por Luis Fernando Granados *
Eric J. Hobsbawm —muerto ayer, a los 95 años— será sin duda recordado de maneras tan diversas como amplios fueron sus talentos académicos y políticos. Un hombre de su estatura intelectual suscita invariablemente una apreciación ecuménica, compleja, heteróclita.

Erudito como los renacentistas, actor político de una sola pieza y no obstante ajeno a casi todo dogmatismo, co-inventor de uno de los campos historiográficos más fructíferos de la segunda mitad del siglo XX (la historia “desde abajo”), gran sintetizador de la historia del capitalismo industrial, Hobsbawm fue también un hombre comprometido con una idea particular del oficio de la historia que en más de un sentido coincide con —y en parte ha inspirado— los principios y valores de este Observatorio de Historia (al menos como los entiende este redactor).
Esa noción debe haber sido de algún modo consecuencia de su militancia, pues una de sus expresiones más importantes fue una creación colectiva, a principios de los años cincuenta, del grupo de historiadores del Partido Comunista Británico: la revista Past & Present, que en el titulo proclamaba por supuesto la cruz de su parroquia, aunque era y ha seguido siendo un espacio para la difusión de artículos científicos.
Un otro gran indicio de su modo de comprender el oficio —historiar enseñando, enseñar historiando— fue su larga vinculación con la neoyorquina New School for Social Research, uno de los experimentos pedagógicos más originales y subversivos del siglo XX, incluso si en los años sesenta y setenta la New School ya no era nada más esa escuela para adultos establecida por John Dewey et allis en 1919.
Finalmente, en el origen de lo que más tarde resultó su extraordinaria tetralogía sobre el capitalismo moderno puede percibirse el mismo deseo por ejercer la disciplina con plena responsabilidad social pero sin comprometer su carácter científico. En efecto, The Age of Revolution (la que conocimos como Las revoluciones burguesas) fue concebida como un ejercicio de comunicación social, no con como un despliegue solipsista de sabidurías arcanas, y por eso apareció originalmente en una colección de historia “general”.
Treinta años más tarde, en el prefacio de The Age of Extremes (desafortunadamente traducida como Historia del siglo XX), Hobsbawm todavía anunciaba su aspiración de ser leído por un publico “educado” pero no profesional —y eso que en más de un punto el libro es una interpretación del siglo XX corto tan original como polémica.
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