muy arriba”. Sumado a esto, sorprende la eficacia manipuladora de las televisoras; través de sus canales y noticieros, la sociedad recibe una excesiva cantidad de información, datos que se producen minuto a minuto y que saturan la mente de manera de no queda lugar a la memoria, la reflexión, la comparación o la explicación de lo que ocurre.
¿Por qué mucha gente no se involucra en los asuntos políticos que le afectan directamente y por qué no cuestiona el bombardeo de información al que está expuesta? ¿Tendrá que ver con la forma como la sociedad mexicana está siendo educada generación tras generación?
En las aulas, el docente impone las reglas y transmite contenidos para ser memorizados; los alumnos reciben información sin cuestionarla. ¿Será que el sistema educativo mexicano actualmente genera sujetos pasivos? Habrá mucho que reflexionar al respecto, sobre todo ahora que la educación pública es campo de guerra y está dirigida no por un especialista sino por un operador político de cuestionable reputación. Pero como parte del problema educativo me pregunto si esta apatía social tiene que ver con los efectos de estudiar año tras año una historia patria centrada en asuntos políticos y militares, aburridos y fríos.
Repleta de héroes casi suprahumanos totalmente alejados de la realidad de las mayorías, y de mártires que la vida, las hazañas patrióticas parecen acostumbrarnos al abuso y a conformarnos con las derrotas. Esta historia nacional que se enseña en las escuelas como verdad indiscutible parece una serie de acontecimientos inconexos, sin ninguna utilidad en el presente.
Sin embargo, si se alejara de la historia oficial, esta disciplina podría prepar a los alumnos para desarrollar un pensamiento abstracto, crítico y analítico. Formar a los alumnos desde las aulas en la crítica de fuentes, la explicación multicausal y la contextualización espacio-temporal no es sólo cuestión metodológica, ni una forma de crear historiadores en miniatura, sino se trata de construir habilidades cognitivas que les servirían el resto de su vida para interpretar un discurso político, contrastar posturas, analizar una línea editorial, cuestionar fuentes periodísticas o juzgar a los gobernantes por sus acciones y no por su apariencia.
Reforzar la memoria colectiva, los lazos de identidad y pertenencia no tendría por qué contradecirse con formar alumnos críticos y autónomos. En la docencia, los historiadores tenemos la gran oportunidad de reproducir el estado actual de las cosas o de avanzar, desde nuestra trinchera, hacia el cambio.
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