por Rubén Amador Zamora *
La escuela es un espacio donde los jóvenes aprenden muchas cosas. Los profesores esperan que sean buenos estudiantes pero, sobre todo, que aprendan —sin tanto desorden en el aula— lo que tiene que aprenderse de acuerdo con los programas de estudio. Los padres esperan que sus hijos, por el hecho de ir a la escuela, sean buenas personas. Y los directivos que los alumnos no den muchos problemas en la institución.
El aprendizaje de conocimientos en la escuela (de matemáticas, español, historia) es sin duda importante, pero tal parece que la escuela tiene como principal función la asimilación de valores.

Los valores, sin que los profesores estén conscientes de su enseñanza, son aprendidos por los estudiantes: aprenden disciplina, puntualidad, cortesía, responsabilidad, respeto, a cuidar a los miembros de su grupo con el que se identifican, a tolerar a los demás. La escuela también es un espacio en que los jóvenes aprenden y fortalecen valores (o anti valores, señalan algunos) como la corrupción, el encubrimiento, la mentira, el engaño, la competencia sin medida y la exclusión.
¿Por qué aprenden valores tanto positivos como negativos en la escuela? Porque la escuela es una institución que funciona con valores distintos, tanto “bueno” como “malos”. Profesores, directivos, estudiantes, trabajadores, actúan tanto con valores socialmente aceptables como con “anti” valores. Todo valor se aprende o se asume porque de una u otra forma es recompensado. Por lo tanto, los jóvenes aprenden distintos valores que les permiten moverse, de forma más o menos incluyente, en los diversos grupos sociales a los que pertenecen.
Las distintas materias escolares privilegian el aprendizaje de los conceptos, de los conocimientos disciplinares, a pesar de que, en los últimos años, se ha incorporado a los programas de las asignaturas la enseñanza de los valores.
La asignatura de historia tiene, entre sus fines, la enseñanza de valores. Desde sus inicios se ha planteado este propósito de manera intencional. La formación de ciudadanos y el amor a la patria fueron valores que surgieron desde el origen de la historia como materia escolar. En la actualidad, la enseñanza de la historia tiene entre sus objetivos que el estudiante desarrolle valores como la tolerancia. Sin embargo, los programas de estudio privilegian casi de manera exclusiva el aprendizaje de los contenidos disciplinares (en este caso, los proceso históricos). Por lo tanto, la tolerancia no forma parte explícita de los programas y, así, no es algo que se evalúa. Y como en la escuela lo que no se evalúa no se aprende a conciencia, la tolerancia no es un valor que se enseñe.
A propósito del Día Internacional de la Tolerancia (16 de noviembre), vale la pena reflexionar sobre la pertinencia de la enseñanza de valores en la escuela desde las materias escolares como la historia, o si este tema de los valores debe pertenecer sólo al ámbito familiar o de la sociabilidad de los jóvenes.
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